El resurgir del Partido Republicano a la imagen y semejanza de Donald Trump
Cómo el movimiento MAGA ha transformado la maquinaria política del GOP y convertido al expresidente en el auténtico eje del poder republicano
Trump, de outsider político a líder absoluto del Partido Republicano
Hace menos de una década, Donald Trump era considerado un intruso en un Partido Republicano dominado por políticos tradicionales, grandes donantes y estructuras afiliadas al establishment. Hoy, el panorama ha cambiado radicalmente: Trump no solo ha moldeado el partido a su imagen, sino que también domina sus estructuras desde las bases hasta los más altos niveles del poder organizativo.
La historia de este giro radical comienza con figuras como Amy Kremer, una activista del Tea Party que organizó el controvertido mitin cercano a la Casa Blanca el 6 de enero de 2021 y que hoy ocupa un asiento en el Comité Nacional Republicano (RNC). La reciente elección de Joe Gruters, aliado de Trump, como presidente del partido, consolida el dominio del exmandatario.
“Es el partido de Donald Trump ahora”
Kremer lo resumió de forma contundente: “Es el partido de Donald Trump ahora”. Ella, como muchos otros activistas, formó parte de una ola de renovación en el RNC, donde más de 40 nuevos delegados fueron elegidos en la convención de 2024 en Milwaukee, y otros 21 en Atlanta semanas después. Todos, sin excepción, identificados con la marca MAGA.
Esta tendencia es aún más evidente si se observa a figuras como Michael McDonald, presidente del partido en Nevada desde 2011. Aunque fue acusado por actuar como “elector falso” en 2020 —un cargo luego desestimado—, McDonald sigue siendo un férreo defensor de Trump y su visión de “Estados Unidos Primero”.
“Trump despertó al partido”, afirma McDonald. “La clase trabajadora creyó en este movimiento porque era real, no fue algo pasajero.”
El giro estructural: cómo Trump y su círculo tomaron las riendas
Durante su primer mandato, Trump mantenía una relación más tenue con los engranajes institucionales del partido. Reince Priebus y Ronna McDaniel, aliada de Mitt Romney, ocuparon cargos clave, pero sin alinearse plenamente con su ideario combativo.
No fue hasta después de perder la reelección en 2020 que Trump, desde su “exilio político”, empezó a diseñar con precisión el nuevo GOP. Sustituyó a McDaniel por personas de total confianza: Lara Trump, su nuera, fue nombrada copresidenta del RNC, y Michael Whatley pasó a presidir el comité. Este último es actualmente su candidato para el Senado por Carolina del Norte.
Además, una figura esencial es JD Vance, vicepresidente de EE. UU. y encargado de las finanzas del comité: un lazo organizativo sin precedentes entre la Casa Blanca y el partido.
Más allá de Trump: MAGA como movimiento generacional
El éxito del Trumpismo radica en que trasciende al propio Trump. Su estilo agresivo, su retórica nacionalista y su política económica proteccionista han atraído a una generación de políticos y electores hartos del status quo.
“Represento a una generación frustrada por lo políticamente correcto”, declaró John Wahl, presidente del Partido Republicano de Alabama y el más joven en ocupar ese cargo con solo 34 años.
Y no son casos aislados. Bryan Miller, militar retirado y presidente del GOP en Wyoming, sostiene que no habría imaginado hace diez años que figurones como Liz Cheney —hija del exvicepresidente Dick Cheney— serían repudiados por apoyar una comisión investigadora sobre el asalto al Capitolio.
La percepción estratégica y pragmática
Los líderes actuales del GOP reconocen las contradicciones. Amy Kremer admite que no le gusta el gasto público elevado propuesto por Trump, pero lo considera un “sacrificio aceptable” si se garantiza una política de mano dura en inmigración y cierres fronterizos.
“Sabemos que va a gastar más, no lo apruebo, pero a cambio nos asegura una frontera segura”, explicó. Lo mismo opinan líderes como Evan Power, del Partido Republicano en Florida: “Hoy sabemos que su estilo combativo es el que gana elecciones”.
Rediseño electoral y batalla judicial: la extensión del poder Trumpista
El ascenso del poder MAGA no sólo se refleja en oficinas partidistas: también impacta las estructuras de poder legislativo y judicial. En Texas, el fiscal general Ken Paxton y el senador John Cornyn han protagonizado una guerra política en torno al rediseño del mapa electoral estatal antes del calendario usual de redistribución censal.
Este rediseño busca otorgar al trumpismo cinco nuevos asientos en una Cámara de Representantes que puede definir el futuro de su agenda. La maniobra llevó a los legisladores demócratas a abandonar el estado para evitar el quórum legislativo, protagonizando una inusual huelga política. Mientras, Paxton acusa a Beto O’Rourke —aliado demócrata prominente— de aumentar ilegalmente fondos de emergencia para los legisladores rebeldes.
Entre los posibles beneficiarios de este tumulto político se encuentran James Talarico, joven legislador que ha ganado notoriedad nacional y presionado desde la narrativa espiritual. “Esta es una lucha espiritual”, sentenció desde el púlpito de la iglesia del expresidente Obama en Chicago.
Batalla judicial contra las ciudades santuario: el otro frente MAGA
La inmigración sigue siendo el eje medular del trumpismo. Mientras el movimiento expande su control político, sigue alimentando batallas legales con ciudades santuario como Chicago, Boston o Los Ángeles. Recientemente, un tribunal federal en San Francisco bloqueó los intentos de la Casa Blanca por negarles financiamiento federal.
Estas ciudades fueron incluidas en una lista negra publicada por el Departamento de Seguridad Nacional, que luego fue retirada por contener errores y por politizar la colaboración local con las políticas de deportación. El juez William Orrick, en su fallo, consideró estas acciones como “coacciones inconstitucionales”.
No obstante, el gobierno Trump ha seguido instruyendo a las agencias para “no respaldar con fondos ninguna jurisdicción que obstaculice la deportación de migrantes”. Nuevamente, la visión de confrontación como método de gobierno se impone.
¿Qué queda del Partido Republicano tradicional?
Quienes alguna vez representaron lo más sólido del GOP —figuras como Romney, Cheney, McCain— han sido sustituidos por una nueva generación de trumpistas orgánicos. Los discursos moderados han sido reemplazados por palabras cargadas y llamadas a la acción bélica, religiosa o nacionalista.
Para actores fieles al antiguo orden, como Cornyn, el precio político es alto. Sus vínculos con el aparato republicano tradicional ya no garantizan lealtad entre las bases. Las encuestas lo muestran más débil que Paxton entre el electorado primario. “Hoy se trata de quién lucha, no de quién negocia”, afirmó Talarico en alusión directa a esa fractura.
Una estructura sellada al estilo Trump
La construcción de un nuevo Partido Republicano tiene rostro, nombre y agenda clara. Trump no solo rediseñó políticas, sino que ha consolidado cuadros, alianzas y estructuras que le aseguran continuidad, incluso más allá del 2024.
Con sus propios candidatos para el Senado, una estructura de recaudación vinculada a la vicepresidencia, y líderes estatales ideológicamente alineados, el GOP de hoy puede considerarse un “partido a la medida” de Trump.
“Ha aprendido de su primer mandato, ha tenido tiempo para reflexionar, y ahora está ejecutando al máximo”, concluye Evan Power.
El futuro dirá si el GOP tendrá vida más allá de su caudillo. Pero por ahora, el partido, desde su base hasta su cima, vibra solo al ritmo de un nombre: Donald J. Trump.