60 años de control chino en el Tíbet: ¿progreso o represión disfrazada?
Un análisis crítico del aniversario que Pekín celebra mientras el mundo observa con escepticismo
Un aniversario marcado por la propaganda oficial
Con una celebración impresionante en Lhasa, liderada por el presidente Xi Jinping y altos funcionarios del Partido Comunista Chino, China conmemoró los 60 años desde la creación oficial de la Región Autónoma del Tíbet. El evento se realizó frente al emblemático Palacio de Potala, antiguo hogar del Dalai Lama, transformado hoy en un símbolo del “nuevo Tíbet” bajo las directrices del Partido Comunista.
La puesta en escena incluyó desfiles militares, alegorías regionales, danzas folclóricas y discursos patrióticos. Más de 20.000 personas reunidas con banderas rojas celebraron un evento que para el gobierno central es prueba del progreso y unidad nacional. Sin embargo, tras el colorido espectáculo subyace una realidad profundamente controvertida: la acusación constante de represión, sincretismo forzoso y apagamiento cultural.
Contexto histórico: ¿ocupación o liberación?
China ingresó militarmente al Tíbet en 1950, consolidando su control un año más tarde tras la firma del Acuerdo de los 17 Puntos, que supuestamente garantizaba autonomía religiosa y cultural al Tíbet a cambio de reconocer la soberanía china. Sin embargo, tras la revuelta tibetana de 1959, reprimida violentamente, el Dalai Lama huyó al exilio en la India. Desde entonces, los tibetanos exiliados y defensores de derechos humanos sostienen que ha habido una campaña de sinización forzosa sobre la milenaria cultura tibetana.
El aniversario celebrado este año conmemora la creación de la Región Autónoma del Tíbet en 1965, un modelo de gobierno autónomo bajo estricta supervisión del Partido Comunista de Pekín. China llama a la región Xīzàng (西藏), intentando borrar gradualmente las connotaciones ligadas a la independencia espiritual o política.
Desarrollo económico como herramienta de justicia histórica
En su discurso, Wang Huning, alto líder del partido, afirmó:
“Los grandes logros de la región autónoma del Tíbet en los últimos 60 años demuestran que solo bajo el liderazgo del Partido Comunista de China, el Tíbet puede prosperar y avanzar.”
Y probablemente, en términos de infraestructura y indicadores económicos, esto puede validarse parcialmente. Desde 1950, la región ha visto la creación de carreteras, electrificación, escuelas, hospitales y desarrollo turístico. Datos del gobierno apuntan a que el PIB del Tíbet ha crecido más del 10% anual en décadas recientes, aunque desde perspectivas más críticas, este modelo de desarrollo ha beneficiado a las comunidades chinas han afincadas en la región más que a los propios tibetanos.
Según Human Rights Watch y Amnistía Internacional, muchas de estas mejoras vienen acompañadas de mecanismos de vigilancia totalitaria, control policial extremo y educación obligatoria en mandarín.
Represión religiosa: del Potala al aparato de vigilancia
El Budismo Tibetano ha sido uno de los aspectos más golpeados por la política de sinización. Miles de monasterios han sido demolidos desde la década de 1960, y los monjes y monjas enfrentan vigilancia constante. Muchos centros religiosos deben ahora izar la bandera china, mostrar retratos de Xi Jinping en sus altares y ofrecer lecciones de marxismo-leninismo a sus aprendices.
En 2008, protestas masivas en Lhasa fueron reprimidas con violencia, y desde entonces más de 150 tibetanos se han inmolado en señal de protesta, según Free Tibet Organization.
China responde argumentando que el Tíbet es gobernado por leyes nacionales y que tales acciones son necesarias para contener el separatismo. En palabras de Wang Huning:
“Los asuntos tibetanos son internos de China y ningún poder externo puede interferir. Cualquier intento de dividir la patria fracasará.”
El Dalai Lama y la lucha por la identidad
El 14.º Dalai Lama, Tenzin Gyatso, vive en exilio en Dharamshala, India, desde 1959. Desde allí lidera una lucha no violenta por la preservación cultural y religiosa del Tíbet. Ha sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz (1989), y aunque ha dicho que no busca la independencia, sino una “autonomía significativa”, Pekín lo considera un “divisor de la patria”.
Uno de los conflictos más tensos ha girado en torno al proceso de reencarnación del Dalai Lama. China asegura tener el derecho para nombrar a su sucesor, mientras el actual líder espiritual ya ha sugerido que podría no reencarnarse o hacerlo incluso fuera de China, para evitar manipulación estatal. Esta declaración representa una confrontación directa con el modelo autoritario de Pekín y su intento por controlar el alma del budismo tibetano.
La narrativa china vs la percepción internacional
Mientras que China enmarca el aniversario como una victoria histórica contra el “feudalismo teocrático y la explotación medieval”, diversas organizaciones señalan que el Tíbet vive bajo una forma moderna de ocupación. Algunas comparan esta supuesta “liberación” con la imposición de una cultura dominante que borra identidades, restringe la lengua tibetana y transforma prácticas religiosas en espectáculos para turistas.
En la arena internacional, las voces a favor de los derechos de los tibetanos se han visto opacadas por los crecientes lazos económicos con Pekín. A pesar de las denuncias de Amnesty International, Freedom House y Human Rights Watch, son pocos los gobiernos que se atreven a alzar un reproche firme.
Incluso cuando en años recientes líderes como el presidente checo Petr Pavel se reunieron con el Dalai Lama, China reaccionó cortando canales diplomáticos con Praga, reafirmando que no tolerará lo que califica como “interferencias externas”.
¿Qué sucede con los tibetanos en el exilio?
Cerca de 150.000 tibetanos viven exiliados alrededor del mundo, principalmente en India, Estados Unidos, Suiza y Canadá. El Gobierno Tibetano en el Exilio, con sede en Dharamshala, sigue funcionando como una entidad simbólica que promueve la preservación cultural del pueblo tibetano.
La identidad tibetana se mantiene viva a través de escuelas de lengua, templos budistas y presión diplomática. Sin embargo, la ausencia de reconocimiento oficial como Estado dificulta su incidencia en foros internacionales, especialmente cuando el poder económico de Pekín marca la agenda global.
El caso tibetano también resuena en otras regiones con tensiones similares, como Xinjiang o incluso Hong Kong, donde Pekín impone un control cada vez más rígido sobre las libertades individuales y la identidad cultural.
¿Celebrar o reflexionar?
Mientras China celebra un hito político con rituales coreografiados, muchos tibetanos recuerdan otro evento: la pérdida de su libertad espiritual, la erosión de su identidad y el exilio forzado de su líder máximo. No puede negarse que ha habido progreso material y desarrollo económico, pero a un alto costo en términos de derechos y libertades fundamentales.
La cuestión tibetana sigue viva en el corazón de millones que ven, en medio de desfiles y retratos de Xi Jinping, un grito silenciado que implora por autonomía cultural, libertad religiosa y respeto por su historia milenaria.
¿Será el próximo aniversario motivo de reconciliación o más propaganda bajo vigilancia?