La peligrosa seducción del Valle de la Muerte: ¿por qué subestimamos el calor extremo?

Entre ciencia, percepción y turismo — cómo el calor en uno de los lugares más inhóspitos del planeta sigue cobrando vidas

Death Valley, o el Valle de la Muerte, tiene un nombre que ya advierte los peligros a los que se exponen miles de turistas cada año. Sin embargo, a pesar de los carteles que dicen tajantemente “HEAT KILLS!” (¡EL CALOR MATA!), muchas personas siguen recorriendo sus áridas rutas con una botella de agua y la sensación equivocada de que “no será tan grave”. Pero los números cuentan otra historia. Esta es una exploración profunda sobre el calor mortal de Death Valley, la fascinación que despierta y los desafíos de una buena comunicación de riesgos.

Cuando el calor no solo incomoda, sino mata

Este icónico parque nacional en California ostenta el récord de la temperatura más alta jamás registrada en el planeta: 134°F (56.67°C) en julio de 1913, aunque algunos meteorólogos sostienen que la marca más fiable es 130°F (54.4°C), alcanzada en julio de 2021.

Estos no son meros números de récords Guinness. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA), el calor es el fenómeno meteorológico más letal en Estados Unidos, cobrándose más vidas que huracanes, tornados o inundaciones. El Valle de la Muerte, en particular, cobra la vida de entre una y tres personas al año por causas directamente relacionadas con el calor.

El extremo calor no discrimina: afecta tanto a senderistas inexpertos como a atletas de resistencia. El aire seco y caliente evapora el sudor antes de que siquiera se perciba, lo que provoca una subestimación del estado de deshidratación.

La llamada del desierto: turismo temerario

Ray Estrada, un abuelo de Las Vegas, llevó a su nieto de 11 años al parque para “sentir el calor más fuerte del mundo”. Equipado con una sombrilla, agua y electrolitos, el plan de Ray era sencillo: “Si te mareas, nos damos la vuelta”. Ese día, el termómetro alcanzó los 118°F (47.78°C).

Como él, muchos turistas buscan vivir el calor como una experiencia. Algo parecido a un rito de paso. De hecho, los meses de verano —julio y agosto— son de los más concurridos en el parque, y la afluencia incluso aumenta cuando se anuncian temperaturas superiores a los 120°F. Abby Wines, subdirectora del parque, lo resume bien: “Es muy fácil subestimar lo peligroso que es el calor extremo. La gente solo lo ve como una incomodidad”.

El calor extremo y el espejismo del control

La percepción del riesgo juega un papel clave. Baruch Fischhoff, profesor en Carnegie Mellon University, indica que la gente tiende a subestimar riesgos cuando siente que tiene algún tipo de control sobre la situación. Si están bien hidratados o creen que pueden salir rápido del parque, se sienten seguros, aunque en realidad el entorno cree condiciones letales.

Ya hubo ocasiones en las que helicópteros de rescate no pudieron despegar porque las temperaturas de más de 53°C los hacían inútiles. Incluso ambulancias tienen limitaciones operativas que muchas veces no se consideran.

El problema de la comunicación persistente

Death Valley intenta advertir con señales en puntos críticos. Pero han observado que los visitantes responden mejor a señales temporales que a las instaladas de manera permanente. ¿La razón? Según el psicólogo experimental Marc Green, esto es totalmente predecible: “Si una señal está todo el tiempo ahí, incluso en días frescos, se percibe como fondo, no como información útil”.

Otro reto es la enormidad del parque: con más de 50 entradas, muchos visitantes nunca se encuentran con un guardabosque que pueda informar con detalle. Depender del autodidactismo turístico es apostar contra la estadística.

La variable humana: edad, género e ingresos

Las percepciones del riesgo de calor varían según edad, género, raza y situación económica. Jennifer Marlon, investigadora de la Universidad de Yale, explica que los hombres blancos de edad avanzada tienden a sentir menos miedo ante el calor, mientras que las mujeres suelen tener una percepción de riesgo más elevada.

Este fenómeno también se ve afectado por el lugar de residencia: personas de climas más fríos reaccionan diferente a los avisos de calor, muchas veces subestimando los riesgos al no tener experiencia directa.

¿Qué sí funciona al comunicar riesgos?

Las advertencias abstractas como “puede ser mortal” tienen poco efecto. Los estudios sugieren que mensajes específicos, conductuales y visuales son más efectivos. Por ejemplo:

  • Evitar caminatas después de las 10 a.m. en zonas bajas.
  • Mantenerse en carreteras pavimentadas y cerca del vehículo.
  • Beber agua constantemente y conocer los signos de insolación: mareo, náuseas, dolor de cabeza.
  • Mostrar imágenes de personas aplicando las conductas recomendadas: hidratándose, descansando en la sombra, usando toallas mojadas.

Además, los estudios indican que la influencia de amigos, familiares o líderes comunitarios tiene más impacto que un cartel institucional. Si alguien cercano nos dice que se lleva tres litros de agua o que suspende una excursión, es más probable que prestemos atención.

¿Y si nombráramos las olas de calor como a los huracanes?

Una de las ideas más innovadoras está en boca de científicos climáticos: dar nombres individuales a las olas de calor, como a los huracanes. Esta denominación colocaría los episodios de calor en la atención pública con más énfasis y urgencia.

“Nuestros cerebros están diseñados para reaccionar ante la novedad. Si sabes que se aproxima la ola de calor ‘Azul’ o ‘Vulcano’, es más probable que te prepares”, sugiere Marlon.

El calor no es una prueba de valía

Muchos de los incidentes registrados en el parque llevan a una conclusión sociológica: hay una búsqueda de gloria o resiliencia malsana. Desde correr 135 millas en competencia hasta caminar al mediodía por las dunas. Pero Wines recuerda: “Este calor no es para probar tu coraje. Este calor te desorienta, colapsa tu cuerpo y puede matarte antes de que entiendas qué está pasando”.

El calor del futuro

El cambio climático no es parte del futuro. Es el ahora. Si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan al ritmo actual, cada vez más regiones —no solo Death Valley— experimentarán temperaturas extremas.

Este nuevo clima no solo transformará nuestros ecosistemas, sino que nos obligará a repensar conceptos tan básicos como caminar al aire libre. Las advertencias deberán ser más humanas, más emocionales y menos institucionales. Solo así podremos evitar que el turismo, la desinformación y la arrogancia humana sigan alimentando el cementerio invisible del Valle de la Muerte.

“La naturaleza siempre avisa. El problema es si estamos dispuestos a escuchar.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press