Trump y el control federal sobre la policía de Washington D.C.: ¿emergencia real o impulso autoritario?
El controvertido intento de Donald Trump de asumir el mando de la policía capitalina reabre el debate entre la seguridad, la autonomía local y el riesgo de un poder centralizado que amenaza la democracia.
Una capital en disputa: más que una batalla política
En un movimiento sorpresivo, el expresidente Donald Trump ordenó el despliegue de 800 elementos de la Guardia Nacional en Washington D.C. bajo la bandera de su “Fuerza de Tarea Para un D.C. Seguro y Hermoso” (Making D.C. Safe and Beautiful Task Force). El argumentó: "Nuestra capital ha sido tomada por pandillas violentas y criminales sedientos de sangre".
Lo que podría parecer una respuesta drástica ante una supuesta crisis de seguridad ha encendido alarmas tanto entre funcionarios locales como entre activistas y ciudadanos. ¿Realmente era necesaria una intervención federal a ese nivel? ¿O estamos ante una muestra más de lo que varios sectores llaman la amenaza autoritaria de Trump? En este artículo realizamos un análisis profundo sobre esta confrontación que pone a prueba la balanza entre el poder federal y la autonomía local.
Autoritarismo disfrazado de orden
Para muchos en el sector progresista, como Lisa Gilbert, co-presidenta de la organización Public Citizen, el accionar de Trump representa un avance peligroso: “Donald Trump no se detendrá hasta que la democracia sea reemplazada por una regla autoritaria y vengativa”.
Estas palabras surgen tras una serie de medidas que incluyen la designación de un jefe de policía de emergencia aliado a su gobierno, ignorando la autoridad de la actual jefa del Departamento de Policía Metropolitana de Washington, Pamela Smith, quien ha tenido que enfrentar con firmeza lo que denominó como "una de las mayores amenazas al orden público jamás vistas por parte de un gobierno".
Un retroceso al 73: desafiando la autonomía de D.C.
Desde la aprobación del Home Rule Act en 1973, Washington D.C. ha gozado de autogobierno limitado. Sin embargo, al no ser un estado, el Congreso y el presidente conservan facultades únicas que les permiten intervenir en asuntos internos bajo ciertos supuestos de emergencia.
El intento de Trump de controlar directamente la policía marca la primera vez en medio siglo que se intenta vulnerar dicho acuerdo. Aunque con respaldo legal cuestionable, Trump activó este poder durante un periodo de 30 días, lo cual generó un intenso debate sobre si el Congreso (y particularmente el partido Republicano) le dará oportunidad de extenderlo indefinidamente.
Limpieza, inmigración y política
Más allá de la seguridad, Trump argumentó que “si nuestra capital está sucia, todo el país está sucio”. La narrativa de degradación urbana y caos es utilizada por el expresidente para justificar sus acciones y, de paso, aplicar políticas relacionadas como la cooperación obligatoria de la policía local con autoridades federales de inmigración, aún cuando estas contradicen leyes locales.
La procuradora general Pam Bondi emitió un memorándum que ordena explicitamente al departamento de policía de D.C. obedecer instrucciones federales, especialmente en materia migratoria. En el contexto de una ciudad tradicionalmente protectora de los derechos de los migrantes, esto ha sido interpretado como una invasión en regla.
¿Crisis real o crisis fabricada?
Pero lo que más ha enfurecido a los críticos de Trump es la falta de una justificación objetiva para declarar una emergencia. El fiscal de distrito de Filadelfia, Larry Krasner, ironizó: “¿De verdad hablas de una emergencia? ¿O es que simplemente pretendes inventar una para justificar tanques en la calle?”.
Si bien Washington enfrenta desafíos como el crimen callejero y la falta de vivienda, las estadísticas apuntan a una bajada en los índices de criminalidad desde 2023, en consonancia con otras grandes ciudades de EE.UU. El argumento de “ciudad fuera de control” no se sostiene con datos listos.
La paradoja del poder ciudadano
Washington no es solo una capital federal. Más de 25 millones de personas la visitaron en 2024, incluyendo más de 2 millones de extranjeros. Es hogar de instituciones federales, memoriales, museos, barrios cosmopolitas y también de comunidades vulnerables como Anacostia.
Las políticas de limpieza o seguridad impuestas desde una visión de orden autoritario podrían terminar desplazando sectores marginados, gentrificando aún más una ciudad que ya convive con contrastes profundos. Lo que Trump ve como revitalización de la capital, otros lo ven como una peligrosa alteración del equilibrio social.
La visión de la derecha: ¿renovación urbana o venganza política?
En círculos conservadores, la intervención ha encontrado apoyo fervoroso. El representante Andy Ogles propuso eliminar los 30 días de límite de federalización de la policía de Washington para “darle al presidente todo el tiempo y autoridad para aplastar la anarquía”.
Incluso desde cuerpos policiales hay voces a favor. Gregg Pemberton, líder del sindicato de policía de Washington, fue claro: “El crimen está fuera de control y nuestros agentes están sobrecargados. Apoyamos al presidente”. La posibilidad de repetir este modelo en otras ciudades con situaciones similares como Filadelfia, Baltimore o Chicago ya empieza a circular entre actores conservadores.
Precedentes históricos: el fantasma del autoritarismo en EE.UU.
La movilización militar en las calles estadounidenses no es nueva. En 1968, el entonces presidente Lyndon B. Johnson respondió a los disturbios tras el asesinato de Martin Luther King Jr. con tropas. Tras el 11-S también hubo presencia militar.
Sin embargo, en ninguna de estas ocasiones hubo un intento de apoderarse de la autoridad policial local. Es ahí donde reside la diferencia crucial. Como señaló Gilbert: “La intervención física no es igual a la intervención institucional. Una cosa es proteger; otra, usurpar.”
¿D.C. como experimento nacional?
El caso de Washington podría marcar un antes y un después en la relación entre ciudades autónomas y el poder federal. Y esa es, quizás, la visión más preocupante: replicar un modelo de control desde el ejecutivo, asaltando competencias y rompiendo tradiciones democráticas básicas.
La pregunta ya retumba en los pasillos del Congreso: ¿Qué pasa si en nombre de la seguridad se impone un gobierno central más fuerte, vertical y menos dialogante? ¿Y si funciona –al menos en términos de percepción–, cuántas ciudades más podrían estar en la mira?
Como advertía el alcalde de Baltimore, Brandon Scott: “Quitarle tareas a los agentes federales para ponerlos a patrullar calles no nos hace más seguros. Es un acto de teatro, no de gobernanza.”
El dilema democrático
En última instancia, el conflicto en D.C. no trata solo de seguridad pública. Se trata del alma misma del federalismo estadounidense, de cuánto poder puede concentrarse en una figura sin generar consecuencias autocráticas.
Hoy, Washington vuelve a ser un símbolo: esta vez, del choque de paradigmas entre el poder ciudadano y la tentación autoritaria. Y donde algunos ven orden y limpieza, otros temen represión y control.