Ucrania, Rusia y los peligros de negociar territorios en cumbres sin invitados clave
El fantasma de una paz impuesta resurge mientras Washington y Moscú discuten futuros escenarios territoriales sin Kyiv ni Bruselas en la mesa
Una paz que excluye a los protagonistas
Esta semana, una nueva cumbre con sede en Alaska ha encendido las alarmas en Europa Oriental y buena parte del continente. La propuesta del presidente estadounidense Donald Trump, insinuando un posible acuerdo de paz con Rusia que incluiría "intercambios territoriales", ha sembrado una profunda inquietud tanto en Ucrania como en sus aliados europeos.
La idea, aunque presentada como parte de un esfuerzo por encontrar una solución al prolongado conflicto, ha generado fuertes críticas debido a una notable omisión: ni Ucrania —la nación directamente afectada— ni sus principales aliados europeos están invitados a la reunión. Una paz negociada sin la presencia del agredido no solo resulta inadmisible para muchos, sino que también representa un precedente grave en política internacional.
La postura europea: defensa del derecho internacional
La jefa de política exterior de la Unión Europea, Kaja Kallas, fue tajante en una declaración previa a la reunión de ministros del bloque: “Todo territorio ocupado temporalmente pertenece a Ucrania”. Kallas subrayó que una paz justa jamás puede basarse en premiar la agresión militar.
Y no está sola: el canciller alemán Friedrich Merz también insistió en que “Alemania no puede aceptar que se debata el futuro territorial de Ucrania a espaldas de los europeos y los propios ucranianos.”
Históricamente, el principio de integridad territorial ha sido una piedra angular del derecho internacional. En palabras de Kallas: "Una paz sostenible también significa que la agresión no puede ser premiada".
El contexto del conflicto: ocupación y resistencia
Desde 2014, cuando Rusia anexó ilegalmente Crimea, la situación estratégica en Europa del Este ha sido volátil. En 2022, Moscú formalizó una anexión de facto de cuatro regiones más en el este y sur de Ucrania —Donetsk, Luhansk, Kherson y Zaporiyia—, a pesar de no ejercer pleno control sobre ellas.
Actualmente, el frente de guerra se extiende a lo largo de más de 1.000 kilómetros. Según estimaciones de la ONU, más de 12.000 civiles ucranianos han muerto como consecuencia directa del conflicto, muchos de ellos víctimas de bombardeos indiscriminados en zonas urbanas.
¿Un intercambio territorial pragmático?
Desde Alaska, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, comentó que, si bien legalmente no se puede aceptar la ocupación rusa, el hecho de que Rusia controle parte del territorio debe estar “sobre la mesa” en cualquier negociación futura.
Rutte incluso hizo una comparación histórica relevante: entre 1940 y 1991, aunque Estados Unidos reconocía de facto el control soviético de los países bálticos, nunca aceptó ese dominio como legítimo. ¿Podría aplicarse la misma lógica en Ucrania?
El problema es que cualquier sugerencia de ceder tierras, incluso si solo es simbólica o administrativa, equivale a traicionar el enorme sacrificio ucraniano. Sería prácticamente imposible para el presidente Volodymyr Zelenskyy justificar tal política ante una nación que ha perdido a miles de soldados y civiles en defensa de su soberanía.
Putin y su verdadero interés
Expertos en geopolítica sostienen que la ambición de Vladimir Putin no se limita a la obtención de territorio. Su objetivo más profundo sería instaurar un gobierno prorruso en Kyiv capaz de frenar cualquier intento de integración de Ucrania con Occidente.
Un paralelismo se presenta con Georgia, donde las regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia se convirtieron en obstáculos para su ingreso a la OTAN. La política rusa parece seguir ese mismo libreto: usar enclaves rebeldes como herramientas de presión geopolítica.
La oposición firme de Ucrania
El presidente Zelenskyy ha reiterado en múltiples ocasiones que el cese del fuego debe preceder a cualquier conversación seria de paz. Para Ucrania, discutir sobre territorios antes de que cesen las hostilidades es considerar premios para el agresor.
Europa, solidaria en esta postura, sostiene que cualquier arreglo territorial debe ser resuelto exclusivamente por Ucrania. Y más aún, consideran que la mejor garantía de supervivencia para Kyiv no es la neutralidad, sino el desarrollo de una fuerza armada sólida, equipada y moderna.
¿Hacia una Ucrania neutral?
Mientras el gobierno de Trump ha removido temporalmente la posibilidad de una adhesión de Ucrania a la OTAN, los países europeos se resisten a que esto se traduzca en una neutralidad impuesta. Zelenskyy tampoco ha dado señales de querer abandonar la aspiración legítima de aproximación a la Unión Europea.
Los socios occidentales creen que el derecho de Ucrania a elegir su camino debe ser innegociable. Tal como subrayó el propio Rutte, imponer límites sobre el equipamiento militar o los tratados de defensa sería abrir la puerta a una futura vulnerabilidad.
El peligro del precedente
Permitir, aunque sea simbólicamente, que Rusia obtenga lo que tomó por la fuerza, crearía un precedente internacional peligroso. ¿Qué impediría que otra potencia regional repita la fórmula?
La historia del siglo XX está plagada de ejemplos donde la política de apaciguamiento fracasó con costes colosales. Muchos recuerdan el Acuerdo de Múnich de 1938, en el cual se cedió parte de Checoslovaquia a la Alemania nazi en un intento desesperado por evitar la guerra. Menos de un año más tarde comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Una solución realista, pero justa
Es evidente que una solución al conflicto ucraniano no será sencilla ni inmediata. El equilibrio entre pragmatismo geopolítico y justicia territorial debe buscarse cuidadosamente. Pero sin Ucrania en la mesa y sin su consentimiento, cualquier propuesta, por pragmática que parezca, será un castillo de naipes.
El Consejo Europeo ha reiterado su apoyo incondicional a la soberanía ucraniana. Como enunció recientemente el Alto Representante Josep Borrell: “Con las armas se puede ganar terreno, pero no se puede construir legitimidad.”