Siria, entre la transición política y la violencia sectaria: ¿está el futuro del país en peligro?

De la violencia en la costa a los enfrentamientos en Sweida: un análisis de la inestabilidad creciente que amenaza el frágil equilibrio sirio tras la caída de Al Assad

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Una transición marcada por las sombras de la guerra

Han pasado más de 13 años desde que estalló la guerra civil en Siria, una tragedia que ha dejado más de 500,000 muertos, millones de desplazados y un país completamente fragmentado. Sin embargo, a pesar de la caída del antiguo presidente Bashar al-Assad en una ofensiva rebelde en diciembre pasado, la tan esperada paz aún no ha llegado. Los recientes acontecimientos en la costa siria, donde se desató una ola de violencia sectaria, y el posterior informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre Siria respaldada por la ONU, muestran que el país continúa atrapado en dinámicas de odio y venganza.

¿Qué ocurrió en la costa siria?

En marzo, estallaron enfrentamientos entre facciones armadas leales al antiguo régimen y las fuerzas de seguridad del nuevo gobierno. Lo que comenzó como escaramuzas entre bandos rivales terminó convirtiéndose en una masacre sectaria. Las víctimas principales: civiles de la comunidad alauita, a la que pertenecía Bashar al-Assad.

El informe de la ONU denuncia que al menos tres divisiones afiliadas al nuevo ejército sirio, formadas por antiguas brigadas respaldadas por Turquía y grupos islamistas como Hayat Tahrir al-Sham, estuvieron implicadas en asesinatos extrajudiciales, torturas y desapariciones. Entre ellas se encuentran:

  • La 62.ª y 76.ª divisiones, anteriormente conocidas como Brigada Sultan Suleiman Shah y División Hamza.
  • La 400.ª división, compuesta por antiguos miembros de Hayat Tahrir al-Sham, vinculada históricamente con el actual presidente interino, Ahmad al-Sharaa.

Las atrocidades cometidas incluyeron ataques sistemáticos a poblaciones alauitas, ejecuciones sumarias, saqueos, quema de viviendas y violencia sexual, incluyendo casos impactantes de violación y matrimonios forzados de mujeres secuestradas. Uno de los pasajes más perturbadores del informe hace referencia a un grupo de hombres vestidos de negro que secuestraron a una mujer y la violaron en grupo antes de venderla para un matrimonio forzado. La impunidad reina: ningún responsable ha sido arrestado hasta la fecha.

Sin un plan estatal… ¿pero sin responsabilidad?

A pesar de la gravedad de los hechos, la ONU afirma que no encontró pruebas de que existiera una orden directa del gobierno central para llevar a cabo los ataques. Sin embargo, la amplitud y organización de las operaciones sugiere al menos una tolerancia tácita de las autoridades regionales.

Una investigación paralela encargada por el propio gobierno transicional sirio reconoció que hubo "violaciones generalizadas y graves" cometidas por integrantes del nuevo ejército, aunque también negó que existieran órdenes de mando que las justificaran. Esta investigación contabilizó más de 1,400 muertos, principalmente civiles alauitas.

En respuesta, el ministro de Asuntos Exteriores, Asaad al-Shibani, señaló que su gobierno tomaba "nota seria de las presuntas violaciones" y propuso un plan de acción que incluye una mayor supervisión sobre el reclutamiento militar, así como la integración de minorías en las fuerzas de seguridad. Si bien son pasos positivos, para los sobrevivientes parece ser demasiado poco y demasiado tarde.

El regreso de los viejos fantasmas: violencia en Sweida

Por si fuera poco, en el mes de julio se desató otro foco de violencia en la provincia suroccidental de Sweida. Esta vez, los enfrentamientos fueron entre fuerzas del gobierno y combatientes de la comunidad drusa, una minoría religiosa que históricamente había permanecido neutral en el conflicto.

