Trump, el rey sin corona de las primarias republicanas: ¿liderazgo o culto a la personalidad?

Con su influencia intacta, Donald Trump vuelve a moldear el destino del Partido Republicano mientras posibles candidatos abandonan sin dar pelea

Una retirada anticipada: señales del nuevo orden político del Partido Republicano

El exvicegobernador de Carolina del Sur, André Bauer, anunció recientemente la suspensión de su campaña para disputar la candidatura republicana al Senado contra el veterano legislador Lindsey Graham. La decisión llega apenas 38 días después de lanzar su candidatura, lo que evidencia la dificultad que enfrentan los aspirantes a desbancar a figuras respaldas por Donald Trump.

En su comunicado, Bauer lamentó el actual clima político del partido: “He llegado a la conclusión de que debemos dejar de destruirnos unos a otros con mentiras y división”. Sus palabras dejan entrever una crítica velada a la dinámica interna del GOP, donde la unidad parece haberse convertido en devoción irrestricta al expresidente y su círculo cercano.

Lindsey Graham: cuestionado, pero intocable bajo el paraguas trumpista

Lindsey Graham ha sido uno de los senadores más contradictorios en su relación con Donald Trump. En sus declaraciones ha oscilado entre críticas agudas y una lealtad férrea. No obstante, para las bases republicanas de Carolina del Sur, su respaldo por parte de Trump es todo lo que importa en el actual juego de poder.

“Graham ha estado allí demasiado tiempo,” sentenció Bauer al lanzar su precandidatura, situándose como un verdadero conservador al estilo America First. Pero el empuje inicial rápidamente se diluyó cuando el expresidente otorgó su bendición a Graham a través de una declaración pública, blindándolo frente a cualquier amenaza seria proveniente del ala derecha del partido.

El caso Nilsson vs. Whatley: otro ejemplo del dominio de Trump

No solo Bauer ha sido víctima del magnetismo electoral de Trump. En Carolina del Norte, el postulante republicano al Senado, Andy Nilsson, también se retiró tras la entrada de Michael Whatley, presidente del Comité Nacional Republicano (RNC), cuya candidatura fue lanzada con el “Endoso total y completo” de Trump.

Nilsson no dudó al explicar el motivo de su abrupta suspensión: “Respeto el deseo del Presidente de ir en una dirección diferente, aunque tenga dudas sobre su elección.” Otro aspirante sacrificado en el altar del trumpismo como dogma político.

¿Qué significa este fenómeno? ¿Liderazgo o culto a la personalidad?

Desde 2016, Donald Trump ha logrado mantener una influencia inquebrantable dentro del Partido Republicano, incluso tras su derrota electoral en 2020. Según una encuesta de Pew Research Center publicada en enero de 2024, el 67% de los votantes republicanos siguen considerando a Trump como el líder más influyente del partido.

Este nivel de fidelidad ha transformado al GOP en un espacio donde la competencia natural de las primarias ha sido desplazada por una especie de juego de ajedrez donde todas las piezas deben alinearse con el rey. Incluso cuando un candidato como Nilsson se lanzaba contra un senador que había perdido el respaldo de la base, bastó un tuit de Trump para revertir completamente las dinámicas de la elección.

Impacto en la democracia interna de los partidos

Las primarias, tradicionalmente vistas como mecanismos de renovación política dentro de los partidos, se han convertido en una formalidad si el expresidente decide intervenir. Con la influencia de Trump como árbitro supremo, pareciera que los votantes ya no eligen libremente entre alternativas ideológicas dentro del conservadurismo, sino entre quienes tienen o no la aprobación del expresidente.

Este fenómeno no solo contrasta con otras épocas de intensa competencia interna —como las primarias republicanas de 2012 cuando Mitt Romney, Rick Santorum y Newt Gingrich representaban distintas corrientes del GOP—, sino que plantea serias dudas sobre el futuro de la deliberación política interna.

¿Dónde están los disidentes moderados?

El caso de Senador Thom Tillis, de Carolina del Norte, también aporta otra capa a este panorama. Tillis, quien decidió no buscar un tercer mandato tras clavar diferencias con Trump, fue sustituido casi de inmediato por candidatos con una marca trumpista más clara como el mencionado Whatley.

