“Splitsville”: Una comedia romántica moderna que se atreve a romper todas las reglas

Entre triángulos amorosos, confesiones incómodas y una dirección impecable, la nueva cinta de Covino y Marvin revive la elegancia screwball con una crudeza actual

Las parejas son un laboratorio del caos. Esa parece ser la tesis oculta detrás de “Splitsville”, la nueva comedia escrita por Michael Angelo Covino y Kyle Marvin. Si su cinta debut “The Climb” ya nos mostraba las tensiones masculinas detrás de una aparente amistad sólida, esta segunda entrega refina esa mirada con una exploración delirante y honesta sobre los quiebres amorosos, los acuerdos de pareja y las verdades que se dicen (o se descubren) en momentos de crisis.

Covino dirige y coescribe junto a Marvin, repitiendo una fórmula de éxito donde la edición mínima y los largos planos secuencia refuerzan el caos, incomodidad y sorpresas que pululan en sus historias. En “Splitsville”, esa sensación de espontaneidad y verdad se acentúa en una narración que retoma lo mejor de la comedia screwball de los años 30, pero la reubica en escenarios modernos donde las relaciones ya no son lo que eran… o quizá siempre fueron esto.

La apertura: caos en la carretera (literal y emocional)

El filme comienza con Carey (Kyle Marvin), un profesor de gimnasia, conduciendo junto a su esposa Ashley (interpretada con soltura por Adria Arjona), una coach de vida. Él propone tomar clases de cerámica; ella le responde que necesita nuevas experiencias sexuales. Están en la carretera y de pronto ocurre un accidente. Al bajarse a asistir a los heridos —entre los que una mujer ha salido disparada del vehículo— Ashley toma una resolución: quiere el divorcio. Aquí no hay medias tintas ni sutilezas. El drama comienza como una bofetada emocional, sin aviso y con la intensidad de una colisión.

Una tragicomedia sobre adultos confundidos

Después del accidente y desgarradora ruptura, Carey deambula sin rumbo por la campiña hasta llegar a la casa de su amigo de la infancia, Paul (Michael Angelo Covino), quien vive con su esposa Julie (Dakota Johnson) y su hijo pequeño. Lo que parece un refugio pasajero se convierte en nuevo epicentro del drama: Paul y Julie tienen un matrimonio abierto, y de inmediato se plantea la opción de que Julie se acueste con Carey. No como una provocación, sino como parte del contrato de pareja. La tensión sexual se mantiene latente, mientras se invita al espectador a reflexionar sobre los límites del amor moderno, la fidelidad y la moralidad líquida.

Una dirección que coreografía el caos

Mucho se ha hablado de los planos secuencia en el cine reciente. Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Sam Mendes han hecho de esta técnica una firma. Pero lo que logran Covino y Marvin es algo menos efectista y más íntimo. Las escenas se desarrollan en tomas largas que imitan el lenguaje del teatro, donde los actores no pueden esconderse tras cortes de edición. Todo lo que se ve, sucede en tiempo real emocional. Esta crudeza visual refuerza lo absurdo de ciertas situaciones y permite que las actuaciones brillen con una naturalidad que recuerda las mejores comedias físicas de Buster Keaton o Jacques Tati, pero con el alma cínica del siglo XXI.

De triángulo amoroso a juego de sillas emocionales

Conforme avanza la historia, regresan Ashley, las contradicciones éticas y eróticas de cada personaje se amplifican, y lo que parecían decisiones simples se convierten en un enredo afectivo donde nadie puede salir indemne. Entre Carey, Paul, Julie y Ashley se forma una especie de danza moral sobre lo correcto, lo deseado y lo permitido. La película no se limita a generar risa. Si algo logra “Splitsville” es que obliga al espectador a sentir vergüenza ajena, simpatía y frustración —todo al mismo tiempo— hacia personajes visiblemente defectuosos pero profundamente humanos.

Dakota Johnson: la reina actual de la screwball moderna

Tras brillar en “Materialists”, Johnson reafirma aquí su talento para interpretar mujeres atrapadas entre la lógica emocional del amor y la racionalidad brutal del deseo. Su Julie parece flotar sobre el caos mientras lo contempla, pero también lo alimenta. Ella es, como lo fue Katharine Hepburn en “Philadelphia Story” o Carole Lombard en “My Man Godfrey”, el ancla sardónica entre hombres que se desmoronan emocionalmente.

Quien también entrega una interpretación magistral es Michael Angelo Covino. Su Paul parece un gurú emocional moderno que salta entre genialidad y egoísmo, lo que mantiene al público (y a Carey) en constante tensión. Este es, en muchos sentidos, el tipo de papel que podría haber hecho Cary Grant en sus años álgidos, aunque con menos encanto y más cinismo.

Referencias modernas y metacomentarios

La cinta no escatima en guiños. Se hacen referencias a “Vanilla Sky”, a los zapatos New Balance, y hasta aparece Nicholas Braun como un mentalista que aporta nuevas capas de absurdo a la historia. El humor, aunque en tono constante de farsa, tiene momentos de pura sutileza donde los silencios hablan más que los diálogos. Y es que en “Splitsville”, todos mienten… principalmente a sí mismos.

Una estructura narrativa sin red

El guion está diseñado para poner a los personajes en situaciones límite. En ese afán, como buen cine screwball, hay momentos en que las vueltas de tuerca se acumulan demasiado. Algunos espectadores podrían sentir que hay secuencias repetitivas o que la mecánica de sorpresa continua cansa. Sin embargo, hay que recordar que en este tipo de películas, lo que importa no es tanto el destino como el viaje. Y en este caso, el camino está repleto de jardineras emocionales, confesiones incómodas y una coreografía sentimental tan absurda como entrañable.

El legado de Splitsville: la comedia adulta que necesitábamos

En tiempos donde muchas comedias románticas repiten fórmulas gastadas, “Splitsville” se presenta como un fresco soplo de brutal honestidad. Esta no es una historia rosa con finales felices. Es una postal cínica, divertida y profundamente humana sobre adultos que no saben amar, pero tampoco saben dejar de intentarlo.

La película recibió tres de cuatro estrellas en varias reseñas especializadas, algo notable considerando su estreno en un periodo tradicionalmente flojo como el final del verano. De acuerdo con el sitio Movie Insider, la cinta fue clasificada R por la MPAA por su lenguaje, contenido sexual y desnudez gráfica. Su duración de 100 minutos se siente justa para lo que propone.

No esperes finales cerrados o moralejas claras. Esta es una obra sobre el eterno retorno de los errores, sobre el amor como un juego sin reglas fijas y el humor como única herramienta para sobrevivir al desastre emocional contemporáneo.

Si “The Climb” fue una escalada emocional entre amigos, “Splitsville” es una caída libre hacia la adultez romántica, con todas las cicatrices que eso conlleva.

Y en ese sentido, es deliciosa.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press