Luchando con mapas y votos: El nuevo rostro combativo del Partido Demócrata en EE.UU.
Mientras Donald Trump empuja redistritajes a su favor, los demócratas abandonan la cortesía política y se lanzan al combate desde los estados
El fin de la diplomacia: los demócratas entran al juego del poder duro
Durante años, el Partido Demócrata en Estados Unidos ha sido criticado por su tendencia a respetar las normas no escritas de la política estadounidense, evitando estrategias duras por considerarlas poco éticas o impropias del proceso democrático. Sin embargo, el juego cambió. Con Donald Trump empujando agresivos redistritajes para aumentar la presencia republicana en el Congreso, los demócratas han dicho basta. Y esta vez, la respuesta no ha sido solo con palabras, sino con acción política concreta.
Cuando Texas se convirtió en el epicentro de la resistencia
El conflicto comenzó con Texas, donde la legislatura, dominada por republicanos, buscó redibujar los mapas electorales para enviar cinco nuevos representantes republicanos a la Cámara. En respuesta, decenas de legisladores demócratas literalmente huyeron del estado para evitar el quórum necesario y bloquear el voto. Como si se tratara del cierre de una película épica del Viejo Oeste, los legisladores se refugiaron en Illinois, California y Nueva York, donde fueron recibidos como héroes por gobernadores aliados.
El gobernador Gavin Newsom de California respondió convocando elecciones especiales y promoviendo nuevos distritos que podrían beneficiar al Partido Demócrata, una clara represalia política. JB Pritzker, de Illinois, se burló de su par texano Greg Abbott, y Kathy Hochul, de Nueva York, calificó a los republicanos texanos de "vaqueros fuera de la ley". La narrativa cambió: ya no se trataba solo de defender principios; se trataba de preservar el sistema democrático frente a lo que muchos llaman una deriva autoritaria.
De la indignación a la movilización nacional
La respuesta demócrata no se limitó a palabras altisonantes o tuits en mayúsculas. Desde manifestaciones públicas hasta campañas de recaudación nacional y planes alternativos de redistritaje en estados bajo control demócrata, la izquierda estadounidense está haciendo valer su peso político en el terreno real, no solo simbólico.
“Para todos los que preguntaban ‘¿Dónde están los demócratas?’ – bueno, aquí están”, declaró con contundencia la representante Jasmine Crockett de Texas, cuya curul está en peligro con el nuevo mapa propuesto.
El activismo se ha distribuido entre alas progresistas e institucionales del partido con una rara unidad estratégica. Maurice Mitchell, jefe del Working Families Party, comentó: “Los demócratas están asumiendo riesgos reales para proteger nuestros derechos frente a un presidente autoritario que solo entiende el lenguaje de la confrontación”.
¿Por qué importa tanto el redistritaje?
Para entender el conflicto, basta observar cómo los cambios en los distritos pueden afectar el control del Congreso. Al modificar las líneas de los distritos —un proceso conocido como gerrymandering— un partido puede agrupar votantes afines y dispersar a los contrarios, asegurando así victorias estratégicas donde antes había competencia reñida.
Un caso clave ocurrió con el paquete legislativo de Trump, que incluyó recortes fiscales para los más ricos y la erosión de programas sociales. Esa legislación pasó por el Senado con un solo voto de diferencia. Si el mapa del Congreso hubiera sido otro, esa reforma fiscal —respaldada por el uno por ciento más rico— podría no haber visto la luz.
"Hazlo ahora o calla para siempre"
Beto O’Rourke, excongresista texano, ha instado a los gobernantes demócratas a responder con la misma moneda, incluso si eso implica dejar de lado mecanismos como las comisiones independientes supuestamente neutrales. “No hay árbitros en este juego”, dijo sin pelos en la lengua durante un mitin, “que se jodan las reglas”.
Incluso líderes moderados como el presidente del Comité Nacional Demócrata, Ken Martin, han reconocido el giro: “Este no es el Partido Demócrata de tu abuelo, que llevaba un lápiz a una pelea con cuchillos”, ironizó.
El voto popular demócrata, frecuentemente frustrado por la arquitectura electoral, parece estar finalmente encontrando una palanca para convertir apoyo en poder. En estados como California, Illinois y Nueva York, es probable que las legislaturas controladas por los demócratas aprueben distritos nuevos que envíen más representantes fieles al partido a Washington.
Lo que está en juego: democracia vs poder absoluto
La lucha por los distritos electorales no es una discusión técnica entre burócratas. Es una batalla que definirá si Estados Unidos se acerca más a una democracia pluralista o a una democracia dirigida por una minoría ideológica aferrada al poder.
El representante Al Green, también de Texas, señaló que lo que hace Trump no es solo política dura, sino un intento calculado de “acaparar el poder con arrogancia egomaníaca”. A su juicio, los demócratas deben valerse del mismo pragmatismo que mostró el presidente Lyndon B. Johnson, también texano, cuando logró pasar la Ley de Derechos Civiles en los años 60.
En palabras del representante Greg Casar: “Tenemos que hacer jugadas de poder que pueden parecer feas en el corto plazo, para poder luego aprobar leyes que prohiban el gerrymandering a nivel nacional y acaben con los súper PACs”.
La ciudadanía también entra en juego
Muchos votantes todavía piensan que la política no les afecta directamente. Julie Johnson, otra representante texana, lo dice sin rodeos: “Si no haces política, la política te hará a ti”.
Un reciente estudio del AP-NORC Center reveló que un alarmante 25% de votantes demócratas definieron a su propio partido como “débil”, “apatético” o “ineficaz”. El escenario actual busca combatir esa percepción. El matrimonio entre el discurso encendido y la acción política está generando entusiasmo, especialmente entre los jóvenes votantes progresistas que alguna vez se sintieron traicionados por la pasividad del partido frente a los avances republicanos.
“Unidad en la acción”, más que eslogan
Esta ofensiva demócrata se ha convertido en una forma de lucha que une causas diversas como el acceso al aborto, los derechos de personas LGBTQ+ y el aumento de impuestos a los multimillonarios. Temas que, separados, pueden parecer fragmentados, encuentran ahora una narrativa común: defender la democracia frente a la amenaza conservadora autoritaria.
El pastor Al Sharpton lo resumió hace unos días: “Cuando quieren silenciar tu voto, quieren silenciar tu voz. Y cuando logran eso, empieza el autoritarismo sin maquillaje”. Una declaración que quizás muchos vieran como alarmista hace años, pero que ahora, en medio de la lucha por los mapas, se vuelve proféticamente acertada.
¿El fin de la ingenuidad política?
El Partido Demócrata parece estar soltando lo que el politólogo Andrew O’Neill llama “el complejo de superioridad moral improductiva”. Ya no basta con discursos extensos ni apelaciones éticas. Se requiere poder real para cambiar realidades. Y ese poder comienza construyendo mayorías en el Congreso, voto a voto, distrito a distrito.
Trump, con todo su poder de movilización, ya demostró que el manual antiguo de la política liberal no sirve para frenarlo. Ahora los demócratas parecen finalmente haber comprendido que, como en una partida de ajedrez, si no atacas, terminas perdiendo por jaque mate lento.
Mientras tanto, la próxima elección intermedia en 2026 se perfila como un combate central por el alma democrática del país. Y esta vez, los demócratas llegan al ring preparados para golpear.