William H. Webster: El juez que restauró la confianza en el FBI y la CIA con integridad y pulso firme

A la muerte del único hombre que dirigió tanto el FBI como la CIA, exploramos su legado como símbolo de honestidad institucional en medio de crisis políticas

William H. Webster, director tanto del FBI como de la CIA, ha fallecido a los 101 años. Su legado es difícil de encapsular en una sola palabra, pero si hubiera que elegir alguna, sería ‘integridad’. Su carrera destaca como una rareza en la historia política moderna estadounidense: la de un funcionario público que atravesó décadas de turbulencia nacional sin una mancha de escándalo personal ni servilismos partidarios evidentes.

Un juez con temple: comienzos en St. Louis

Nacido el 6 de marzo de 1924 en St. Louis, Missouri, y criado en la suburbana Webster Groves, William Hedgcock Webster estudió leyes después de servir como teniente de la Marina durante la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Corea. En 1949 se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de Washington en St. Louis.

Tras casi dos décadas como abogado litigante, su nombre empezó a sonar a nivel nacional en 1971, cuando el presidente Richard Nixon lo nombró juez federal del distrito este de Missouri. En 1973, fue ascendido a la Corte de Apelaciones del 8.º Circuito. Allí se consolidó como un jurista moderado, respetado tanto por liberales como conservadores.

Limpieza en el FBI: legado de reformas desde 1978

En 1978, el presidente Jimmy Carter lo seleccionó para dirigir el Buró Federal de Investigaciones (FBI) en un momento crítico, tras escándalos de vigilancia interna y abuso de poder revelados durante los años de COINTELPRO y la administración Hoover.

Bajo su dirección, el FBI pasó de ser una institución oscurecida por la sospecha y la opacidad, a desarrollar una reputación más profesional y moderna. Se profesionalizaron investigaciones sobre crimen organizado, delitos de cuello blanco y tráfico de drogas. Además, se implementó un renovado enfoque sobre terrorismo, lo cual preparó al buró para los desafíos venideros de finales del siglo XX.

Uno de los hitos más recordados de su mandato fue la operación Abscam (1978–1980), un operativo encubierto donde agentes del FBI se hicieron pasar por empresarios del Medio Oriente ofreciendo sobornos a funcionarios públicos. Resultó en la condena de 11 personas, incluyendo seis congresistas, lo que mostró que el organismo estaba renovando su rol fiscalizador en el corazón mismo del poder político.

Del FBI a la CIA: un salto entre mundos secretos

En 1987, con el escándalo Irán-Contra aún fresco en la memoria nacional y tras la cuestionada gestión de William J. Casey en la CIA, el presidente Ronald Reagan apostó por Webster como nuevo director de la Agencia Central de Inteligencia. Era una maniobra estratégica: elegir a un outsider del mundo de la inteligencia, sin ataduras con el poder político ni pasado con la comunidad de inteligencia.

Cada director de la CIA o el FBI debería estar dispuesto a renunciar si se le pide hacer algo que sabe que está mal”, declaró con firmeza al aceptar el cargo en Langley.

Durante su mandato (1987–1991), buscó reconciliar la agencia con el Congreso, ofreciendo reportes rutinarios sobre sus actividades, lo cual representó un cambio significativo respecto al secretismo que caracterizó a muchos de sus predecesores. También promovió una transformación cultural ante el fin de la Guerra Fría, enfocando la agencia hacia nuevas amenazas globales.

Críticas y elogios en Langley

Si bien algunos lo criticaron por carecer de experiencia operacional o diplomática, fue ampliamente elogiado por aumentar la moral interna y favorecer una transición más ética y estratégica dentro de la agencia. No obstante, su gestión no estuvo libre de sombras. Durante ese periodo, el agente Aldrich Ames vendió secretos de inteligencia a la Unión Soviética, en lo que fue una de las peores infiltraciones en la historia de la CIA. Aunque Ames fue descubierto y encarcelado en 1994, años después de que Webster dejara el cargo, se le criticó por no haber detectado antes la traición.

En contraste, la CIA bajo su liderazgo fue elogiada por su actuación durante la Guerra del Golfo en 1991, proporcionando inteligencia clave que facilitó la coalición encabezada por EE.UU. para expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait.

Post-CIA: compromisos éticos y controversias

Luego de retirarse del servicio público en 1991, Webster no desapareció. Formó parte de comisiones presidenciales, incluyendo una investigación de fallos de seguridad post-11-S y, en 2002, fue nombrado por la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) para presidir un nuevo órgano de supervisión contable, como respuesta a los escándalos de Enron y otras corporaciones. Su nombramiento, sin embargo, fue breve: dimitió antes de la primera reunión ante cuestionamientos por su rol en el comité auditor de una empresa sospechosa de fraude.

Un director que abrió puertas a la diversidad

Pese a ser miembro de clubes sociales segregacionistas durante su juventud, Webster avanzó en políticas de inclusión en el FBI. Promovió la contratación de afroamericanos y mujeres, en un esfuerzo no sólo institucional sino simbólico por abrir las puertas del poder federal a sectores históricamente marginados.

Un hombre de fe y disciplina

A lo largo de su vida, Webster fue conocido por su devoción a la nación, su familia y su fe como Cristiano Científico. No fumaba, apenas bebía, practicaba tenis y era un ávido lector de historia. Se casó en 1950 con Drusilla Lane, con quien tuvo tres hijos. Tras enviudar en 1984, se casó en 1990 con Lynda Jo Clugston, quien lo sobrevive junto a sus hijos, siete nietos y 12 bisnietos.

En un país que ha atravesado tantas crisis de institucionalidad, tanto demócratas como republicanos encontraron en Webster algo poco común: un servidor público que, pese a su afiliación conservadora, no se alineó con agendas partidistas ni antepuso ambiciones personales a su misión institucional. Su carrera fue un faro de ética, neutralidad y compromiso democrático.

Su muerte marca el fin de una era donde ciertos ideales parecían aún posibles dentro del gobierno de Estados Unidos: que la honestidad puede ser más fuerte que el poder, y que la integridad puede dirigir agencias que resguardan los secretos y la seguridad nacionales.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press