Hezbolá, el poder paralelo en Líbano y el dilema del desarme

En un Líbano marcado por tensiones internas y amenazas externas, la negativa de Hezbolá a entregar sus armas expone un conflicto más profundo entre soberanía, defensa nacional e intereses regionales.

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El anuncio gubernamental que agitó a Hezbolá

Hace apenas unos días, el gobierno del Líbano aprobó una resolución histórica —y muy controvertida— para desarmar a Hezbolá antes de que termine el año. Esta decisión, que cuenta con el visto bueno de EE. UU., ha avivado una antigua fractura que divide al país desde hace décadas: ¿puede subsistir un Estado con milicias armadas operando al margen del ejército oficial?

Naim Qassem, el número dos de Hezbolá y símbolo de su ala política, respondió desde una tribuna televisiva durante una festividad chií. Con lenguaje combativo y retórico de resistencia, declaró que el gobierno está sirviendo a los intereses de Israel al intentar despojarlos de sus «armas defensivas».

Hezbolá y la narrativa de la resistencia

Fundado en 1985 tras la invasión israelí de Líbano en 1982, Hezbolá ha construido toda su identidad sobre la noción de «resistencia». Su legitimidad popular, especialmente entre la comunidad chií del sur del país, proviene de haber sido la fuerza que luchó —según su narrativa— contra la ocupación israelí y la expulsó en el año 2000.

Muchos libaneses, sin embargo, sostienen hoy que Hezbolá se ha convertido en un Estado dentro del Estado, armado y financiado por Irán, con capacidad de decisión autónoma sobre cuestiones de guerra y paz, especialmente en la frontera sur con Israel.

Durante la guerra de 2024 entre Israel y Hezbolá —un conflicto que duró 14 meses y dejó más de 4,000 muertos, 1 millón de desplazados y una reconstrucción valorada en $11 mil millones según el Banco Mundial— el grupo perdió a buena parte de su dirigencia militar y política, pero no así su capacidad de fuego.

¿Una decisión soberana o una presión externa?

La presión internacional, liderada por EE. UU., ha sido fundamental en el giro del gobierno libanés. La resolución que exige el desarme del grupo no ha brotado exclusivamente del consenso interno, sino como parte de una estrategia más general para estabilizar la región y evitar una nueva escalada entre Israel y Hezbolá.

Sin embargo, el argumento del gobierno ha sido que Líbano solo puede consolidarse como Estado si monopoliza el uso legítimo de la fuerza. Es una postura lógica en términos de derecho internacional, pero profundamente desafiante en el terreno político libanés, donde las líneas entre partidos, religiones y milicias son históricamente difusas.

Hezbolá, Irán e Israel: el triángulo imposible

Hezbolá no es solo una milicia o un partido político: es la carta más fuerte de Irán en el Mediterráneo. Su alianza con Teherán no solo incluye armamento y entrenamiento militar, sino también una red de medios, escuelas y servicios sociales que fortalecen su arraigo.

Para Israel, el desarme de Hezbolá es una obsesión estratégica. Pero, como lo dejó claro Qassem, el desarme no está en la agenda del grupo “hasta que Israel desocupe territorio libanés y cese sus ataques aéreos”. Desde el fin de la guerra, Tel Aviv mantiene presencia militar en cinco posiciones dentro de Líbano, zonas de observación que Israel considera cruciales para prevenir ataques desde el norte.

La tensión no se limita al frente físico. La historia reciente está marcada por casi diarios ataques aéreos israelíes sobre suelo libanés, que han matado a decenas de milicianos y reforzado la postura de Hezbolá de no entregar sus armas ‘mientras persista la agresión’.

¿Una guerra civil en puerta?

El peso de la declaración de Qassem es aún mayor cuando advierte que, si llegarán a estallar enfrentamientos internos, “la culpa será del gobierno”. Añadió que Hezbolá y su aliado, el movimiento Amal —liderado por el presidente del Parlamento, Nabih Berri y protagonista de la guerra civil de 1975-1990—, han evitado manifestaciones masivas para dar espacio al diálogo.

No obstante, sugirió que si se convoca a protestas nacionales, los simpatizantes de Hezbolá estarían «en todas partes del Líbano y frente a la embajada estadounidense». Un mensaje claro y directo.

Defensa, soberanía y el Estado fallido

Durante décadas, Líbano ha vivido en un frágil equilibrio. La combinación entre un sistema político confesional, una economía colapsada y una clase política corroída por la corrupción ha dejado al Estado casi sin herramientas para implementar políticas de seguridad o justicia.

En este contexto, Hezbolá ha ocupado un espacio vacío, especialmente entre los más desfavorecidos. Con hospitales, escuelas y alimentos subsidiados, el grupo no depende exclusivamente de su brazo militar para ejercer influencia; actúa como un Estado paralelo.

Y aquí radica el verdadero dilema: ¿Cómo desarmar a un actor que no solo tiene armas, sino también legitimidad política, social y religiosa?

La comunidad internacional y la solución imposible

Desde la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU (2004), que instaba al desarme de todas las milicias no estatales en Líbano, hasta la intermediación de EE. UU. en el último alto al fuego entre Hezbolá e Israel, el tema no ha dejado de estar sobre la mesa diplomática.

Pero ni la ONU, ni Washington, ni los gobiernos europeos han logrado resultados sostenibles. El equilibrio de poder interno en Líbano impide acciones unilaterales. Si el Estado insiste en aplicar el desarme sin consenso, existe un alto riesgo de que se desate un nuevo enfrentamiento interno.

Según analistas como Karim Bitar, del Institute for Political Sciences de Beirut, “cualquier intento por desarmar a Hezbolá a la fuerza sería una invitación abierta al caos total. No se trata solo de armas, sino de los sentimientos de identidad y orgullo de una parte considerable de la sociedad libanesa”.

¿Qué futuro para el Líbano?

Hezbolá afirma estar dispuesto a discutir una estrategia nacional de defensa, pero solo después de que Israel se retire completamente y deje de atacar. Es una condición imposible mientras exista desconfianza mutua entre ambas partes.

Mientras tanto, el proceso político libanés seguirá paralizado entre bloques irreconciliables. El desarme de Hezbolá no solo es una cuestión militar, sino el reflejo de un mal mayor: la incapacidad del Estado para ejercer autoridad efectiva.

En medio de este panorama, Líbano se acerca peligrosamente a una nueva encrucijada. El riesgo no es solo una nueva guerra con Israel o entre facciones internas. El verdadero peligro es la consolidación de un Estado incapaz, cedido al poder de los actores armados, donde la palabra 'soberanía' ya perdió todo significado.

Como advirtió Qassem, “si es necesario, lucharemos una guerra larga”. Y eso debería sonar como una alarma no solo para Beirut, sino para toda la comunidad internacional.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press