El resultado fue desolador: cientos de muertos, decenas de miles de desplazados y nuevas acusaciones de ejecuciones sumarias y saqueos cometidos por soldados del gobierno. Algunas ONGs locales denunciaron la quema intencionada de aldeas drusas y desapariciones forzadas de líderes comunitarios. Esto ha llevado a un aumento palpable de la tensión entre las minorías religiosas y el nuevo poder político sunita en Damasco.

Las minorías levantan la voz

Ante esta situación, representantes de comunidades kurdas, cristianas, drusas, alauitas y otras se reunieron en la ciudad de Qamishli, bajo control kurdo, para debatir el futuro del país. El principal resultado fue una petición clara: la instauración de un modelo de Estado descentralizado y una nueva constitución que garantice la pluralidad religiosa, cultural y étnica.

La propuesta es, en esencia, una forma de federalismo que otorgue autonomía a las regiones, permitiendo a las distintas comunidades autogobernarse y protegerse mutuamente. Esto significaría un viraje radical con respecto al modelo centralista que ha prevalecido desde la época de Hafez al-Assad en los años setenta.

¿Es posible una Siria plural y democrática?

La pregunta que muchos se hacen es si Siria podrá algún día convertirse en un Estado donde convivan pacíficamente suníes, alauitas, drusos, cristianos, kurdos y otros grupos. No será fácil. Las heridas aún están demasiado abiertas, y existe un profundo resentimiento y desconfianza entre comunidades que sienten haber sido perseguidas o abandonadas.

El nuevo gobierno tiene ante sí un reto titánico: reconstruir no solo infraestructuras sino una noción de ciudadanía que trascienda el sectarismo. Para ello, es fundamental:

  • Garantizar justicia: Juicios transparentes para los responsables de crímenes.
  • Reformar las fuerzas de seguridad: Profesionalizar las instituciones y asegurarse de que no respondan a intereses sectarios.
  • Inclusión política: Asegurar la participación real de minorías en todas las esferas de poder.
  • Educación y reconciliación: Programas educativos que promuevan el respeto intercomunitario y fomenten la memoria histórica sin revisionismo.

Como mencionó uno de los líderes kurdos en la conferencia de Qamishli: “Esta vez, no podemos construir Siria solo desde Damasco. Tiene que venir desde todos los rincones, desde cada aldea, cada comunidad, cada memoria herida.”

Más allá de Siria: una región en crisis

La violencia y la represión en Siria se inserta en un contexto regional de creciente inestabilidad. En Irán, un ataque aéreo israelí al complejo carcelario de Evin resultó en la muerte de al menos 80 personas, entre ellas reclusos y visitantes. Human Rights Watch catalogó el bombardeo como “un aparente crimen de guerra” y denunció que tras la evacuación, las autoridades iraníes sometieron a los prisioneros —muchos de ellos activistas— a palizas y violencia sexual.

En Nigeria, la reactivación de los ataques de Boko Haram ha impulsado al gobierno a adquirir armamento estadounidense por $346 millones. La venta, si bien fue aprobada por el Departamento de Estado, ha generado dudas sobre el alcance real del control gubernamental y las violaciones a los derechos humanos cometidas por el ejército nigeriano en el pasado.

Estos ejemplos muestran un patrón: el uso de la violencia como herramienta de control político y la marginalización sistemática de minorías o disidentes. Siria no es la excepción, pero sí un caso particularmente trágico.

¿Qué nos dice esto del futuro cercano?

Que la promesa de una «nueva Siria» está lejos de realizarse. A pesar del cambio de régimen, la maquinaria del odio sigue funcionando. La comunidad internacional, aunque ha documentado las violaciones, aún no ha planteado un mecanismo efectivo para la rendición de cuentas.

Mientras tanto, las víctimas siguen esperando justicia, reconocimiento y un lugar digno en la historia de su país. Como dice el proverbio árabe: “El que no recuerda el pasado, está condenado a repetirlo.” Hoy, la memoria colectiva siria sigue siendo un campo de batalla. Solo el tiempo dirá si puede transformarse en el cimiento de la reconciliación.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press