¿Paz sin Ucrania? La geopolítica en juego antes de la cumbre Trump-Putin

Mientras Europa respalda firmemente a Kyiv, crece la preocupación ante un posible acuerdo bilateral que ignore las exigencias ucranianas

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Una cumbre entre tensiones y sospechas

La confirmación de una próxima reunión entre el expresidente estadounidense Donald Trump y el presidente ruso Vladimir Putin ha provocado una oleada de reacciones en Europa y Ucrania. Este encuentro, programado para realizarse en Alaska, tiene como supuesto objetivo negociar el fin de la guerra en Ucrania, desencadenada por la invasión rusa en 2022. Pero las formas, el contexto y los actores ausentes —particularmente el mandatario ucraniano Volodímir Zelenskyy— han generado un profundo malestar en el continente europeo.

La postura sólida de Europa

El sábado, los principales líderes de Europa emitieron una contundente declaración conjunta. Firmada por los líderes de Francia, Alemania, Italia, Polonia, Finlandia, Reino Unido y la presidenta de la Unión Europea, el comunicado subrayó que "la paz en Ucrania solo puede lograrse con la participación de Ucrania". Además, insistieron en que ninguna frontera internacional debe ser modificada por el uso de la fuerza, una referencia clara a las ambiciones expansionistas del Kremlin en Crimea, Donetsk y Lugansk.

Según el comunicado, “Ucrania tiene la libertad de elegir su propio destino. Cualquier negociación significativa debe producirse en el contexto de un alto el fuego o una reducción clara de las hostilidades".

Zelenskyy planta cara: "No vamos a ceder territorio"

En respuesta a las noticias sobre el encuentro bilateral Trump-Putin, Zelenskyy fue enfático en su mensaje publicado en su cuenta oficial de X: “El fin de la guerra debe ser justo, y estoy agradecido con todos los que están con Ucrania y nuestro pueblo”.

Durante una declaración más elaborada, el presidente ucraniano añadió que “no le daremos ningún premio a Rusia por lo que ha hecho. Los ucranianos no entregaremos nuestra tierra al ocupante”. Tales palabras van dirigidas contra cualquier sugerencia —como han insinuado varias fuentes cercanas a la Casa Blanca— de que un posible acuerdo incluya concesiones territoriales por parte de Kyiv.

El factor Trump: ¿negociador de paz o presión a Ucrania?

Donald Trump ha manifestado en diversas ocasiones su intención de “terminar la guerra en 24 horas”, frase que repite con insistencia en sus mítines políticos. Sin embargo, sus declaraciones más recientes sugieren que explorará con Putin un acuerdo que podría implicar un intercambio de territorios o concesiones políticas por parte de Ucrania.

Una fuente de la Casa Blanca, que habló bajo condición de anonimato, explicó que Trump estaría dispuesto a realizar una cumbre trilateral entre Estados Unidos, Rusia y Ucrania, pero que por ahora solo tendrá una reunión bilateral con Putin, a solicitud del mandatario ruso.

Vicepresidente JD Vance y la segunda vía diplomática

Mientras tanto, el vicepresidente estadounidense JD Vance se ha reunido con altos funcionarios europeos y ucranianos en la residencia del Secretario de Asuntos Exteriores del Reino Unido para discutir posibles vías hacia la paz. Estos esfuerzos paralelos sugieren que hay divisiones dentro del propio aparato político estadounidense respecto a cómo abordar la crisis ucraniana.

El problema, sin embargo, parece centrarse en las expectativas: mientras Kyiv y sus aliados apuestan por una paz justa y duradera, Rusia requiere condiciones maximalistas que incluyen el reconocimiento de su control sobre territorios ocupados, la renuncia de Ucrania a entrar en la OTAN y restricciones sobre su capacidad militar.

La trampa geopolítica de una cumbre bilateral

El temor principal es que una reunión entre dos potencias nucleares, sin la presencia de la nación invadida, refuerce una peligrosa narrativa de "realpolitik" en la que las potencias deciden el destino de naciones más pequeñas sin su consentimiento. Esta mirada revive oscuros episodios del siglo XX, como los acuerdos de Yalta y Múnich, donde los países afectados o no fueron consultados o se vieron obligados a aceptar términos previamente pactados.

