Santa Rosa: una isla olvidada que el conflicto territorial con Colombia puso en el mapa
En medio del Amazonas, entre Perú, Colombia y Brasil, la vida en Santa Rosa sigue siendo una lucha diaria por la dignidad, el agua potable y el reconocimiento nacional
Santa Rosa, Perú — Un enclave caribeño en plena selva amazónica, con casas de madera sobre pilotes, agua de lluvia como recurso vital y una comunidad que vive al ritmo de la frontera. Lo que parecía un poblado más en el extenso pulmón verde sudamericano ha despertado la atención nacional e internacional por una creciente disputa diplomática.
Una isla entre tres países, pero olvidada por su propio gobierno
Santa Rosa de Yavarí, ubicada en el cruce triple entre Perú, Colombia y Brasil, tiene una población de poco más de 3.000 habitantes. Pese a su posición geográfica estratégica, la isla ha sido históricamente marginada de los programas de desarrollo del Estado peruano.
El pueblo no cuenta con agua potable ni sistema de alcantarillado. La electricidad es intermitente y, en la práctica, el acceso a salud y educación requiere cruzar el río hacia Leticia (Colombia) o Tabatinga (Brasil). Según La República, más del 80% de las atenciones médicas que necesitan los santarroseños se brindan del lado colombiano.
Las viviendas son estructuras de una planta construidas sobre pilotes para soportar las inundaciones durante los meses de creciente entre marzo y mayo.
El conflicto diplomático que encendió la alarma: ¿de quién es Santa Rosa?
Fue el presidente colombiano Gustavo Petro quien, a inicios de agosto de 2025, avivó una tensión dormida al declarar que Santa Rosa no pertenece legítimamente a Perú. Argumentó que el tratado Salomón-Lozano de 1922 no contemplaba esta isla porque aún no existía físicamente al momento de firmarlo. En respuesta, el gobierno de Perú reafirmó su soberanía sobre la isla con presencia militar y una visita histórica de la presidenta Dina Boluarte.
“Es cierto que nuestras poblaciones fronterizas han sido históricamente olvidadas”, reconoció Boluarte durante su primera visita oficial a Santa Rosa.
La controversia escaló cuando tres ciudadanos colombianos, identificados como agrimensores, fueron detenidos por la policía peruana bajo sospecha de realizar actividades ilegales en territorio nacional. Petro lo calificó de "secuestro", lo que incrementó la tensión entre ambos gobiernos.
Una vida transfronteriza: tres monedas y una sola identidad
En Santa Rosa, los negocios operan con hasta cuatro monedas: soles peruanos, pesos colombianos, reales brasileños y, en menor medida, dólares estadounidenses. José Morales, un cambista local, resume la idiosincrasia amazónica con una frase simple: “Somos peruanos por convicción, pero vivimos como ciudadanos de tres países”.
La fluidez fronteriza es parte natural del día a día. Las familias tienen parientes en Leticia o Tabatinga, y muchas han enterrado a sus muertos en cementerios colombianos o brasileños porque Santa Rosa carece de uno propio.
Religión, fiesta y subsistencia
Los negocios más comunes en la isla son discotecas y iglesias evangélicas. Esto se debe, en parte, a la ausencia de oportunidades laborales más sostenibles y a la fuerte influencia cultural del Brasil y Colombia, donde ambas instituciones tienen gran presencia.
En un reportaje visual de AP News, se observa cómo las iglesias están entre las pocas estructuras de concreto y cómo los bares captan clientela gracias a músicos en vivo que amenizan las noches sofocantes del trópico.
“Vivimos en paz, compartiendo cultura, gastronomía e ideas con nuestros vecinos”, comenta Marcos Mera, dueño de un restaurante y salón de baile.
Transporte y aislamiento: entre Lima y Bogotá, Santa Rosa queda lejos de ambos
- Desde Bogotá, llegar a Santa Rosa implica un vuelo corto a Leticia y una travesía fluvial de cinco minutos.
- Desde Lima, en cambio, el viaje exige un vuelo a Iquitos y luego una travesía en barco de más de 15 horas río abajo.
Esta diferencia logística es una de las razones por las cuales los servicios más básicos provienen del lado colombiano, a pesar de que los santarroseños se sienten peruanos. “Mi cédula dice Perú, pero mi salud depende de Colombia”, afirma Rudy Ahuanari, una enfermera de la isla.
¿Una oportunidad diplomática disfrazada de crisis?
Curiosamente, muchos residentes agradecen las recientes controversias diplomáticas porque han provocado, por primera vez, atención nacional.
“No tengo miedo. Si tenemos que defender esta isla con orgullo, lo haremos”, declaró Rudy Ahuanari. En medio de la precariedad, una frase suya resuena fuerte: “Ni Dios se acordaba de nosotros... hasta que Petro abrió la boca”.
Lo simbólico del olvido: sin cementerio, sin agua, sin Estado
Que no exista un cementerio en Santa Rosa es más que un problema logístico: es un reflejo del abandono estructural. Las generaciones nacen, enferman y mueren sin una infraestructura básica que les permita siquiera despedirse de sus seres queridos en su propio suelo.
La recolección de agua de lluvia es otra muestra de resiliencia. “Colamos el agua con un trapo blanco y la hervimos. No hay de otra”, menciona una madre de tres hijos consultada por AP.
El futuro geopolítico de una isla olvidada
Santa Rosa representa un microcosmos del desafío que implica gobernar nacionalmente en zonas donde la vida cotidiana transcurre bajo lógicas transfronterizas. Mientras Perú y Colombia discuten tratados, los santarroseños siguen sobreviviendo como pueden, con un pie en cada nación y la bandera peruana en el alma.
La disputa diplomática puede ser una oportunidad histórica para reivindicar a una comunidad olvidada. Como dijo el alcalde Max Ortiz: “Si algo bueno va a salir de todo esto, es que ya no podrán ignorarnos más”.