Redistritación y poder: La nueva batalla política entre California y Texas por el control del Congreso

Mientras Texas fortalece el dominio republicano con un nuevo mapa electoral, Gavin Newsom lanza una ofensiva demócrata desde California. ¿Es la redistritación el nuevo campo de batalla en la guerra partidista de EE.UU.?

¿Puede una línea en un mapa cambiar el futuro político de Estados Unidos? La respuesta es sí, si esa línea es parte de los distritos electorales del país. En pleno verano de 2025, el mapa político estadounidense está siendo redibujado con la precisión quirúrgica de una guerra fría partidista. Y sus dos frentes principales son, cómo no, Texas y California.

La escalada de una guerra silenciosa

La redistritación, el proceso mediante el cual se redefinen los límites de los distritos electorales tras cada censo, se ha convertido en un arma clave en la lucha por el control político. Aunque se presenta como un procedimiento técnico, en realidad es cada vez más un campo minado de intereses partidistas.

En agosto de 2025, la legislatura de Texas, controlada por el Partido Republicano y con el respaldo del expresidente Donald Trump, aprobó un nuevo mapa electoral que crea hasta cinco nuevos distritos favorables al GOP. La medida busca consolidar la delgada mayoría republicana en la Cámara de Representantes, que ahora mismo es de apenas tres escaños.

En respuesta, el gobernador de California, Gavin Newsom, lanzó una estrategia de alto riesgo para contrarrestar el movimiento texano. Planea aprobar un nuevo mapa congresional que podría generar hasta cinco nuevos escaños ganables para los demócratas. Esto marcaría un enfrentamiento directo entre los dos estados más poblados de EE.UU., que funcionan como espejos opuestos del espectro político estadounidense.

El giro de Newsom: de defensor de la imparcialidad a soldado partisan

Paradójicamente, la propuesta de Newsom entra en contradicción con sus propios principios anteriores. Durante años, el gobernador californiano apoyó fervientemente la creación de una Comisión de Redistritación independiente, aprobada por los votantes en 2010, con el objetivo de despolitizar el proceso. Esa comisión ya estableció los límites actuales en 2021. Pero ahora, ante lo que considera una ofensiva conservadora sin precedentes, Newsom ha cambiado de estrategia: "Vamos a combatir fuego con fuego", declaró.

El cambio ha generado controversias incluso dentro del partido. Pero cuenta con un aliado de peso: Barack Obama. El expresidente respaldó públicamente la medida, diciendo que es necesaria para asegurar la representación democrática. "Creo que es un enfoque inteligente y medido", expresó durante una recaudación de fondos del brazo demócrata encargado de redistritación.

El modelo texano: pragmatismo político sin tapujos

En contraste con la complejidad legal y popular de California, los republicanos texanos han seguido un camino más directo. Bajo el liderazgo del gobernador Greg Abbott, Texas reabrió los mapas elaborados en 2021 para agregar escaños republicanos de manera abierta y descarada. "Estamos actuando en interés de nuestro partido", admitió sin rodeos el representante estatal Todd Hunter, autor de la legislación.

La sesión especial del 20 de agosto culminó con una votación de 88-52 —con sorpresa de nadie, en líneas partidarias— tras más de ocho horas de debates. Los demócratas, sin recursos legislativos para bloquear la iniciativa, protestaron con técnicas simbólicas: abandonaron el estado semanas antes de la sesión para retrasar su avance y fueron escoltados de vuelta con vigilancia policial.

¿Dónde está el límite legal?

El panorama judicial tampoco proporciona muchas herramientas a la oposición demócrata. En 2019, el Tribunal Supremo dictaminó, en una decisión altamente polémica, que la redistritación partidista no es inconstitucional. Mientras no infrinja los derechos de las minorías raciales, se permite dibujar distritos con fines políticos.

Esto abre el camino a estrategias como la texana, que solo podrían ser impugnadas si se demuestra que rompen con la Ley de Derechos Electorales, al diluir el peso electoral de las comunidades minoritarias.

Una lucha nacional con epicentro en los estados

Lo que empezó como una disputa local entre Texas y California ha prendido una chispa a nivel nacional. Trump no se ha detenido en su estado natal; también ha presionado para reconfigurar distritos en Indiana, Missouri y Ohio. Mientras tanto, los demócratas analizan reabrir los mapas en Maryland y Nueva York, aunque las leyes estatales dificultan esas medidas en muchos lugares de tinte progresista.

El diferencial institucional también hace que los republicanos jueguen con más libertad. De los estados controlados por los demócratas, la mayoría—como Nueva York, Colorado o California—tienen comisiones independientes o mecanismos de referéndum popular para aprobar cambios. Por ende, maniobrar rápidamente es más difícil.

La política como geometría: una poderosa herramienta

No es exagerado decir que los mapas electorales han decidido quién gobierna EE.UU. en más de una ocasión. El gerrymandering—nombre derivado del gobernador de Massachusetts Elbridge Gerry, quien en 1812 aprobó un distrito con forma de salamandra para favorecer a su partido—ha impregnado la historia electoral del país.

Según el Brenan Center for Justice, se estima que el rediseño de mapas entre 2011 y 2020 en estados como Carolina del Norte y Wisconsin proporcionó al menos 15 escaños netos que no correspondían a la proporción de votos emitidos. En elecciones donde un simple puñado de escaños decide la mayoría, cada curva del mapa cuenta.

¿El fin de la imparcialidad?

El nuevo escenario parece marcar el fin de una era en la que el ideal era que la redistritación fuera objetiva. Los partidos han entrado en una dinámica de equilibrio de poder ofensivo: donde el otro altera las reglas, no queda margen para respetarlas unilateralmente.

El propio Newsom lo reconoce al afirmar que esta es una nueva era para el Partido Demócrata, con "energía renovada para jugar con las mismas reglas que utilizan los republicanos". Sin embargo, algunos advierten del riesgo de destruir el propio sustento institucional que garantiza elecciones creíbles.

El papel de la ciudadanía: ¿referéndum o resignación?

En California, a diferencia de Texas, los votantes podrían desempeñar un rol central: se requerirá un referéndum para validar o rechazar el mapa que Newsom proponga. Esto abre una oportunidad única para acelerar el debate sobre la legitimidad democrática del nuevo proceso.

¿Los votantes californianos apoyarán una maniobra que erosiona su propia comisión independiente, aunque favorezca a su partido? ¿O apostarán por mantener el principio de neutralidad? Las respuestas definirán mucho más que escaños: podrían redibujar el propio concepto de “representación” en el siglo XXI.

Una guerra silenciosa que apenas comienza

El 2026, año de elecciones legislativas en EE.UU., será una prueba decisiva para estas maniobras cartográficas. Con un Congreso dividido, donde cada voto cuenta, los nuevos distritos podrían ser el factor sorpresa que incline la balanza del poder. Y detrás de cada voto, cada línea y cada mapa, está una filosofía profundamente diferente de cómo debería funcionar la democracia.

En palabras de Eric Holder, ex fiscal general y presidente de la National Democratic Redistricting Committee:La redistritación es uno de los frentes más importantes en nuestra lucha por una democracia equitativa”.

No es sólo una cuestión de mapas, sino de poder, de valores y del alma misma del sistema democrático estadounidense.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press