Chemmani: el grito silenciado de los desaparecidos en Sri Lanka
Los hallazgos en una fosa común reabren las heridas del conflicto civil y exigen justicia a un Estado que todavía no reconoce a sus muertos
Una fosa que grita desde el silencio
En medio del calor sofocante de Chemmani, una localidad al norte de Sri Lanka, una excavación aparentemente rutinaria para un horno crematorio eléctrico sacó a la luz 141 esqueletos humanos. Muchos de ellos son de niños. Entre los restos también aparecieron objetos personales: una mochila escolar, un biberón, juguetes, ropa infantil y hasta una bandeja de talco para bebé. Si hay algo que revela la magnitud de esta tragedia es que los cementerios en esa región, de mayoría hindú, no suelen tener entierros —los cuerpos son incinerados según sus rituales religiosos—, lo que confirma que no se trataba de enterramientos normativos.
Desde junio de 2025, el suelo de Chemmani ha sido testigo mudo de una serie de excavaciones lideradas por el sistema judicial local y peritos forenses. El área fue sellada y declarada escena del crimen. Los enterramientos, hechos en fosas de 1.5 metros de profundidad, sin organización ni ropa en los cuerpos (135 esqueletos estaban completamente desnudos), han generado sospechas de crímenes de guerra ocurridos durante los años del conflicto civil de Sri Lanka (1983–2009).
El contexto del conflicto
Para comprender lo escandaloso de este hallazgo es necesario volver al conflicto armado en Sri Lanka que enfrentó al gobierno central, controlado por la mayoría cingalesa budista, con grupos militantes tamiles que exigían un Estado independiente en el norte y este del país. La guerra fue una de las más largas y cruentas del siglo XX: más de 100.000 muertos y decenas de miles de desaparecidos civiles.
La región de Jaffna, cercana a Chemmani, fue epicentro de la insurgencia Tamil y objeto del control militar estricto del ejército esrilanqués entre 1996 y 2009. La represión incluyó detenciones arbitrarias, asesinatos extrajudiciales y desapariciones forzadas. Fue un conflicto sucio, donde tanto el Estado como los guerrilleros de los Tigres Tamiles (LTTE) cometieron atrocidades.
Una confesión olvidada
En 1998, un soldado llamado Somaratne Rajapakse fue condenado a muerte por el asesinato de una joven escolar, su madre, su hermano y un vecino. Durante el juicio, Rajapakse afirmó bajo juramento que había ayudado a enterrar cuerpos en Chemmani —hasta 400 en total— bajo órdenes de superiores militares. Aunque la confesión condujo a un hallazgo parcial de restos ese mismo año, la investigación fue suspendida abruptamente.
Veintisiete años después, las excavaciones reanudadas parecen darle la razón. Esta vez, sin embargo, la dimensión del descubrimiento supera todo lo esperado. Las familias de los desaparecidos han vuelto al lugar, muchas con la esperanza, al menos, de una prenda, un objeto personal, algo. La mayoría se ha encontrado con los restos de niños.
¿Quién responde por los niños?
Lo más perturbador del hallazgo es la evidencia de asesinatos de menores. Un informe forense reveló que una de las niñas tenía entre 4 y 6 años. Había ropa de bebés, zapatos diminutos y juguetes mordidos por el tiempo. Sin embargo, un detalle inquietante emerge de los archivos: ningún niño figura en los informes de desapariciones entre 1990 y 1998 de la Comisión de Derechos Humanos de Sri Lanka. ¿Fueron siquiera denunciados? ¿Se asumió que “no importaban”?
El Estado guarda silencio. El ejército niega responsabilidades y las autoridades han declarado que el proceso “pertenece exclusivamente al ámbito civil”. Se espera autorización judicial para extender las excavaciones ocho semanas más y recolectar más pruebas, aunque sin una base de datos de ADN ni protocolos forenses adecuados, la identificación de las víctimas avanza con lentitud agónica.
Memorias que no descansan
Los familiares no quieren monumentos huecos, sino respuestas. Amalanathan Mary Calista busca a su esposo desde 1996. Lo detuvo el ejército en su aldea y nunca volvió. “Llevaba un sarong azul”, repite, con la ilusión de encontrar esa prenda entre los objetos exhumados. Pero solo vio ropa de niños. “Si no está vivo, queremos saberlo. Queremos que el Estado declare que murió en su custodia y nos pague una compensación”, dijo.
Selvamalar Sivanathan también busca a su hermano y esposo. Ambos fueron arrestados y desaparecieron. “Hemos revisado todas las cárceles y no los encontramos. Con tantos cuerpos aquí, tememos lo peor”, lamenta.
Las estadísticas del horror
- 141 esqueletos recuperados en un área de 165 metros cuadrados.
- 135 sin ninguna prenda de vestir.
- Un solo cuerpo identificado inicialmente: una niña de entre 4 y 6 años.
- La comisión de derechos humanos había reportado 281 desapariciones entre 1990 y 1998 en la región.
- El ejército fue responsabilizado en 243 casos (86.5%).
A diferencia de otros momentos en la historia reciente del país, esta vez el proceso está siendo monitoreado por abogados como Ranitha Gnanarajah, activista por los derechos humanos. “Hemos escaneado un área tres veces más grande que la actualmente excavada, y hay anomalías que indican posibilidades de más restos”, dijo a medios locales.
No obstante, sin compromiso estatal e internacional, la impunidad sigue acechando. “No hay una guía oficial para investigaciones de fosas comunes en Sri Lanka”, denuncia Brito Fernando, activista que trabaja con familias de desaparecidos. “Tampoco contamos con un banco de ADN que permita identificar a las víctimas”.
Un crimen sin narrativa oficial
La historia de Chemmani jamás apareció en libros de texto. No hay documentales estatales ni homenajes oficiales. Ciertas élites del país, especialmente dentro de la etnia cingalesa, prefieren mantener el mito de la guerra “limpia” ganada por un ejército “libertador”. El descubrimiento de cuerpos de niñas destruye ese relato fabricado.
“Una investigación verdadera es la única manera de liberar al ejército de esas sospechas”, sugiere Fernando. Pero esa investigación podría agitar los nacionalismos y reabrir heridas políticas profundas en un país donde el equilibrio étnico jamás se consolidó completamente tras la guerra.
La justicia que todavía espera
La comunidad internacional ha mantenido una postura ambigua. Las denuncias por crímenes de guerra contra el Estado y los rebeldes están documentadas en reportes de la ONU, pero la presión externa no ha sido suficiente para construir mecanismos reales de justicia transicional. Las víctimas de Chemmani, entonces, siguen esperando.
Como dijo una anciana tamila al visitar el lugar donde aparecieron los esqueletos: “Ya no quiero venganza, solo quiero saber a quién enterraron, quién le puso esa bota a su hijo, quién dejó esa mochila escolar. Tiene nombre esa mochila. Mi nieta tenía una igual.”
Mientras las maquinarias forenses continúan removiendo tierra y secretos, Sri Lanka enfrenta una elección moral ineludible: ¿seguir ignorando a los muertos o escucharlos para sanar?