¿Lealtad o purga ideológica? El despido de un funcionario revela tensiones internas en la política de EE.UU. hacia Israel y Gaza

El caso de Shahed Ghoreishi expone conflictos ideológicos en la administración Trump y cuestiona la imparcialidad en la política exterior estadounidense

Una tormenta política en el Departamento de Estado

La reciente destitución de Shahed Ghoreishi, un contratista del Departamento de Estado de origen iraní-estadounidense, ha desatado una ola de críticas y controversias sobre la dirección ideológica de la política exterior de Estados Unidos hacia Israel y Gaza. Más allá de un simple cambio de personal, el despido plantea preguntas delicadas sobre lealtad, libertad de expresión dentro del gobierno y el papel de presiones externas en la toma de decisiones institucionales.

¿Quién es Shahed Ghoreishi y qué ocurrió?

Ghoreishi trabajaba como press officer para la Oficina de Asuntos del Cercano Oriente y fue responsable de redactar mensajes oficiales sobre la política de EE.UU. respecto a Israel y Gaza. Según funcionarios estadounidenses, fue despedido tras redactar un borrador en respuesta a una consulta periodística que incluía una declaración clara: "Estados Unidos no apoya el desplazamiento forzoso de los gazatíes".

Pese a que esta postura había sido consistentemente mencionada por figuras como el presidente Donald Trump o el enviado especial Steve Witkoff, tal redacción fue rechazada por la embajada estadounidense en Jerusalén. Esto desató una cadena de críticas internas y, eventualmente, su despido.

La línea entre la fidelidad política y la ética profesional

La experiencia de Ghoreishi pone sobre la mesa un dilema fundamental en instituciones gubernamentales, especialmente en áreas delicadas como los asuntos internacionales: ¿Hasta qué punto se puede exigir lealtad ideológica a quienes redactan la política exterior?

En este caso, su decisión de omitir referencias como “Judea y Samaria” (término bíblico preferido por sectores conservadores israelíes para referirse a Cisjordania) y reafirmar el rechazo al desplazamiento forzoso fue vista como una falta de lealtad por parte de altos funcionarios del Departamento de Estado.

Laura Loomer y la campaña de presión

El despido no fue un hecho aislado en el contexto actual de polarización política. La activista de extrema derecha Laura Loomer lanzó una campaña pública contra Ghoreishi, acusándolo de tener vínculos con grupos pro-Irán y yihadistas, algo que él niega categóricamente.

Instrumentalizando redes sociales y sus seguidores, Loomer promovió la narrativa de que Ghoreishi era un infiltrado en el gobierno que conspiraba contra las políticas pro-Israel de Trump. Poco después, el Departamento de Estado canceló temporalmente las visas de entrada para personas provenientes de Gaza, lo cual muchos atribuyen indirectamente a esa presión.

Un patrón evidente: limpieza institucional

Esta no es la primera vez que se acusa al gobierno de Trump de promover "purgas ideológicas" dentro del aparato estatal. En la misma semana en que se removió a Ghoreishi, se notificó la revocación de autorizaciones de seguridad a 37 funcionarios de seguridad nacional, varios de ellos firmantes de una carta crítica contra Trump en 2019.

El mensaje parece claro: quienes no siguen al pie de la letra la línea presidencial, corren el riesgo de ser removidos. De acuerdo a un alto funcionario del Departamento de Estado, citado bajo anonimato por Washington Post, “ya no se toleran voces discrepantes”.

La política de EE.UU. hacia Israel y Gaza: ¿vuelta al unilateralismo?

Durante años, la postura oficial de EE.UU. había mantenido una narrativa ambigua respecto al conflicto Israel-Palestina, intentando equilibrar su alianza con Israel con los derechos de los palestinos. Pero con Trump, este equilibrio se ha inclinado de forma notable hacia una posición decididamente pro-Israel.

Desde el traslado de la embajada a Jerusalén en 2018 hasta el respaldo a proyectos de asentamientos, la política actual se alinea con las visiones más conservadoras del gobierno israelí, incluso utilizando la terminología bíblica (“Judea y Samaria”) promovida por figuras como Mike Huckabee, embajador de EE.UU. en Israel.

En este contexto, criticar o matizar políticas clave se convierte en un acto de insubordinación, como lo evidencia la historia de Ghoreishi.

Reacciones y consecuencias

El caso ha generado preocupación entre círculos diplomáticos y expertos en política exterior. Aaron David Miller, ex negociador de paz en Medio Oriente, comentó en Twitter: “Esto no se trata de una simple disputa de redacción. Es simbólico de una administración que prioriza la ortodoxia política por sobre el profesionalismo diplomático”.

De igual forma, grupos pro derechos humanos han denunciado que el despido evidencia una inflexibilidad creciente en la política hacia Palestina, en particular después de las conversaciones reveladas sobre una posible reubicación de gazatíes a Sudán del Sur.

¿Y ahora qué? El futuro de la política exterior estadounidense

Las preguntas son muchas. ¿Habrá espacio para el disenso informado dentro del Departamento de Estado? ¿Están siendo ignoradas señales de limpieza étnica por razones ideológicas?

Como bien dijo Ghoreishi, “si antes se aprobaban esas explicaciones y ahora son motivo de despido, quizás nuestra política hacia Israel-Palestina está a punto de empeorar”.

Una visión crítica de este incidente nos invita a reflexionar sobre los límites de la institucionalidad en las democracias modernas, donde la política exterior puede ser utilizada no sólo como herramienta de diplomacia, sino también como campo de batalla ideológica interna.

¿Libertad de expresión o subordinación absoluta?

El caso también pone a prueba la supuesta neutralidad del funcionariado público. Mientras que los comunicados oficiales del Departamento de Estado señalan que se actúa por motivos de seguridad y confidencialidad (“cero tolerancia con filtraciones”, dijeron), otros ven una clara intención de acallar voces no alineadas.

Ghoreishi, por su parte, se despide afirmando haber trabajado éticamente hasta el final. En su declaración: “No entiendo por qué fui blanco repentino, salvo por haber reiterado lo que autoridades habían aprobado antes. Al parecer, ¿nuestra política ya no está contra el desplazamiento forzado?”.

El precio de oponerse al sistema

La historia de Ghoreishi es, en última instancia, más que un caso individual. Representa una advertencia para cada diplomático, asesor, o analista que se enfrente a una disyuntiva ética: ¿obedecer o cuestionar?

Y ante ese dilema, muchos quizás opten por el silencio, temiendo que la lealtad al principio puede costarles el empleo.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press