Rastafari en Kenia: espiritualidad, resistencia y crecimiento de un movimiento subestimado
Una mirada a cómo la religión Rastafari está tomando un nuevo impulso en Kenia, superando décadas de discriminación y ganando una nueva generación de fieles
Una nueva era para el Rastafari en África Oriental
El escenario de una nueva tabernáculo cerca de Nairobi, la capital de Kenia, parece modesto: una estructura sencilla con postes de madera, techada con láminas metálicas y adornada con los colores rojiverdeamarillos tan distintivos del movimiento Rastafari. Pero su impacto social y espiritual es profundo. La reciente apertura de este lugar de culto no solo simboliza la resistencia de una religión históricamente marginada, sino también su crecimiento y reconocimiento legal en un país dominante por el cristianismo y el islam.
Hasta hace pocos años, el Rastafari era considerado una subcultura marginal, más relacionada con la música reggae y el uso de la marihuana que con una fe organizada y seria. Pero esto empezó a cambiar radicalmente en 2019, cuando un fallo judicial en Kenia sentó un precedente histórico.
Del aula a la corte: el caso que cambió la percepción nacional
Una adolescente fue expulsada de su escuela por negarse a cortarse las rastas, su estilo de peinado vinculado íntimamente a su identidad religiosa como seguidora del Rastafarismo. El caso escaló hasta el Tribunal Supremo de Kenia, que ratificó que el Rastafari debía ser tratado como una religión legítima, otorgándole a la joven el derecho de continuar su educación sin renunciar a su fe.
Este fallo judicial marcó un antes y un después. Por primera vez en la historia de Kenia, el Estado reconocía formalmente a los rastafaris como practicantes de una religión con derechos protegidos, lo que alimentó un nuevo capítulo de empoderamiento y visibilización.
Raíces espirituales y conexiones con Etiopía
El movimiento Rastafari nació en 1930 con la coronación de Ras Tafari Mekonnen como el emperador Haile Selassie I de Etiopía. Para los rastafaris, Selassie es Jah, la encarnación divina de Jesús en la Tierra. Este vínculo espiritual con Etiopía, país que nunca fue completamente colonizado, inspira una profunda conexión con la resistencia africana y la soberanía afrodescendiente.
Selassie fue derrocado en 1974 y murió un año después, pero su imagen sigue vigente como figura mesiánica entre los seguidores de esta fe, desde Jamaica hasta Ghana, de Estados Unidos a Kenia.
El tabernáculo: un centro de espiritualidad comunitaria
En Kenia, el movimiento Rastafari está organizado en tres ramas o "mansiones”: Nyabinghi, Bobo Ashanti y The Twelve Tribes of Israel. Estas 'mansiones' reúnen pequeños grupos de fieles para ceremonias y enseñanzas comunitarias, funcionando como mini congregaciones descentralizadas e independientes.
Una característica única de estas comunidades es la estructura física del lugar de culto: construcciones humildes, sin grandes ornamentos arquitectónicos, pero repletas de simbolismo Afrocentrista. Estos espacios son tanto espirituales como sociales, y en ellos se enseña historia, música, salud natural y principios de resistencia cultural.
La música y el arte: lenguajes universales de fe
Los rastafaris han utilizado la música y el arte como vehículos espirituales y políticos. El ejemplo más conocido es Bob Marley, cuyas canciones ya forman parte del repertorio místico global. El reggae —reconocido por UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad— es para los rastafaris una forma de orar con ritmo desacralizado.
“Es la voz de Jah sonando a través de nuestros tambores y guitarras”, comenta Ng’ang’a Njuguna, un anciano rastafari de la mansión Nyabinghi. “Rasta no solo canta, Rasta predica con música”.
Una dieta con mensaje: el "Ital" como forma de vida
Otro diferencial Rastafari es su dieta "Ital", una forma de alimentación vegetariana centrada en la pureza, lo natural y lo no procesado. Se elimina todo tipo de químicos industriales y se promueve una dieta basada en vegetales crudos o mínimamente cocinados, sin sal industrial ni productos de origen animal.
“Comer Ital es honrar el cuerpo, que es el templo del espíritu”, agrega Christine Wanjiru, una pionera rastafari keniana que se unió al movimiento en 1994. Ella relata cómo llevó años encontrar aceptación social, pero que hoy celebra la expansión del mensaje espiritual Rastafari entre nuevas generaciones.
Juventud rastafari: una rebelión espiritual y cultural
La mayoría de nuevos conversos son jóvenes kenianos que buscan respuestas más allá del cristianismo institucionalizado. Un ejemplo es Frederick Wangai, quien se unió al movimiento hace seis años tras cuestionar el origen colonial del cristianismo en África.
“Crecí en una familia cristiana, pero cuanto más estudiaba la historia, más entendía que era una religión impuesta por los colonizadores”, señala Wangai. “Rasta me dio una conexión con mis raíces y una forma libre de interpretar a Dios”.
Este tipo de testimonio es común entre jóvenes que sienten que el Rastafari no es solo una religión, sino una filosofía integral que promueve la autoestima, el empoderamiento negro y el respeto por la naturaleza.
Desmitificando estigmas: más allá de los prejuicios
Durante décadas, los rastafaris han sido etiquetados como vagos, drogadictos o desadaptados sociales. Aunque es cierto que la marihuana (ganja) tiene un rol ceremonial en algunos ritos rastafaris, no se trata de un uso recreativo generalizado, sino de una herramienta mística usada bajo condiciones controladas.
Njuguna explica: “Ganja es sacramento. Lo usamos para meditar, para conectar con Jah. Pero no todo Rastafari fuma. Lo importante es el corazón, no la hoja”.
Este punto es crucial en la lucha por el reconocimiento: distinguir entre mito cultural y práctica religiosa auténtica.
Una comunidad resiliente que florece
Hoy, ser Rastafari en Kenia ya no es sinónimo de marginalidad. Con más miembros, espacios de culto y respaldo legal, el movimiento se fortalece e inspira a otros grupos espirituales y sociales a seguir luchando por derechos, visibles o invisibles.
“No somos muchos, pero estamos creciendo”, dice Wanjiru. “Cada nuevo hermano o hermana que se une a Rastafari es una luz más contra la ignorancia”.
El movimiento sigue siendo pequeño, y aún no existen cifras oficiales sobre cuántos rastafaris hay en Kenia, pero su visibilidad ha cambiado el panorama espiritual del país. Más allá de números, representa una alternativa viva en un mundo espiritual cada vez más globalizado y acelerado.
¿Qué sigue para el Rastafari keniano?
El futuro parece prometedor. Con lugares de culto abiertos públicamente, educación comunitaria en marcha y cada vez mayor reconocimiento mediático, el Rastafari keniano está escribiendo su propia historia.
“Rasta es amor, es paz, es justicia. Y eso nunca muere”, concluye Njuguna con calma y firmeza, mientras su tambor resuena entre oración y canto.
“Jah guide.”