Devastación silenciosa: la crisis humanitaria en Gaza bajo el implacable calor del verano

Mientras la ola de calor azota el enclave, miles de palestinos desplazados luchan por sobrevivir sin comida, agua ni refugio adecuado

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El verano más cruel: calor extremo en tierra arrasada

En Gaza, donde cada rincón carga los estragos del conflicto, el verano de 2025 se ha convertido en una pesadilla más. Las altas temperaturas, que han superado los 40ºC, han agravado una ya trágica situación humanitaria. Miles de desplazados, apiñados en campamentos improvisados, huyen no solo de los bombardeos, sino también del sol inclemente que cuece la región sin misericordia.

Las imágenes que han emergido de los campamentos en Khan Younis y Gaza City muestran a niños cargando cubos de agua, madres bañando a sus hijos con agua recogida de puntos improvisados, y hombres sosteniendo bolsas de plástico llenas del liquido vital —cada una vendida por una moneda que ya pocos tienen.

El acceso al agua, una lucha diaria

El sistema de abastecimiento de agua en Gaza, incluso antes del conflicto, ya era precario. Según reportes del UNRWA, más del 97% del agua de la Franja se considera no apta para consumo humano. Ahora, con el agravante del desplazamiento interno masivo y las interrupciones constantes del suministro eléctrico, la situación se ha tornado crítica.

Las plantas desalinizadoras que aún funcionan apenas pueden responder a la demanda. Los puntos de distribución se colapsan bajo el calor, y familias enteras deben caminar kilómetros para recoger unos pocos litros. Muchas veces, esa agua ni siquiera es potable.

“Un hombre nos vendió una bolsa con un litro de agua por un shéquel (unos 30 centavos de dólar). Era lo único que encontré para mi hija enferma”, cuenta Fátima, madre de tres niños.

La vulnerabilidad extrema de los desplazados

Según las cifras de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), más de 1,8 millones de personas están desplazadas internamente en Gaza, lo que representa cerca del 80% de toda su población. En los campamentos improvisados, sacudidos por el polvo y sin estructuras reales, los días se tornan insoportables.

Las tiendas no retienen fácilmente el calor, pero tampoco lo disipan durante la noche. En hospitales como el Shifa, que hoy funciona en condiciones críticas, el calor ha obligado a utilizar almacenes al aire libre para instalar a los pacientes. La situación de estos centros de salud es caótica: ventiladores que no enfrían, cortes eléctricos y una falta urgente de medicinas básicas.

Niños bajo riesgo de deshidratación y golpes de calor

Los más afectados son los más inocentes. Según informes del UNICEF, dos tercios de los muertos recientes en Gaza son menores. Aunque no todos los decesos se deben directamente al calor, las condiciones extremas como la deshidratación, la malnutrición aguda y los golpes de calor han cobrado numerosas vidas infantiles.

Los niños, que normalmente encuentran refugio en escuelas (muchas ahora destruidas), ahora cargan cubos, caminan por calles derruidas o hacen fila durante horas en busca de un sorbo de agua.

Una crisis alimentaria que se agrava con el clima

Al hambre generada por la destrucción de infraestructura se suma ahora la imposibilidad de conservar alimentos por la falta de refrigeración. La cadena de frío se ha roto por completo, y con ella, desaparece la posibilidad de conservar productos básicos como leche, carne o incluso vegetales.

Según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), más del 90% de la población no tiene acceso regular a alimentos nutritivos. La escasez de comida coincide ahora con una necesidad calórica y nutricional más alta debido al calor.

Un sistema de salud colapsado sin capacidad de respuesta

La salud pública ha colapsado. En palabras del doctor Sami Abu Shaban, jefe de pediatría del hospital Shifa:

“Antes luchábamos contra infecciones, ahora luchamos contra el sol. No tenemos sueros rehidratantes, ni espacio ni ventilación. Gaza está muriendo de sed y de calor.”

Los casos de diarrea severa, infecciones estomacales y golpes térmicos se han duplicado en menos de un mes, de acuerdo con datos de Médicos Sin Fronteras.

La infraestructura: arenas en manos del viento

A las condiciones climáticas hay que sumar el colapso de la infraestructura. Las carreteras están destruidas, los sistemas de drenaje no funcionan y la recolección de basura está completamente detenida. Cuando cae la noche, la peste generada por residuos en descomposición hace el ambiente irrespirable.

Las Naciones Unidas han advertido que sin corredores humanitarios permanentes ni una reevaluación inmediata de las hostilidades y bloqueos, la población civil está al borde del colapso total.

La persistente presencia de cuerpos bajo escombros también representa una amenaza sanitaria y epidemiológica de alto nivel, hasta ahora subestimada.

¿Dónde está la comunidad internacional?

Si bien se han planteado iniciativas de distribución de agua por parte de organismos como la ONU, la realidad logística sobre el terreno ha sido brutal. Los camiones no tienen acceso a muchas áreas, y cuando lo hacen, se enfrentan a muchedumbres desesperadas, donde a menudo estallan conflictos por una ración.

El calor, por tanto, no solo intensifica el sufrimiento, sino que también acrecienta las tensiones sociales. La comunidad internacional, ocupada en múltiples frentes geopolíticos, ha mostrado una lenta o mínima reacción ante la dramática situación climática-humanitaria que enfrentan los palestinos.

Una mirada al futuro próximo

La realidad en Gaza es desesperante, y los pronósticos meteorológicos no anuncian mejoría cercana. Se espera que la ola de calor continúe al menos dos semanas más, según datos del Centro Meteorológico Palestino. Sin intervención masiva y urgente, miles de vidas penden de un hilo bajo el sol abrasador.

Según Amnistía Internacional, la actual situación puede ser clasificada como “crueldad institucionalizada” si no se garantizan pronto canales humanitarios que permita a la población acceder a agua, alimento, medicamentos y seguridad mínima.

Voces que resisten

Pero en medio de la devastación, las historias de resistencia también emergen. Como Enaam Al Majdoub, una abuela que, sin apenas recursos, cocina y baña a sus nietos usando apenas dos botellas de plástico llenas con agua.

“No puedo ofrecerles aire acondicionado ni comida caliente... así que lucho con lo poco que tengo. Mi impotencia es mi rabia transformada en amor”, dice con lágrimas saladas por el calor.

Y es que para miles en Gaza, cada nuevo amanecer no es solo un día más de verano, sino una batalla más por sobrevivir a un infierno hecho sol, arena y despreocupación internacional.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press