Europa en llamas: cuando el fuego avanza más rápido que la respuesta
Incendios forestales en España, Grecia, Francia y el Reino Unido revelan una alarma climática ineludible y el agotamiento de los sistemas de emergencia ante una crisis que parece no tener fin
El verano que incendió a Europa
Agosto de 2025 ha sumido a varios países europeos en una pesadilla ardiente. Desde los bosques gallegos en Larouco y Pareisas —en el noroeste de España— hasta las colinas de Patras, Grecia, sin olvidar la campiña francesa ni las llanuras de Londres, el fuego ha sido protagonista, desplazando a miles de personas, devastando hábitats, campos agrícolas y ciudades, e imponiendo un desafío sobrecogedor a las autoridades.
Más allá de ser una recopilación de imágenes devastadoras, lo que estamos viendo representa un símbolo: el presente del cambio climático ya no se puede ignorar desde Europa. Los incendios forestales se han convertido en la norma, no la excepción, con cada verano batiendo los récords del anterior. Este artículo es una opinion crítica sobre la inacción, la resiliencia comunitaria y la metamorfosis del clima europeo.
¿Un fenómeno nuevo? No del todo, pero sí más feroz
Si bien los países del sur de Europa llevan décadas lidiando con incendios forestales, el aumento de la temperatura global, la sequía prolongada y la gestión inadecuada del suelo están multiplicando su intensidad y su frecuencia.
Según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS), en 2022 España lideró la lista de países con más superficie afectada por incendios en la UE, con más de 300.000 hectáreas quemadas. La tendencia continúa en ascenso.
Y no solo el sur arde. Este verano, el Reino Unido y Escocia también enfrentaron inusuales incendios en extensos parques urbanos y zonas rurales. Arthur’s Seat en Edimburgo, Wanstead Flats en Londres: lugares donde hace apenas unos años un incendio forestal era impensable, hoy se ven envueltos en llamas al estilo mediterráneo.
Cuando los vecinos superan al Estado
Las imágenes hablan por sí solas: residentes de Larouco con ramas en la mano intentando detener las llamas; campesinos griegos evacuando a sus cabras mientras el fuego devora olivares a sus espaldas; en Fontjoncouse, Francia, agricultores con sus propias mangueras defendiendo sus viñas.
"Los vecinos son la primera línea de defensa, porque los bomberos no llegan a tiempo. Somos los únicos que no podemos abandonar nuestras casas", comentó Pablo García, agricultor gallego, a medios locales.
Este fenómeno de autoorganización no es nuevo, pero sí se ha vuelto más visible y crucial. Sin equipos adecuados, muchas veces arriesgan sus vidas. ¿Por qué deben exponerse así? Porque las infraestructuras estatales están sobrepasadas.
Deficiencias estructurales y poca previsión
Los gobiernos, pese al historial de incendios, siguen reaccionando más que previniendo. Aviones hidrantes, helicópteros, brigadas de bomberos: todos necesarios, sí, pero llegan tarde.
Un informe del Buró Europeo de Medio Ambiente de 2023 alertó que solo un puñado de países, como Portugal y Croacia, cuentan con planes integrales de prevención de incendios. Y aun esos modelos enfrentan dificultades frente a la magnitud de los nuevos fuegos.
Además, muchas zonas rurales de Europa se han vaciado poblacionalmente. Esto deja vastos terrenos sin mantenimiento forestal, cubiertos de maleza seca, combustible perfecto para las llamas.
La dimensión ecológica de la catástrofe
No solo se pierden vidas humanas o casas. Se destruyen hábitats esenciales, se acelera la desertificación, se libera carbono acumulado durante siglos. Algunos ejemplos recientes:
- En Saint-Laurent-de-la-Cabrerisse (sur de Francia), se destruyeron más de 20.000 hectáreas de bosque mediterráneo, hogar de especies endémicas.
- En Grecia, incendios en las afueras de Patras amenazaron sitios arqueológicos y viñedos patrimoniales.
- España reportó daños millonarios en cultivos de uva en Galicia y ganado perdido en Castilla.
Los efectos a largo plazo del fuego sobre la biodiversidad europea aún se están cuantificando, pero los ecólogos advierten que puede tomar décadas restaurar sistemas ecológicos tan complejos.
Entre el turismo y la catástrofe
El turismo, piedra angular económica de muchas regiones afectadas, también sufre. Playas vacías, planes cancelados, tráfico aéreo alterado. En ciudades como Patras, hoteles que deberían estar llenos se convierten en refugios para evacuados.
El contraste es duro: mientras algunos disfrutan del mar Báltico en Alemania, otros, a unas pocas horas de vuelo, luchan contra el fuego con cubos de agua. El cambio climático divide incluso la experiencia de las vacaciones.
¿Cuál es la salida?: prevención, adaptación y acción climática real
Existen soluciones. Pero requieren voluntad política, inversión sostenida y, sobre todo, ruptura con los paradigmas económicos actuales. La prevención es mucho más barata que la reconstrucción, pero los presupuestos siguen volcados mayormente a la emergencia.
La reforestación con especies nativas, la limpieza controlada de sotobosques, planes de evacuación sólidos y actualizados, infraestructura antifuego para las casas rurales, reactivación demográfica de las zonas despobladas: todas son partes de una estrategia integral que rara vez se aplica a plenitud.
Pero además, y más urgente, es necesario que Europa cumpla con sus compromisos climáticos. Las olas de calor serán más largas, los veranos más secos, y los inviernos menos propicios para regenerar el suelo. La adaptación no debe ser solo técnica: también mental y cultural.
La resiliencia ya existe, pero no durará sola
La población civil demuestra una y otra vez que está dispuesta a luchar. Pero no se les puede pedir más. Algunos lo han perdido todo y aun así ayudan a sus vecinos. La resiliencia tiene un límite, y tras muchos veranos consecutivos de tragedia, seguirá erosionándose.
Europa necesita un nuevo contrato climático, no solo entre países, sino entre el Estado y sus ciudadanos. Uno que priorice la vida sobre la rentabilidad, el territorio sobre la especulación, y que vea a los incendios no como imprevistos aislados, sino como una consecuencia directa de nuestras decisiones colectivas.
Y mientras llega ese contrato, los baldes de agua y las ramas seguirán siendo las armas de los valientes que se niegan a ver su tierra consumida por las llamas.