El precedente de Crimea y las lecciones olvidadas

En 2014, Rusia se anexó ilegalmente la península de Crimea tras un cuestionado referéndum. En aquella ocasión, la comunidad internacional reaccionó con sanciones, pero no logró revertir la anexión. Aquella experiencia, aún fresca en la memoria ucraniana y europea, es vista como un claro precedente de lo que puede ocurrir si se cede más territorio a Rusia bajo el pretexto de poner fin a la guerra.

Según datos de las Naciones Unidas, el conflicto desde 2022 ha dejado más de 350.000 muertos y heridos, millones de desplazados internos y refugiados, y ha destruido infraestructuras por decenas de miles de millones de dólares. Cada concesión territorial en este punto no solo tendría consecuencias políticas, sino profundas heridas sociales y morales.

"Justicia" como condición de paz

La discusión central entre las partes gira en torno al significado de la paz. Para Moscú, la rendición o aislamiento de Ucrania constituye el final del conflicto. Para Kyiv, la única forma aceptable es mediante la restauración de su integridad territorial y soberanía, acompañada de compromisos de seguridad sólidos por parte de sus aliados.

El economista ucraniano Tymofiy Mylovanov argumentó recientemente en Foreign Policy que ceder territorio sería admitir un fracaso del orden internacional basado en normas. “Esto abriría la caja de Pandora en otras regiones —como Taiwán, el Cáucaso o los Balcanes— donde potencias invasoras podrían imitar el modelo ruso”, escribió.

La incógnita de Putin

Por su parte, el Kremlin mantiene su postura intransigente. Esta semana, portavoces del gobierno ruso reafirmaron la exigencia de que Kyiv renuncie a ingresar en la OTAN, se “desmilitarice”, y reconozca las anexiones rusas. En contraparte, ofrecerían la retirada de tropas de zonas no anexionadas y permitirían cierta autonomía en regiones del este.

Estas condiciones, sin embargo, son vistas no solo como inaceptables, sino como una ratificación de la lógica de la fuerza: invadir para negociar.

San Petersburgo y la sombra de la negociación forzada

Históricamente, Rusia ha utilizado tanto la diplomacia como la intimidación para moldear su seguridad regional. La noción de “espacio vital” para garantizar influencia en su “extranjero cercano” ha sido parte de su doctrina de seguridad desde los tiempos zaristas, acentuada durante la Guerra Fría. Y ahora renace con fuerza con la idea de derecho imperial heredado sobre antiguas repúblicas soviéticas.

Si el encuentro Trump-Putin avanza sin respetar esta realidad histórica y seguridad estratégica, el mensaje al mundo será devastador: negociar con invasores puede ser rentable.

Ucrania, Europa y la batalla por la legitimidad

Lo que aparentemente es una disputa sobre control territorial es, en el fondo, una confrontación entre dos modelos de mundo: el respeto al derecho internacional y el uso de la fuerza para reconfigurar fronteras. La frase del comunicado europeo es más que simbólica: “Las fronteras no deben cambiarse por la fuerza”.

La presión ciudadana también influye. En miles de protestas por Europa, desde Londres y Berlín hasta Varsovia y Helsinki, ciudadanos expresan su apoyo continuo a Ucrania. Encuestas de 2023 del European Council on Foreign Relations muestran que al menos un 68% de los europeos considera que aceptar concesiones territoriales implicaría promover futuras guerras.

¿Qué sigue?

Con el reloj avanzando hacia la reunión en Alaska, queda claro lo siguiente: cualquier paso hacia la paz que no incluya a Ucrania corre el riesgo de perpetuar el conflicto. Las verdaderas negociaciones no son solo de diplomacia, sino de principios.

El mundo observa, los ciudadanos opinan y la historia juzgará si esta cumbre simboliza el inicio de una paz duradera o el regreso a los pactos oscuros al margen de las víctimas.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press