La magia del béisbol en Williamsport: entre sueños, grandes ligas y cleats de superhéroes
La Little League World Series se convierte en un puente entre el béisbol infantil y las grandes estrellas de MLB con anécdotas inolvidables y momentos únicos entre peloteros y pequeños soñadores
Por un día, los grandes ligas volvieron a ser niños. Y no fue en cualquier campo, sino en el entorno más emblemático del béisbol infantil: Williamsport, Pensilvania. Cada verano, esta pequeña ciudad se transforma en la meca del beisbol juvenil con la celebración de la Little League World Series (LLWS), pero desde 2017 también sirve de vínculo emocional entre generaciones gracias al MLB Little League Classic.
Un vínculo entre niños y leyendas
Este año, el choque entre los New York Mets y los Seattle Mariners fue mucho más que un simple partido de temporada regular. Fue una experiencia transformadora para decenas de niños que vieron realizarse sus sueños en carne y hueso cuando sus ídolos caminaron entre ellos, se tomaron fotos, intercambiaron pines y, claro, compartieron historias.
Francisco Lindor, Juan Soto, Pete Alonso y otros titanes del diamante estuvieron allí, conviviendo de tú a tú con los pequeños peloteros que sueñan con, algún día, vestir el uniforme de Grandes Ligas.
“¡SOTO SMASH!” y otras expresiones de identidad
Fue imposible no notar los llamativos cleats personalizados de Juan Soto, con gráficos sacados de un cómic: “SOTO SMASH!” y “SOTO BLAST!” adornaban el calzado acompañado por ilustraciones de Spider-Man, Iron Man y el propio Soto bajo el sobrenombre de “The Incredible Juan N.º 22”.
“Los niños no podían dejar de mirar sus zapatos… algunos ni siquiera escuchaban lo que les decía porque estaban completamente maravillados”, compartió entre risas Carlos Mendoza, el manager de los Mets y nativo de Barquisimeto, Venezuela, orgulloso de saber que un equipo de su ciudad natal competía este año en la LLWS.
De Williamsport a las Mayores
Uno de los ejemplos más claros de esa conexión entre infancia y Grandes Ligas fue Dan Wilson, actual parte del cuerpo de coaches de los Mariners. En 1981, era un niño de 12 años cuando su equipo de Barrington, Illinois, alcanzó la final nacional. Wilson lanzó en esa memorable edición y recordó cómo su equipo perdió un electrizante partido por 11-10 tras que el empate fuera eliminado en el plato: “Fue devastador. Lloramos muchísimo, pero esa experiencia marcó nuestras vidas para siempre”.
Décadas después, Wilson regresó a la misma tierra mágica, esta vez para lanzar el primer pitcheo ceremonial de un juego entre Panamá y México. Un ciclo completo de vivencias que refleja lo que este deporte significa.
Devolviendo el favor
Muchas estrellas participaron con entusiasmo en las actividades con los pequeños. Sean Manaea, lanzador de los Mets, mostró con orgullo una bolsa llena de pines que había intercambiado con niños jugadores; la mayoría, confesó, fueron entregados gracias a su colección de pins de Juan Soto.
Y cuando llegó el momento de los partidos improvisados con los niños, Manaea jugó su propio rol con humor: “Estaba cubriendo la posición de segunda y media base”, dijo entre risas. ¿Resultado? “Obtuve un hit. Casi saco un jonrón”, celebró.
El poder de los símbolos
Cal Raleigh, receptor de los Mariners y líder en cuadrangulares de la temporada con 46 home runs, lucía una camiseta que decía “Little Dumper”, regalo de los niños en honor a su apodo “Big Dumper”. También firmó un asiento de inodoro para un fan, en lo que podría convertirse en uno de los objetos más insólitos del béisbol moderno.
Sus protectores de pecho llevaban estampados de cartas de béisbol de cuando los jugadores y coaches eran niños. Así, íconos como él o como Shohei Ohtani —quien no jugó pero fue parte de la jornada con los Dodgers—, mostraban que también fueron esos niños, esos soñadores, alguna vez.
Clásico con propósito
El Little League Classic, iniciado en 2017 cuando los Cardinals enfrentaron a los Pirates, ha ganado cada año más visibilidad y afecto. Con transmisiones especiales para niños, como la Kidcast en ESPN2, y dinámicas lúdicas como el intercambio de pines, el deslizarse en cartones por cerros en Lamade Stadium, o los juegos de wiffle ball atrás de las gradas, está claro que no es un experimento: es una tradición consolidada.
Más allá del espectáculo deportivo, los jugadores donaron gorras, camisetas y su tiempo en una jornada que funciona como poderosa campaña de alcance juvenil. En palabras del propio Mendoza: “Algo tan simple como regalar una gorra puede significar absolutamente todo para un niño, para su entrenador... para su familia”.
Béisbol: espejo y futuro
¿Cuál es el impacto real de estas iniciativas? Según MLB, más de 150 millones de fanáticos en todo el mundo formaron parte en la transmisión del evento el año pasado. Más del 25% de la audiencia en redes sociales fue menor de 18 años, y en países como República Dominicana, Venezuela, Corea del Sur y Japón, los clips superaron los 20 millones de vistas combinadas (MLB.com).
Al sumar figuras mediáticas como Francisco Lindor, con su carisma, Juan Soto con sus cleats cómicos —¿o heroicos?—, y muchos más, la MLB ha descubierto una fórmula ganadora: unir historia, emoción e infancia verdadera.
Sean Manaea lo resumió a la perfección: “Cuando te pones un jersey de Grandes Ligas y te miran como diciendo ‘quiero ser como tú’, entiendes el poder que tienes. Es una forma maravillosa de devolver al juego todo lo que te ha dado”.
Ese día, no hubo poses ni rutinas rígidas. Solo béisbol, magia y humanidad. Tal vez, más que en cualquier estadio público o boletos vendidos, el verdadero triunfo del Little League Classic es ese: devolver a los jugadores a su infancia y acercar a los niños a sus futuros.