Así, a través de la constante retirada de figuras “no alineadas”, se va consolidando una poda ideológica dentro del GOP, dejando poco espacio para el centro o para el debate político amplio. Como ilustración, basta recordar que en 2022, de los 10 republicanos de la Cámara que votaron para el juicio político a Trump por el asalto al Capitolio, solo dos lograron la reelección.

Campañas condensadas, decisiones anticipadas

Lo que antes era una carrera de fondo, hoy se convierte en una maratón de velocidad y fidelidad. Bauer, Nilsson y otros candidatos interrumpieron sus campañas incluso antes de ingresar oficialmente al proceso estatal de inscripción. En Carolina del Sur, por ejemplo, las inscripciones oficiales no abren hasta marzo. Sin embargo, la percepción de ausencia de apoyo presidencial fue suficiente para retirar sus nombres del tablero.

Una estructura piramidal: el nuevo modelo del partido

Chris LaCivita, actual co-manager de la campaña de Trump 2024 y asesor de Graham, es un ejemplo más de cómo Trump ha logrado articular una estructura operativa piramidal tanto en su campaña personal como en la selección de candidatos afines en puestos clave.

Quienes deseen una carrera política ascendente dentro de las filas republicanas deben entender que la base no se conquista únicamente con un mensaje conservador, sino con señales claras de logística, retórica y vínculo directo con el liderazgo nacional de Trump.

¿El regreso de los partidos unipersonales?

La historia política de Estados Unidos ha tenido casos de partidos fuertemente centralizados. El ejemplo del Partido Demócrata en los años de Franklin D. Roosevelt entre 1932 y 1945, muestra cómo una figura dominante puede moldear la identidad del partido por más de una década. Pero lo que parece estar ocurriendo en el GOP va un paso más allá: Trump no solo domina el presente, sino que también controla el futuro.

Sus endosos no se limitan a elecciones inmediatas. Establecen alianzas duraderas, definen liderazgos regionales y marginan a quienes podrían representar versiones alternativas del conservadurismo. El ascenso de figuras como J.D. Vance en Ohio o Kari Lake en Arizona, responde al fenómeno del “nacional-populismo” del expresidente.

Primarias como formalismo simbólico

En este contexto, las elecciones primarias en estados como Carolina del Sur y Carolina del Norte están perdiendo su función central como tamiz democrático interno. En vez de representar una multiplicidad de propuestas conservadoras, se están convirtiendo en escenarios donde se formaliza una competencia ya decidida desde Mar-a-Lago.

Este tipo de obediencia organizacional no es necesariamente sin precedentes, pero sí es excepcional por su nivel de verticalidad y longevidad. Trump dejó la presidencia en 2021, pero ejerce una influencia casi total en 2024 y posiblemente más allá.

¿Qué pasa con los votantes?

A pesar de todo, es importante reconocer que esta consolidación vertical ocurre por el apoyo voluntario de una parte amplia del electorado republicano. Encuestas recientes de Gallup y FiveThirtyEight muestran cómo Trump mantiene entre el 55% y 65% de intención de voto en unas primarias hipotéticas. Los votantes parecen ver en él una conexión emocional, cultural e ideológica que no encuentran en otras figuras tradicionales.

Además, los mensajes de unidad, patriotismo y rechazo frontal al progresismo sostienen su atractivo como referente de la “América real”. Pero la pregunta de fondo sigue sin resolverse: ¿puede sobrevivir el Partido Republicano como partido democrático si toda competencia interna se rige por un solo aval?

El futuro del GOP y el temor al vacío post-Trump

En conclusión, lo que demuestran las renuncias de André Bauer y Andy Nilsson no es solo un repliegue táctico, sino una declaración sobre el nuevo contrato político dentro del Partido Republicano: se avanza si Trump lo permite, se retrocede si no.

La longevidad de este modelo dependerá de muchas variables: la reelección o no de Trump en 2024, la aparición de líderes carismáticos que logren desafiar el monopolio simbólico del expresidente, y sobre todo, la voluntad de las bases de replantear su equilibrio entre identidad partidaria y lealtad personal.

Hasta entonces, la lucha por el alma del GOP parece haberse resuelto, pero la democracia interna del partido sigue pendiente de reconstrucción.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press