Agua envenenada y calor implacable: la otra cara del conflicto en Gaza
Una mirada profunda al impacto devastador de la crisis del agua en Gaza, donde la vida se reduce a sobrevivir con cada gota en medio del asedio, el desplazamiento y la devastación climática
La sed como sentencia: niños y madres en la línea de fuego
Bajo el sol abrasador de agosto, Rana Odeh regresa a su tienda en el campo de desplazados de Muwasi, en el centro de Gaza, con un bidón de agua turbia que obtuvo tras hacer fila por más de una hora. Al ver el color ambarino del líquido, sabe que es probable que esté contaminado. Pero no tiene alternativa: debe darle de beber a sus hijos.
“Se la damos porque no tenemos otra opción”, dice. “Causa enfermedades, sí, pero contra la sed no hay defensa”.
Las escenas de niños descalzos cargando garrafones, madres repartiendo pequeñas dosis de agua entre sus hijos y hombres agotados persiguiendo camiones cisterna, son ahora parte del paisaje cotidiano en Gaza, una franja sometida al doble castigo de la guerra y el colapso hídrico.
El colapso de la infraestructura: cuando el agua se vuelve un arma
En los últimos 22 meses, desde que Israel iniciara su ofensiva militar en Gaza, el acceso al agua se ha convertido en una pesadilla. Según UNICEF, actualmente los residentes reciben menos de 3 litros de agua al día por persona, muy por debajo del mínimo humanitario de 15 litros necesarios para cubrir consumo, higiene y cocción (Fuente: UNICEF).
La destrucción de plantas desalinizadoras, el corte en los suministros eléctricos, los ataques a la red de tuberías y la contaminación de los acuíferos por aguas residuales y restos de escombros, han convertido el suministro de agua potable en un lujo inalcanzable. Hoy, solo 137 de los 392 pozos están operativos, según cifras de Naciones Unidas.
Enfermarse por beber: el precio invisible
El agua que los gazatíes logran conseguir está muy lejos de ser segura. Contaminada por aguas negras o cargada de sal, causa graves efectos sanitarios. Según la UNRWA, las enfermedades gastrointestinales representan ya casi la mitad de los casos médicos atendidos: diarréas agudas, infecciones por parásitos y, en el peor de los casos, enfermedades renales por el consumo de agua salina.
“Cuando bebes agua con microbios o lavas los alimentos con ella, estás plantando la semilla de una disentería letal”, advierte Mark Zeitoun, director del Geneva Water Hub.
Antes de la guerra, Gaza lograba abastecerse por múltiples fuentes: una parte del agua llegaba de Israel, otra la obtenían de pozos y desalinizadoras locales, e incluso se importaba agua embotellada. Hoy, todas estas opciones están comprometidas o fuera de servicio.
El calor como catalizador del desastre
Para sumar más tragedia, la región afronta una ola de calor que eleva la temperatura hasta los 36 °C. Las tiendas de campaña donde viven cientos de miles de desplazados no ofrecen ningún tipo de alivio. Dentro y fuera, el calor es asfixiante.
“Nos obligamos a beber lo que haya, incluso de bolsas de plástico. Está caliente, sabe mal, te enferma… pero no hay más”, dice Mahmoud al-Dibs, otro desplazado en Muwasi.
Ante la escasez persistente, muchas familias recurren al mar. Pero beber agua salada no solo agrava la deshidratación, sino que puede llevar a complicaciones renales irreversibles.
Crónica de una emergencia evitada
Resulta escalofriante observar que, si bien la crisis alimentaria en Gaza ha captado cierta atención internacional, el drama hídrico continúa relegado, pese a su inmensa gravedad.
Monther Shoblaq, jefe de la Autoridad Municipal de Agua Costera de Gaza, resume la situación con una frase lapidaria:
“Se puede sobrevivir algunos días sin comida, pero no sin agua”.
Entre sus sacrificios diarios está enviar algo de agua a zonas hospitalarias, lo cual significa privar de recursos a otros servicios básicos, como el tratamiento de aguas residuales. El resultado: más cúmulos de aguas negras, más infecciones, más muerte silenciosa.
¿Un respiro en el futuro?
Algunas medidas de alivio comienzan a emerger. Israel ha reconectado una de las plantas desalinizadoras locales a su red eléctrica y ha reactivado dos de los tres ductos de Mekorot, su compañía nacional de agua.
Además, se espera que una planta de desalinización financiada por Emiratos Árabes Unidos, construida en Egipto, comience a enviar agua al sur de Gaza en las próximas semanas. Esta planta no dependería de infraestructuras israelíes, aunque su ingreso a territorio palestino todavía dependerá del control aduanero israelí.
Aunque estos proyectos ofrecen una tenue luz en el túnel, organizaciones humanitarias temen que un repunte bélico —como el previsto por Israel en Gaza City y Muwasi— interrumpa nuevamente toda esta frágil red de asistencia.
Niños cargando bidones: la nueva infancia palestina
Lo más devastador de esta crisis es la niñez que se desvanece. En lugar de estudiar, jugar o imaginar un futuro, miles de niños palestinos dedican sus días a buscar agua. Muchos cargan recipientes casi tan grandes como ellos por caminos polvorientos y bajo temperaturas que queman la piel.
Hosni Shaheen, otro desplazado del sur de Gaza, describe el sentir colectivo: “El agua te enferma, te retuerce el estómago… pero si no la bebes, te mueres de sed. Vivimos un callejón sin salida”.
Una crisis fabricada: el agua como herramienta de control
Activistas e instituciones como Oxfam han señalado que el agua ha sido utilizada como una forma más de sometimiento y control. La infraestructura bombardeada, los permisos restringidos para ingreso de combustible o repuestos, y la priorización militar son hechos documentados que indican una estrategia deliberada.
Algunas zonas de Gaza solo reciben camiones cisterna cada tres días, una frecuencia totalmente insuficiente. A esto se suma el desmantelamiento parcial de las redes internas de distribución y la falta de capacidad logística para almacenar o purificar el agua.
Un mundo indiferente, un pueblo sediento
Quizás lo más desgarrador sea la percepción global: mientras se discute el acceso a alimentos, rehenes o armamentos, el derecho más básico —el agua— es omnipresente pero invisibilizado.
La comunidad internacional debe responder con la urgencia que la situación amerita. No hacerlo es condenar a más de dos millones de personas a una agonía lenta, que no mata de golpe, sino por goteo. Con cada vaso, con cada diarrea, con cada cuerpo febril de un niño palestino deshidratado, el mundo se hace eco de su silencio.