El caso Etan Patz: cómo la desaparición de un niño transformó a Estados Unidos para siempre

Más de 40 años después, el juicio por el caso de Etan Patz sigue abriendo heridas y revelando fallas en el sistema de justicia

La mañana del 25 de mayo de 1979, Etan Patz, un niño de seis años, salió de su casa en el barrio de SoHo en Nueva York rumbo a su parada del autobús escolar. Nunca llegó. Su desaparición conmocionó a una nación entera y marcó el inicio de un antes y después en la manera en que Estados Unidos aborda los casos de niños desaparecidos. Décadas más tarde, el juicio y la reciente anulación de la condena del sospechoso principal, Pedro Hernández, reviven los fantasmas de una era de inocencia perdida.

Etan Patz: el niño que cambió la historia

Etan fue uno de los primeros niños cuya imagen apareció en los cartones de leche, una estrategia impulsada por sus padres con el objetivo de poner un rostro visible a la tragedia de los menores desaparecidos. La medida generó un efecto dominó: se fundaron organizaciones como National Center for Missing & Exploited Children (Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados) en 1984 y empezaron a surgir protocolos de actuación en casos similares.

Su padre, Stanley Patz, se convirtió en una figura emblemática en la lucha por los derechos de las víctimas y la mejora en los procesos de búsqueda de menores. En palabras del propio Stanley:

“Nunca entendí cómo una persona puede desaparecer sin dejar rastro en una ciudad tan grande. Pero ahora sé que sucede y que el sistema debe estar preparado para responder.”

Una búsqueda sin precedentes...

Durante los primeros días, semanas y meses tras la desaparición, las autoridades realizaron búsquedas extensivas en Nueva York e incluso en el extranjero. Testigos, volantes, registro de comercios, búsquedas en sótanos y revisiones de cualquier pista que pudiera conectar con Etan. A pesar de todo, ningún indicio sólido apareció durante más de tres décadas.

...y un juicio problemático

Pasaron 33 años hasta que, en el año 2012, la Policía de Nueva York recibió una llamada anónima alertándoles de un hombre que, en el pasado, había confesado a conocidos haber matado a un niño. Pedro Hernández, extrabajador de una tienda del vecindario de Patz, fue interrogado durante siete horas. A lo largo del cuestionario, confesó que atrajo a Etan ofreciéndole una soda, lo estranguló en el sótano del local, lo metió en una caja y lo dejó en la basura. Todo esto fue confesado a los policías antes de que le leyeran sus derechos y sin un abogado presente.

La defensa argumentó desde el inicio que Hernández sufría una enfermedad mental y que su testimonio fue producto de alucinaciones y presión policial. A pesar de estas irregularidades, fue sometido a juicio en dos ocasiones. El primer juicio fue declarado nulo por un jurado que no pudo alcanzar veredicto. En 2017, fue finalmente condenado a cadena perpetua.

Revocación de la condena: ¿justicia o trampa procesal?

En junio de 2024, un tribunal federal de apelaciones anuló la condena de Hernández por considerar que el juez del caso falló al no instruir correctamente al jurado sobre cómo tratar las confesiones: principalmente, sobre si debían o no considerar inválidas todas las declaraciones si la primera —obtenida sin garantías constitucionales— era desechada.

La Corte ordenó que Pedro Hernández fuera liberado si no era sometido a un nuevo juicio “en un periodo razonable”. Actualmente, la fiscalía evalúa si acudir a la Corte Suprema para apelar la decisión.

Una herida abierta en el corazón de América

El caso Patz representa algo más que una desaparición: simboliza una transición en la mentalidad colectiva estadounidense. En los años 70, confiar en los vecinos era usual. Los niños caminaban solos al colegio. Etan era uno de ellos. Sus padres no podían prever el monstruo que podría acechar a su hijo a solo una cuadra de distancia. Tras su desaparición, vino el miedo, la paranoia y el blindaje.

La frase “stranger danger” (peligro de extraños) se popularizó en las campañas escolares, y las escuelas empezaron a implementar códigos más estrictos para recoger niños. El caso Patz fue fundamental para que el 25 de mayo se convirtiera en el Día Nacional del Niño Desaparecido en EE.UU.

El rostro de un niño, la lucha de miles

Etan Patz se convirtió en el rostro más visible de cientos de miles de niños desaparecidos en Estados Unidos. Según datos del FBI, en 2023 se reportaron más de 359,000 casos de niños desaparecidos en el país. Aunque muchos fueron encontradas rápidamente, otros siguen desaparecidos. La lucha de los Patz ayudó a consolidar protocolos nacionales para poner cara, nombre y urgencia a esta epidemia silenciosa.

Las campañas de “niños perdidos” impresas en cajas de leche no fueron lo único que evolucionó. Hoy día, herramientas como el sistema AMBER Alert, desarrollado en 1996 tras el secuestro y asesinato de Amber Hagerman, permiten difundir rápidamente la desaparición de un menor a través de celulares, sistemas de información viales e incluso redes sociales.

¿Qué sigue para Pedro Hernández y los Patz?

La familia Patz, aunque ya ha declarado legalmente fallecido a Etan, todavía busca justicia definitiva. Castigar al culpable no resucita a su hijo, pero es una forma de cerrar el ciclo, al menos simbólicamente. Si bien la decisión del tribunal de apelaciones puede ser técnicamente correcta bajo los estándares legales, trae consigo un eco amargo: el dolor de miles de familias cuyas historias no llegan a la justicia.

Muchas organizaciones, entre ellas el NCMEC, siguen utilizando el rostro de Etan como símbolo de la necesidad de estar vigilantes y comprometidos en la defensa de la infancia.

Reflexiones finales: ¿vale más la forma o el fondo?

El caso judicial de Pedro Hernández es un recordatorio de que incluso en los crímenes más atroces, el sistema de justicia debe respetar estrictamente los procedimientos. Pero ¿qué sucede cuando ese respeto por la forma amenaza una verdad ya establecida y aceptada ampliamente por la sociedad?

Las leyes están para proteger a todos, incluso a aquellas personas que pueden haber cometido actos horrendos. Pero para muchos estadounidenses, las respuestas emocionales pesan tanto como las legales. La historia de Etan Patz no ha terminado. A lo sumo, ha entrado en una nueva fase, una más dolorosa, donde justicia formal y justicia moral caminan por senderos divergentes.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press