¿Una paz frágil o un nuevo comienzo? El acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán bajo el ala de EE. UU.

El histórico apretón de manos en la Casa Blanca marca un giro inesperado en la política del Cáucaso, pero las heridas de Nagorno-Karabaj aún supuran y Moscú observa desde las sombras.

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Un escenario de esperanza incierta

En una escena que parecía sacada de una película política de alto voltaje, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, y el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, firmaron recientemente un acuerdo con la mediación de Estados Unidos. La imagen del expresidente Donald Trump tomando ambas manos en señal de conciliación selló un momento simbólico tras décadas de conflicto armado, muerte y desconfianza.

Sin embargo, más allá del gesto, surge una pregunta inevitable: ¿este acuerdo representa una verdadera paz o tan sólo una pausa estratégica en un conflicto que ha devorado generaciones en el sur del Cáucaso? Este artículo se aventurará a ofrecer un análisis en profundidad, explorando el trasfondo, implicaciones y escepticismo que rodea este delicado paso hacia la normalización entre dos naciones marcadas por el fuego de la historia.

Contexto histórico del conflicto

Desde el colapso de la Unión Soviética, el enclave de Nagorno-Karabaj ha sido el epicentro de una amarga disputa entre armenios y azerbaiyanos. Aunque reconocido internacionalmente como parte de Azerbaiyán, quedó bajo control de fuerzas armenias durante casi tres décadas. Conflictos sangrientos en los años 90 y en 2020 dejaron decenas de miles de muertos y cerca de un millón de desplazados, arrasando comunidades y sembrando una enemistad casi irreconciliable.

La guerra relámpago de Azerbaiyán en 2023 cambió el equilibrio. Recuperó, en pocos días y con respaldo tecnológico y estratégico de Turquía, casi todo el territorio perdido anteriormente, forzando la huida de la población armenia y dejando al gobierno de Ereván en una posición notablemente debilitada en la región.

El Acuerdo de Washington: ¿más símbolo que sustancia?

El acuerdo recientemente firmado en la Casa Blanca no constituye un tratado de paz formal. Carece de cláusulas vinculantes sobre el estatus de Nagorno-Karabaj, el retorno de refugiados o la protección de los derechos humanos en la zona. Su elemento más llamativo es la creación de un nuevo corredor de tránsito comercial y energético, llamado irónicamente la "Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacional".

Un observador escéptico podría pensar que este acuerdo busca más posicionar a EE. UU. como árbitro geopolítico en la región tras la pérdida de influencia de Rusia —debilitada por la guerra en Ucrania— que resolver las verdaderas heridas del pueblo armenio o azerí.

Reacciones en Baku: entusiasmo moderado

En Azerbaiyán, la firma se vivió con un entusiasmo palpable. Gunduz Aliyev, residente de Baku, declaró: "Hemos esperado mucho este momento. No confiábamos en Armenia. Por eso necesitábamos un garante fuerte, y EE. UU. lo logró donde Rusia fracasó."

Ali Mammadov añadió: "Se acercan las relaciones normales. Las fronteras se abrirán y la estabilidad reinará." La percepción general es que Azerbaiyán está consolidando una victoria no solo militar, sino ahora también diplomática.

En Ereván: incertidumbre, temor y apertura cauta

La atmósfera en Armenia fue muy distinta. Edvard Avoyan expresó su incertidumbre señalando que "todavía hay muchos aspectos por aclarar", mientras Ruzanna Ghazaryan fue más directa al denunciar que "el acuerdo sólo entrega concesiones unilaterales; no traerá verdadera paz".

Sin embargo, hubo matices. Hrach Ghasumyan, un empresario local, reconoció posibles beneficios económicos: "Si líneas de gas y petróleo cruzan Armenia y se abren rutas ferroviarias, podríamos dejar de depender de Georgia como único canal comercial".

El declive ruso: ¿un jugador menos o más peligroso?

Más allá del optimismo y pesimismo sobre el acuerdo, un elemento geopolítico clave se robó buena parte del protagonismo: la ausencia de Rusia. Históricamente aliado de Armenia y mediador oficial del grupo de Minsk, el Kremlin parece ahora fuera de juego.

Ali Karimli, figura de oposición azerí, lo dijo sin tapujos en redes: "El acuerdo en Washington es otro golpe a la influencia rusa". Arif Hajili, líder del partido opositor Musavat, apuntó que la estabilidad a largo plazo depende del deterioro continuo del poder ruso, condicionado por la guerra en Ucrania.

No obstante, Hajili también advirtió que Armenia sigue siendo económicamente dependiente del Kremlin y recordó que cerca de 2 millones de azeríes viven en Rusia, lo que ofrece a Moscú una palanca de presión si quisiera utilizarla.

¿Qué representa realmente la “Ruta Trump”?

El corredor geoeconómico que atravesará Armenia fue presentado con grandes titulares. ¿Pero qué implica a nivel geopolítico? Supone, según expertos, una alternativa a las rutas tradicionales vía Georgia, lo que diversifica opciones a Turquía y el Caspio y fortalece la posición de Azerbaiyán como centro energético regional.

Pero también es un caballo de Troya: abre la puerta al establecimiento de presencia económica —y eventualmente militar— estadounidense en una zona antes considerada tradicionalmente dentro del ámbito de seguridad ruso.

Cicatrices invisibles: el reto de la reconciliación

Aunque la diplomacia pueda armar pactos, la sociedad civil es quien debe sanar las heridas. Los desplazados armenios de Nagorno-Karabaj, que han perdido casa, patria y memoria, difícilmente podrán ver el acuerdo como un comienzo prometedor sin garantías concretas de retorno o compensación.

Y si los gestos de líderes quedan en promesas vacías, los resentimientos enterrados pueden transformarse en nuevos ciclos de violencia. La historia del Cáucaso está plagada de treguas rotas, alto el fuego efímeros y odios atávicos sostenidos por generaciones.

El papel de EE. UU.: interés altruista o cálculo estratégico

El timing de esta diplomacia no es casual. EE. UU. ha buscado aumentar su proyección en Eurasia, especialmente tras la invasión rusa a Ucrania. Este acuerdo washingtoniano sirve múltiples propósitos:

  • Desplazar a Moscú como actor dominante en la región.
  • Asegurar corredores energéticos alternativos en tiempos de transición verde.
  • Ganar influencia en otro rincón estratégico con Turquía e Irán al acecho.

Donald Trump, además, pudo capitalizar este encuentro como una victoria de política exterior personal, reforzando su imagen internacional ante posibles aspiraciones futuras.

¿Y ahora qué?

La respuesta dependerá de múltiples factores: la buena voluntad de los Estados firmantes, la implementación real del acuerdo, la estabilización política interna en Armenia y el rol que desea (o puede) seguir jugando Rusia en la región.

El camino hacia la paz real es largo y tortuoso. Pero como dijo Abulfat Jafarov desde Baku, “la paz siempre es buena; damos la bienvenida a todo paso hacia el progreso”.

En el sur del Cáucaso, por primera vez en años, hay una tenue luz al final del túnel. Que no se apague dependerá no solo de los tratados firmados, sino de las verdades no dichas y los agravios por sanar.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press