Serbia al borde del estallido: protestas, brutalidad policial y el rostro de una democracia erosionada

El conflicto social en Serbia va mucho más allá de una protesta: es el reflejo de un modelo autoritario en colapso

  •  EnPelotas.com
    EnPelotas.com   |  

El hartazgo se desborda en las calles

Desde noviembre, Serbia ha sido escenario de una ola de protestas lideradas por estudiantes, que inicialmente comenzaron tras una tragedia ferroviaria que dejó 16 muertos. Sin embargo, lo que se inició como una manifestación contra la negligencia del gobierno derivó en una protesta generalizada contra el autoritarismo, la corrupción y el abuso policial.

En Valjevo, una ciudad ubicada a 100 kilómetros de Belgrado, los enfrentamientos llegaron a un punto crítico. Jóvenes encapuchados encendieron bengalas y lanzaron piedras contra la sede del Partido Progresista Serbio (SNS), liderado por el presidente Aleksandar Vučić. El edificio terminó en llamas. La reacción fue inmediata: una feroz represión con gases lacrimógenos y porras, en el que la policía arremetió contra los manifestantes.

Los videos que encendieron la mecha

El principal catalizador de la intensificación del conflicto fue la circulación en redes sociales de un video donde se observa a un joven siendo brutalmente golpeado por agentes del orden. El video rápidamente se viralizó, y el país explotó en indignación. Esa noche, miles de personas salieron a protestar en distintas ciudades: Belgrado, Novi Sad y nuevamente Valjevo.

En palabras del Ministro del Interior, Ivica Dačić, al menos 18 personas fueron detenidas tras los disturbios y un oficial de policía resultó herido. No obstante, organizaciones de derechos humanos locales han denunciado múltiples casos de heridos entre los manifestantes, así como detenciones arbitrarias.

¿Dictadura vestida de democracia?

El autoritarismo de Vučić no es nuevo. Desde su llegada al poder en 2012, ha ido consolidando poco a poco una estructura política basada en el control de los medios de comunicación, el sistema judicial y los recursos públicos.

El Freedom House, organismo que monitorea la salud democrática en el mundo, recategorizó a Serbia en 2023 como una nación de “régimen híbrido”, colocándola junto a países como Hungría o Turquía. Esto significa que, aunque hay elecciones, estas ocurren en un marco de institucionalidad erosionada.

El periodista serbio Slavko Ćuruvija —asesinado en 1999 en circunstancias aún oscuras— se convirtió en símbolo a lo largo de los años de los peligros de ejercer el periodismo bajo gobiernos autoritarios. Recientemente, su nombre ha vuelto a ser mencionado por sectores que denuncian la “opacidad democrática” instalada en el país.

El factor geopolítico: entre Bruselas y Moscú

Serbia es formalmente candidata a ingresar a la Unión Europea, pero mantiene fuertes vínculos con Rusia y China. Esta situación paradójica inquieta a Bruselas, que insiste en la necesidad de que el país respete los valores democráticos inherentes al bloque.

Vučić, por su parte, no oculta su cercanía al Kremlin. Aunque Serbia no ha reconocido formalmente la anexión rusa de Crimea, se ha negado sistemáticamente a adherirse a las sanciones europeas contra Rusia tras la invasión de Ucrania en 2022. En ese contexto, muchos opositores temen que Serbia adopte una deriva similar a la de Bielorrusia: una democracia sólo de nombre.

Los jóvenes: protagonistas de un nuevo despertar

Una de las características más llamativas de las protestas actuales es que están lideradas, principalmente, por universitarios y jóvenes trabajadores. Hartos del desempleo, la corrupción y la falta de perspectivas, están tomando el liderazgo de la sociedad civil.

En declaraciones a medios locales, la estudiante de medicina Milica Pavlović, de 21 años, expresó: “Nos prometieron un futuro europeo, pero lo que tenemos es represión y miedo. Nosotros no le tememos más a Vučić”.

Los colectivos estudiantiles han empezado a organizarse como un bloque político alternativo y han pedido la dimisión del gobierno, una reforma del sistema judicial y nuevas elecciones libres supervisadas por observadores internacionales.

Los cánticos más comunes en las calles son: “Vučić, vámonos” y “Serbia no es tuya”. Las manifestaciones se han convertido en una verdadera catarsis colectiva de una población que siente que sus instituciones ya no responden a sus necesidades.

Violencia estructural y memoria colectiva

Serbia no es ajena a las revueltas ni a las tensiones sociales. A través de las décadas, ha vivido múltiples episodios de violencia —las guerras de los Balcanes, la caída de Milošević, y la independencia de Kosovo— que han dejado una huella imborrable en su tejido social.

Sin embargo, lo que diferencia a este momento histórico es el nivel de conciencia política de la ciudadanía, algo que recuerda a los movimientos pro-democracia de países como Ucrania en 2013 o Chile en 2019.

“Esta generación ya no olvida —afirma el sociólogo Mladen Jovanović—. Aprendieron de sus padres qué pasa cuando se calla, y por eso hoy gritan”.

El papel de Europa y la comunidad internacional

La reacción de Europa ha sido tibia. Alain Berset, Secretario General del Consejo de Europa, pidió “calma y respeto al derecho de protesta pacífica”, sin emitir condenas directas sobre las denuncias de brutalidad policial.

Este tipo de respuestas ha generado frustración entre los manifestantes. “Nos sentimos abandonados por la UE”, dijo un líder estudiantil en redes sociales. “¿Tanto les conviene negociar con Vučić que están dispuestos a ignorar cómo nos golpean en las calles?”.

La pregunta que muchos se hacen es si la comunidad internacional intervendrá diplomáticamente o permitirá que Serbia se convierta en otro cascarón democrático dentro de Europa.

¿Qué viene ahora?

Mientras Vučić se niega a convocar elecciones anticipadas y acusa a los manifestantes de seguir órdenes del extranjero, los ciudadanos serbios siguen saliendo cada noche a las plazas. No hay señales de que el movimiento vaya a detenerse.

Serbia camina sobre una cuerda floja. En un lado, el autoritarismo con barniz democrático; en el otro, la posibilidad de una transición dolorosa impulsada desde las calles. El desenlace está escrito en incierto, pero una cosa es clara: las juventudes serbias ya no están dispuestas a callar.

El país enfrenta una disyuntiva histórica. Como diría el filósofo yugoslavo Predrag Matvejević: “El silencio de los vencidos dura hasta que alguien decide contar la historia en voz alta”. Hoy, en Serbia, esa voz es colectiva… y grita fuerte.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press