Cowgirls de verdad: el cine poético y combativo de 'East of Wall'

Un retrato íntimo, honesto y necesario de las mujeres jinete del corazón de Dakota del Sur y sus historias de lucha, resistencia y comunidad

Una mirada al oeste que no ve el cine comercial

En un panorama cinematográfico saturado de superhéroes digitales y dramas de laboratorio, una película como “East of Wall” se siente como una bocanada de aire puro. Dirigida por Kate Beecroft, esta obra híbrida entre ficción y documental pone bajo el reflector a un grupo que raras veces tiene voz en el entretenimiento: las verdaderas cowgirls de las Badlands, en Dakota del Sur.

Con un estilo visual lírico y una narrativa que demuestra respeto y cercanía, East of Wall nos lleva en un viaje por las vidas de mujeres fuertes, resilientes y llenas de contradicciones: expertas entrenadoras de caballos, madres, cuidadoras y también víctimas de un sistema que constantemente las empuja a los márgenes.

Tabatha Zimiga: alma, guía y corazón del filme

Tabatha Zimiga, oriunda de Dakota del Sur, es la protagonista absoluta de esta historia. Sin formación actoral pero con una presencia imponente en pantalla, Zimiga interpreta una versión dramatizada de sí misma: una mujer que doma y rehabilita caballos salvajes, mientras sostiene un rancho que no solo es hogar de sus hijos, sino también refugio para niños abandonados, víctimas de violencia o negligencia.

La tierra no te pide permisos ni disculpas”, dice su hija Porshia en una de las evocadoras narraciones en voice-over, recordando inevitablemente las vibrantes reflexiones rurales de Linda Manz en “Days of Heaven” (1978). Es un cine más de sensaciones que de trama, con la melancolía del viento seco sobre campos infinitos y los ecos de historias que bien podrían contarse con una guitarra y una voz ronca en una fogata.

Realidad y dramatización: ¿Dónde termina una y empieza otra?

Aunque hay roles secundarios interpretados por actores reconocidos como Jennifer Ehle y Scoot McNairy, la mayoría del elenco está conformado por personas no profesionales que se interpretan a ellas mismas. Esta decisión hace de East of Wall un prisma honesto, rugoso, imperfecto, pero emocionalmente verdadero.

Sin embargo, no está exenta de construcciones narrativas artificiales. La inclusión del personaje de McNairy —un tejano forastero interesado en comprar el rancho bajo condiciones sospechosamente generosas— parece sacado más de un guión tradicional hollywoodense que de las vidas retratadas. El conflicto que sugiere se siente forzado y resta intimidad al núcleo orgánico de la historia.

Un documental disfrazado de ficción

No son pocos los críticos que opinan que East of Wall habría funcionado mejor como documental. Y quizá no estén equivocados. Las escenas más poderosas son las que capturan la cotidianidad: mujeres cabalgando con temeridad, grabando TikToks mientras galopan junto a coches por caminos sin asfaltar, o simplemente compartiendo su verdad sin filtros en círculos íntimos de conversación.

Somos madres arrepentidas, hijas rotas y salvadoras sin capa”, dice una de las personajes en un momento devastador en su sencillez, durante una escena de mujeres hablando sobre sus errores y miedos. No necesita guión, ni dirección elaborada; basta con encender la cámara y escuchar.

La violencia silenciosa del olvido

Lo que East of Wall exhibe sin necesidad de proclamas es la precariedad sistémica que recorre las venas de muchas mujeres rurales en EE.UU.: falta de acceso a salud, recursos limitados, violencia estructural y el estigma de no ajustarse a los estándares urbanos o de clase media.

El hecho de que estas cowgirls no luzcan como actrices de cine —con sus rostros tallados por el sol, tatuajes visibles y cortes de cabello que desafían las normas de feminidad— es precisamente lo que hace que esta película sienta tanto. Ellas no fingen montar a caballo, lo hacen mejor que cualquier doble. Y viven una verdad cruda, muchas veces ignorada por el cine industrial.

Entre el duelo y la tierra

Parte fundamental de la fuerza narrativa es el duelo palpable que atraviesa Tabatha y su hija Porshia. La muerte del esposo de Tabatha —cuyas circunstancias se omiten deliberadamente por parte de Beecroft durante buena parte del filme—, sirve de telón de fondo emocional para explorar cómo el trauma y el dolor se heredan, se reciclan y, a veces, se convierten en rabia.

Mi madre no lloró en el funeral. Esa tierra ya se la había tragado todo antes”, dice Porshia en otro monólogo inolvidable. Lo que a otros directores les llevaría litros de lágrimas artificiales y música épica, aquí se logra con una simple toma de una niña cabalgando sola al amanecer.

La historia detrás de la historia

Kate Beecroft llegó a este mundo casi por accidente. Cansada de la rutina creativa en Los Ángeles y con experiencia en actuación y dirección de arte, decidió emprender un viaje por carretera junto a su amigo y director de fotografía Austin Shelton. Según cuenta ella misma, una desviación en el camino la llevó a encontrarse con Tabatha y su comunidad.

Es una metanarrativa que suena romántica, incluso idealizada, pero que también plantea preguntas válidas sobre el papel del cineasta como forastero. ¿Qué derecho tiene alguien del “exterior” a interpretar y adaptar historias tan profundamente personales?

La respuesta de Beecroft parece estar en el respeto. Si bien se toma licencias narrativas cuestionables, hay una ternura evidente en su mirada, una voluntad de escuchar y no solo usar. Eso, en tiempos donde muchas producciones buscan el trauma como espectáculo, ya es ganancia.

¿Representación o apropiación?

En un contexto social cada vez más atento a la representación ética y la autoría cultural, es válido analizar si East of Wall cruza la línea de la apropiación. Beecroft, como mujer blanca de clase media, retratando a mujeres indígenas, mestizas y pobres, podría ser motivo de debate.

Sin embargo, al incluirlas no solo como sujetas de la historia sino también —en casos como Porshia Zimiga— como partícipes activas en la creación del filme, se establece un equilibrio menos problemático. Aquí no hay exotización, ni romanticismo vacío; hay suciedad, hay heridas, pero también orgullo y agencia.

Una poesía de tierra, polvo y TikTok

East of Wall es, en última instancia, cine de mujeres. No solo porque gira en torno a ellas, sino porque su ritmo, sensibilidad y enfoque huyen de la lógica del héroe masculino. Es un filme donde la lucha no se libra con pistolas o espuelas, sino con ternura, persistencia y decisiones difíciles.

Uno de los contrastes más fascinantes del filme es ver a estas mujeres dominar paisajes vastos y salvajes mientras hacen algo tan contemporáneo como grabar videos para redes sociales. Son jinetes que saben editar reels y gestionar su presencia digital, todo mientras crían hijos, durante crisis económicas, sin agua caliente a veces. Esta no es la cowgirl romántica inventada por Hollywood. Esta es la mujer de carne, hueso y tierra.

Como dice un viejo proverbio lakota: “La tierra no nos pertenece, nosotros le pertenecemos”. Y en East of Wall, esa verdad se siente en cada plano, en cada caballo salvaje, en cada historia dolorosa que, por fin, encuentra su voz en el celuloide.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press