Uvalde: El eco de una tragedia y el silencio imperdonable de la autoridad

A más de dos años de la masacre en la primaria Robb, nuevos documentos revelan detalles de la inacción de la policía mientras padres desesperados clamaban por sus hijos

Un silencio que aún duele

Uvalde, Texas, volvió a ser el centro de atención nacional tras la publicación de nuevos videos de cámaras corporales y documentos que revelan con crudeza cómo la policía respondió con una agonizante lentitud a uno de los tiroteos escolares más mortales en la historia de Estados Unidos. El ataque ocurrido en mayo de 2022 en la escuela primaria Robb cobró la vida de 19 niños y 2 maestras, un hecho que no solo sembró dolor en la comunidad, sino rabia por la aparente indiferencia de quienes debían actuar con urgencia.

70 minutos de inacción, 400 oficiales y una comunidad traicionada

Los videos difundidos, producto de una larga lucha legal por parte de medios y familiares de las víctimas, muestran lo impensable: casi 400 agentes de diversas agencias de seguridad apostados dentro y fuera del colegio sin intervenir, durante más de 70 minutos.

Entre las imágenes, puede verse a oficiales de distintas corporaciones moviéndose en los pasillos, esperando, hablando, mientras los balazos cesaban y los gritos morían. El horror no estaba afuera: estaba tras una puerta cerrada, con Salvador Ramos, un joven de 18 años armado con un rifle semiautomático comprado legalmente, y un aula llena de niños.

Padres al límite: 'O entran ustedes o entro yo'

Las grabaciones también captan los gritos desesperados de padres, apiñados contra las rejas de la escuela:

  • “¿Quién es su maestro? ¿De quién es la clase?”, gritaba uno.
  • “¡Vamos, hombre, mi hija está ahí!”, gritaba otro.
  • “O entran ustedes o entro yo. ¡Mis hijos están adentro, por favor!”, decía un padre fuera de cámara.

Las súplicas resonaban al mismo tiempo que la policía debatía tácticas sin ejecutar ninguna, discutían llaves, gas lacrimógeno, sin que nadie, aparentemente, asumiera el mando.

El historial inquietante de Salvador Ramos

Documentos liberados esta semana arrojan más luz sobre la evolución del agresor. Ramos tuvo múltiples intervenciones previas con la policía, incluyendo hechos ocurridos solo tres meses antes de la masacre. En dos noches consecutivas, el departamento del sheriff acudió a su domicilio, tras discusiones con su madre por videojuegos rotos y el Wi-Fi apagado.

Su madre llegó a decir que le temía. Ramos abandonó la secundaria a los 17 años y había mostrado señales preocupantes desde la secundaria. Sin embargo, nada se hizo para intervenir efectivamente, incluso cuando su comportamiento era cada vez más errático, según muestran los registros escolares finalmente entregados.

¿Hubo negligencia criminal?

De los cientos de oficiales que respondieron ese día, solo dos han sido formalmente acusados: Pete Arredondo, entonces jefe de policía de la escuela, y Adrian Gonzales. Ambos enfrentan cargos por abandono y peligro a menores, cargos que han negado. Sus juicios están programados para finales de este año.

Las investigaciones federales y estatales encontraron múltiples fallas en cadena: entrenamiento inadecuado, pobre comunicación, liderazgo ambiguo y, lo más doloroso, una posible preferencia por salvaguardar la seguridad de los agentes por encima de la vida de los niños.

El muro de la opacidad: la batalla por la verdad

Tras dos años de opacidad institucional, finalmente se liberaron los documentos gracias a una batalla legal encabezada por familiares y medios como The Texas Tribune y diversos colectivos ciudadanos. Desde 2022, se exigía transparencia. No se trataba de morbo, sino de honor, dignidad y responsabilidad pública.

En julio de 2023, una corte de apelaciones de Texas determinó que los registros debían hacerse públicos. Fue una victoria legal, pero sobre todo moral. El silencio institucional dolía casi tanto como la tragedia misma.

¿Por qué no actuaron?

En una de las grabaciones más impactantes, un oficial pregunta: “¿No está con niños?”, a lo que otro responde: “Sí, está con niños.” El primero agrega: “No lo podemos ver. Estábamos al frente y comenzó a disparar.” Claramente, había consciencia de la gravedad, pero se eligió esperar.

Se mencionó la posibilidad de usar gas por una ventana, o abrir la puerta de otra manera, pero nada indica que esas ideas fueran ejecutadas. Tampoco quedó claro quién dirigía la operación. La cadena de mando estaba rota y los minutos, cada vez más mortales.

Una comunidad marcada de por vida

La tragedia de Uvalde no será recordada solo por las vidas perdidas, sino por la respuesta fallida, fragmentada y, para muchos, cobarde. Cada nuevo documento publicada es un nuevo clavo en el ataúd del relato oficial inicial, que pretendía justificar lo injustificable.

Hoy, familiares como la madre de Jacklyn Cazares, de 9 años, o el padre de Amerie Jo Garza, siguen exigiendo justicia. No se trata solo de condenar a dos oficiales, sino de sanar una herida que no dejará de sangrar hasta que se asuma una responsabilidad real a escala estatal y federal.

“No solo fallaron. Nos traicionaron”, dijo Berlinda Arreola, abuela de Amerie, durante una vigilia en el segundo aniversario. “Nuestros hijos murieron, y ellos simplemente... esperaron.”

La lección pendiente de aprender

Desde Columbine en 1999 hasta Parkland en 2018, las escuelas estadounidenses han quedado atrapadas en un ciclo de violencia armada e ineptitud política. Pero Uvalde duele diferente. Aquí la muerte no ocurrió en segundos. Se prolongó durante más de una hora. Con cada minuto, la esperanza agonizaba un poco más.

El legado de Uvalde debe ser más que dolor. Debe ser la chispa de un cambio estructural, que incluya reformas en protocolos policiales, accesos a armas, evaluación psicológica de jóvenes, y transparencia radical en situaciones de crisis.

Pero ante todo, debe ser un compromiso profundo con la verdad y la memoria.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press