Afganistán: La Guerra que Rompió la Confianza de sus Veteranos
Un análisis del impacto psicológico, político y estratégico de una guerra que duró dos décadas y dejó más preguntas que respuestas
Una guerra de 20 años sin un final digno
Durante dos décadas, Estados Unidos mantuvo una intervención militar en Afganistán que comenzó como una respuesta directa al 11 de septiembre de 2001 y terminó con una retirada apresurada en agosto de 2021. Lo que debería haber sido una misión clara —derrotar a Al-Qaeda y eliminar a los talibanes del poder— se transformó en una guerra prolongada marcada por objetivos difusos, estrategias cambiantes y un elevado costo humano, financiero y moral. Hoy, los veteranos de esa guerra comienzan a hablar de sus experiencias, y muchas de ellas reflejan un sentir común: fracaso, frustración y desilusión.
Voces desde el campo de batalla
La Comisión sobre la Guerra de Afganistán, un órgano independiente y bipartidista creado por el Congreso de EE.UU., ha estado recopilando testimonios de veteranos para comprender mejor el conflicto. Durante una reciente sesión en Columbus, Ohio, docenas de veteranos compartieron sus vivencias, y ninguna fue completamente positiva. Al contrario, muchas estuvieron cargadas de pesar.
“Creo que la mejor forma de describir esa experiencia fue horrible”, dijo Brittany Dymond, veterana del Cuerpo de Marines que estuvo en Afganistán en 2012. Florence Welch, de la Armada, afirmó que tras la retirada de 2021 se sintió avergonzada de haber servido: “Nos convirtió en otro Vietnam, un Vietnam por el que nadie trabajó”.
Pérdida de confianza: soldados sin rumbo
Steve Orf, veterano del Ejército durante ocho años, también testificó que no fue a Afganistán para “vencer a un tipo malo”, sino porque creía que estaba ayudando a mejorar al mundo con los valores e ideales estadounidenses. Hoy en día, su confianza en los líderes y en el país está rota.
Las experiencias individuales de estos veteranos ilustran lo que la comisión ha identificado como temas emergentes en su segundo informe provisional: desvío estratégico, incoherencia interinstitucional y desacuerdo entre las misiones internas y externas.
Un conflicto con múltiples dueños políticos
La guerra en Afganistán atravesó cuatro administraciones presidenciales: George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden. Cada una imprimió su sello, cambió sus prioridades y redefinió objetivos. Este vaivén convirtió la estrategia en un rompecabezas sin solución duradera.
- 2001: Bajo Bush, comenzó la invasión para derrocar al régimen talibán y capturar a líderes de Al-Qaeda.
- 2009: Obama propuso una “oleada” con más tropas y la promesa de retirada progresiva.
- 2016-2020: Trump impulsó negociaciones con los talibanes, culminando en el Acuerdo de Doha.
- 2021: Biden ejecutó una retirada total, que derivó en la rápida toma de Kabul por parte de los talibanes.
Cada transición implicó reajustes que desorientaron a las tropas en el campo. “¿Qué demonios estamos haciendo aquí?” fue una pregunta constante entre los soldados.
El precio humano de una guerra sin sentido
En total, más de 2.400 soldados estadounidenses murieron en Afganistán, y más de 20.000 resultaron heridos. Si se incluye a contratistas, aliados y civiles afganos, las cifras escalan a cientos de miles. El coste financiero asciende a más de 2 billones de dólares, según estimaciones de Brown University (Proyecto Costs of War).
Dymond criticó que se intentara imponer un modelo de democracia occidental en una cultura que no lo compartía: “No puedes imponer una ideología sin adhesión. Intentamos cambiar una cultura que jamás pidió ese cambio.”
El resultado fue una generación de soldados que sienten que sirvieron en vano. “Valores y principios estadounidenses también fueron víctimas de esta guerra”, afirmó Orf.
Fallas institucionales: diplomacia y estrategia rotas
El informe de la comisión también señala la fragmentación entre agencias gubernamentales, como el Departamento de Estado, el Departamento de Defensa y la CIA. Las luchas internas, la falta de comunicación y las metas contradictorias hicieron que las políticas fueran ineficaces y, en ocasiones, contraproducentes.
Por ejemplo, mientras las fuerzas estadounidenses luchaban para estabilizar regiones rurales, otras agencias promovían proyectos de desarrollo que no encajaban con la realidad del terreno. No había una visión unificada y, como resultado, tampoco había una estrategia coherente.
El trauma de la retirada: un eco de Saigón
La retirada en agosto de 2021 recordó a muchos la caída de Saigón en 1975. Imágenes de helicópteros evacuando a diplomáticos desde techos, caos en el aeropuerto de Kabul, afganos aferrándose a aviones... todo contribuyó a un clima de vergüenza nacional.
Biden justificó la decisión como una necesidad operativa, pero incluso miembros de su propio partido lo criticaron por la ejecución. La administración Trump, por su parte, fue señalada por haber negociado un acuerdo que redujo al mínimo las opciones para su sucesor.
La disputa partidaria se mantiene: mientras demócratas culpan a Trump por un acuerdo mal diseñado, republicanos acusan a Biden de incompetencia en la retirada. Lo cierto es que ambos tienen responsabilidad.
Visiones para el futuro: ¿qué hacer con las guerras futuras?
La co-presidenta de la comisión, Shamila Chaudhary, afirma que el informe no solo se centrará en Afganistán, sino también en cómo debería Estados Unidos involucrarse en futuros conflictos donde considera que están en juego sus intereses de seguridad nacional.
“No se trata solo de si deberíamos estar allí, sino de cómo nos comportamos y qué valores nos guían”, declaró.
El co-presidente Colin Jackson apunta que la meta es que el informe final, previsto para 2026, sea reconocible para todo veterano. Quiere que se sientan reflejados, comprendidos y escuchados.
Bloqueos, documentos y falta de transparencia
Una de las mayores dificultades ha sido acceder a documentos clave. La administración Biden inicialmente se negó a suministrar archivos sobre el Acuerdo de Doha, citando confidencialidad ejecutiva. Luego, bajo presión, comenzó a liberar información.
Esta falta de transparencia complica la labor de la comisión. ¿Cómo analizar decisiones si no se puede acceder a los materiales que las sustentaron? Sin documentación, la historia sigue parcial e incompleta.
¿Una nueva lección olvidada?
Quizás la lección más amarga de Afganistán sea que Estados Unidos no aprendió realmente de Vietnam. Las similitudes son escalofriantes: guerra prolongada, oposición interna creciente, aliados inestables, objetivos idealistas y una vergonzosa retirada.
La diferencia es que ahora hay más mecanismos de rendición de cuentas, como esta comisión. Pero también hay más ruido, polarización política y desinformación. El verdadero reto será convertir este proceso de análisis en reformas concretas que prevengan futuros errores similares.
Y sobre todo, que honren el sacrificio de quienes sirvieron creyendo que estaban haciendo lo correcto.