Corea del Norte, altavoces y diplomacia: ¿Un giro hacia la paz o una guerra de nervios?
Entre propaganda a todo volumen, ejercicios militares y señales mixtas, la Península de Corea vive otra escalada de tensión con aroma a déjà vu.
Una frontera que habla (literalmente) a todo volumen
En uno de los límites más militarizados del planeta, los altavoces se convirtieron en armas de guerra psicológica. Desde hace décadas, Corea del Sur y Corea del Norte han usado potentes parlantes en la zona desmilitarizada (DMZ) para transmitir propaganda hacia el otro lado de la frontera: mensajes, cánticos patrióticos, advertencias y hasta éxitos del K-pop.
Este tipo de propaganda no es solo ruido molesto, es una herramienta táctica diseñada para influir, provocar y sembrar discordia interna. Durante los últimos meses, el intercambio de mensajes —o más bien, de decibelios— entre ambos bandos alcanzó un nuevo pico provocado por el regreso de los altavoces surcoreanos, suspendidos en el pasado como parte de acuerdos diplomáticos frágiles.
Los gestos que (no) significan lo que parecen
Cuando la administración del nuevo presidente surcoreano, Lee Jae Myung, decidió desmantelar sus altavoces en un movimiento de conciliación, observadores esperaban una reacción equivalente. Pocos días después, medios surcoreanos informaron que el Norte estaba también retirando sus propios dispositivos de sonido.
Sin embargo, Kim Yo Jong, la influyente hermana del líder supremo norcoreano Kim Jong Un, se apresuró a desmentirlo: “Los altavoces del Norte nunca fueron retirados ni tenemos intención de hacerlo”. Para rematar, calificó al gobierno surcoreano como desesperado por retomar un diálogo que Pyongyang simplemente no busca.
“¿Por qué deberíamos enviar mensajes a EE.UU. o a Corea del Sur?”, dijo Kim Yo Jong, reafirmando que no tienen interés en regresar a las negociaciones multilaterales, congeladas desde 2019 tras el fallido encuentro en Hanói entre Kim Jong Un y Donald Trump.
Diplomacia en mute: la herencia de los fracasos
Desde 2018 hasta 2020, hubo un período de cierto optimismo diplomático entre las dos Coreas y con Estados Unidos. Las imágenes de Kim Jong Un caminando junto a Moon Jae-in en la frontera simbolizaban una posible nueva era. Sin embargo, tras la cumbre de Hanói —que terminó abruptamente sin acuerdo— y la posterior intensificación de pruebas nucleares del Norte, el péndulo volvió a oscilar hacia la tensión.
El regreso a prácticas simbólicas como los altavoces tiene más peso del que parece: indica que, para Corea del Norte, la postura es de confrontación más que conciliación. Aunque el nuevo presidente surcoreano apuesta por mantener la puerta abierta al diálogo, el Norte no ha dado señales creíbles de reciprocidad.
Guerra sonora y cultural en tiempos de K-pop
Uno de los objetivos de los altavoces surcoreanos es difundir cultura pop surcoreana, una ofensa mayor para el régimen de Pyongyang. Kim Jong Un ha declarado “tolerancia cero” frente a la influencia cultural del Sur, especialmente entre las nuevas generaciones. El consumo de novelas, canciones e incluso dialecto surcoreano puede ser motivo de arresto o ejecución en el Norte.
La estrategia de usar K-pop y mensajes sobre libertad y bienestar económico como armas psicológicas ha irritado al Norte profundamente. En respuesta, ellos activaron sus propios altavoces con sonidos ensordecedores, gongs, animales aullando y discursos patrióticos dirigidos al Sur.
¿Y los ejércitos qué dicen?
Las tensiones alcanzan otro nivel cuando se considera el componente militar. Los ejercicios conjuntos entre Corea del Sur y Estados Unidos, programados para el 18 de agosto, incluyen no solo simulacros defensivos, sino también maniobras de invasión, según la narrativa norcoreana.
Corea del Norte históricamente ha aprovechado estos ejercicios para justificar sus propias pruebas de misiles y avances en su programa nuclear. A esto se suma su reciente acercamiento con Rusia, país al que ha enviado, según fuentes occidentales, artillería y personal militar tras la invasión a Ucrania.
Putin, Kim y el eje Moscú-Pyongyang
El giro geopolítico del Norte hacia Rusia es notable. En julio de este año, Kim Jong Un y Vladimir Putin mantuvieron una llamada telefónica en la que discutieron su “cooperación militar” según medios estatales. El Kremlin incluso informó haber compartido con Kim detalles de una futura reunión entre Putin y Trump.
El silencio de Pyongyang respecto a esa reunión en comunicaciones oficiales sugiere que su actual interés diplomático se enfoca más en fortalecer alianzas con Moscú que en reconectar con Washington o Seúl.
¿Qué significa todo esto para la región?
Estamos ante una dinámica compleja en la cual las señales diplomáticas se entremezclan con gestos simbólicos y ruido literalmente ensordecedor.
Expertos como Duyeon Kim, analista del Center for a New American Security, han señalado que “el Norte está jugando el juego largo”, apostando a ganar tiempo, fortalecerse militarmente y posicionarse en un nuevo orden geopolítico de inclinación asiática.
Con tres potencias nucleares (EE.UU., China y Rusia) en la ecuación, y una Corea del Norte cada vez más agresiva y menos aislada que antes, el riesgo de un conflicto directo, aún sin estar en el horizonte inmediato, no puede tomarse a la ligera.
La psicología detrás de las bocinas
Este conflicto acústico no es una anécdota menor. Diversos estudios en sociología militar y psicológica han confirmado el impacto de la guerra de sonidos. En la década de 1990, Estados Unidos usó heavy metal para desmoralizar al régimen de Manuel Noriega en Panamá. En Irak, se usaron grabaciones de niños llorando. Lo que en contextos de paz sería considerado tortura sensorial, en guerra se convierte en herramienta estratégica.
La península coreana es uno de los últimos escenarios donde esta táctica aún se ejecuta a gran escala, convirtiendo la frontera en un teatro de operaciones sonoras cuyos efectos son difíciles de medir pero imposibles de ignorar.
¿Altavoces o altavoces mentales?
Más allá del sonido audible, esta confrontación expone otra realidad: ambos estados compiten por controlar el relato, manipular la percepción pública y dominar la narrativa tanto interna como internacional.
El nuevo gobierno liberal surcoreano enfrenta una realidad incómoda: sus gestos conciliadores son respondidos con desdén, mientras que sus ciudadanos siguen siendo blanco de una propaganda ensordecedora que les recuerda lo frágil que es la paz en la región.
El futuro: entre ruidos y silencios
La situación actual obliga a preguntarse: ¿hasta qué punto estos símbolos —un altavoz menos o una cumbre no realizada— reflejan posiciones estratégicas reales? ¿Podrá la presión externa suavizar la postura del Norte, o simplemente están ganando tiempo aliándose con regímenes que los fortalecen y les permiten seguir aislados del orden democrático internacional?
Mientras tanto, los ciudadanos de ambos lados, especialmente los que viven cerca de la frontera, seguirán despertando con sonidos metálicos, alarmas retóricas y promesas que quedan silenciosamente en el aire.
Porque a veces, en Corea, la guerra se libra a gritos, pero la paz, si llega, será en susurros.