“Eden”: El experimento utópico que se convirtió en pesadilla
Ron Howard explora la oscura psicología humana en una historia real de caos, traición y moralidad perdida en una isla del Pacífico
Ron Howard se lanza a las aguas turbulentas de la naturaleza humana con su nueva cinta “Eden”, una reconstrucción cinematográfica de uno de los episodios más intrigantes y menos conocidos del siglo XX: el intento fallido de crear una utopía en la remota isla de Floreana, en el archipiélago de Galápagos.
Un contexto histórico que pesa como una sombra
La película comienza con una advertencia directa: “El fascismo se está expandiendo”. Aunque impactante, la frase se refiere a los años 20 y 30 de Europa, particularmente a Alemania, cuyas heridas abiertas tras la Primera Guerra Mundial dieron paso a la pobreza extrema, el descontento social y el auge del nazismo. A pesar de lo rica que podría ser esta retrospección, Howard decide omitirla casi por completo, para trasladarnos directamente a la isla de Floreana, donde arranca el verdadero núcleo del relato.
Allí conocemos a Friedrich Ritter (interpretado por Jude Law) y su fiel pareja Dore Strauch (Vanessa Kirby), quienes escapan de Alemania con la esperanza de edificar un nuevo orden filosófico lejos de la decadencia moral del mundo moderno.
Una comunidad idealista y sus grietas
La motivación de Ritter es casi mesiánica: escribir un manifiesto filosófico que salve a la humanidad de sí misma. Pero como pronto queda claro, ni siquiera en la lejanía del Pacífico puede uno escapar de los fantasmas interiores ni de los conflictos sociales.
La calma inicial se rompe con la llegada de nuevas almas desencantadas: Heinz Wittmer (Daniel Brühl), un veterano de guerra, junto a su joven esposa Margaret (una sorprendente Sydney Sweeney) y su hijo. Poco después, irrumpe en la escena la extravagante “Baronesa” Eloise Bosquet de Wagner Wehrhorn (Ana de Armas), acompañada por sus dos amantes y obsesionada con fundar un resort turístico.
Estas tres micro-comunidades pronto colisionan, desatando tensiones de clase, poder y género que el relato aborda con mucho interés, aunque no siempre con suficiente profundidad.
Una salvaje batalla por recursos... e identidad
“Eden” se transforma entonces en un juego psicológico y físico de estrategias, traiciones y agresiones. Lo que comienza como un enfrentamiento ideológico termina mutando en una cruda lucha por la supervivencia. La película logra captar, por momentos más que con éxito, cómo el ser humano abandona sus principios éticos cuando los recursos escasean.
Howard apunta, aunque sin consolidarlo del todo, a un dilema central: ¿En qué momento dejamos de ser racionales para convertirnos en salvajes?. El conflicto por control, alimento y espacio territorial proyecta una imagen casi darwiniana de la convivencia humana.
Feminismo, devoción fallida y desilusión
Uno de los grandes ejes narrativos del filme gira alrededor de sus tres protagonistas femeninas. Cada una representa una visión del mundo distinta, y enfrentan, inevitablemente, su ruina por confiar a ciegas en figuras masculinas dominantes:
- Dore, devota hasta lo insano de Ritter, ve cómo su ídolo se desmorona, víctima de su propia megalomanía filosófica.
- Margaret, que espera encontrar seguridad en su marido mayor, termina sola en el parto, criada de sí misma y protectora de su hijo.
- La Baronesa, segura de su sensualidad y poder de seducción, cae devastada cuando es rechazada.
Sydney Sweeney, particularmente, brilla en su papel. La intensidad emocional de su escena de parto solitario en medio de la jungla volcánica no solo es lo mejor del filme, sino que encapsula el fracaso de toda la empresa utopista desde una mirada femenina: no existía red de contención. Estaban solas.
Filtraciones filosóficas que no llegan a puerto
El personaje de Jude Law prometía entregar contenido moral y filosófico profundo, planteando dilemas existenciales sobre la sociedad moderna. Pero eventualmente, sus discursos se reducen a frases desgastadas y desconectadas, como si la película, al igual que Ritter, perdiera el rumbo intelectual.
Howard sugiere que la búsqueda de la perfección humana es en sí una enfermedad, y el doctor protagonista parece cada vez más un náufrago de sus propias ideas. No hay salvación, ni guía moral, solo desilusión.
Una producción desigual, pero con destellos
Visualmente, “Eden” es impresionante. La fotografía de la isla —recreada con lo que parecen ser tomas reales y efectos prácticas bien realizados— transporta al espectador a una belleza agreste, amenazante, económica en recursos pero rica en simbolismo. El problema es que el ritmo del filme se frena en su segundo acto, desatando una narración algo disuelta, con personajes atrapados en diálogos que no avanzan la trama.
La duración de 129 minutos se siente, especialmente porque la tensión nunca alcanza un verdadero clímax sostenido hasta casi el acto final. Aun así, el épico y sangriento desenlace, que no pretendemos arruinar, recompone en parte la narrativa con una conclusión tan inevitable como brutal.
Basado en hechos reales: Floreana, un paraíso maldito
El valor agregado de “Eden” es que está basado en una historia real. En la década de 1930, varias personas realmente emigraron a las Islas Galápagos buscando escapar del colapso de Europa. Los hechos en Floreana siempre han estado rodeados de misterio, pues varias muertes bajo circunstancias sospechosas, desapariciones y rumores de asesinatos marcaron esta pequeña comunidad improvisada. Historias aún sin resolver, envueltas en fascinantes documentos históricos y cartas encontradas años después.
Howard dramatiza este pasado, sin resolver todos los enigmas, sino aceptando que el misterio forma parte de la condición humana. Tal vez, el verdadero “Eden” no solo fue inalcanzable, sino imposible desde el principio.
Calificación y recepción
“Eden” recibió una calificación de 2.5 estrellas sobre 4, una señal de su ambición no del todo aterrizada. La crítica ha sido dividida. Mientras algunos alaban su valentía temática y actuaciones, otros no perdonan las inconsistencias dramáticas y la falta de un centro narrativo más sólido.
Con un reparto estelar y una de las locaciones más enigmáticas del planeta, Howard entrega una fábula moral sobre el desencanto moderno. No es perfecta, pero invita a pensar, a cuestionarnos y a mirar detrás de la máscara de toda civilización.