Ucrania y su lucha inacabada por la independencia: 34 años entre sueños, errores y guerra

De la efervescencia juvenil de 1990 al conflicto actual con Rusia, un análisis crítico del legado político y estratégico que aún define el destino ucraniano

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Un pasado reciente que aún pesa

El 24 de agosto de 1991, miles de ucranianos celebraban frente al Parlamento de Kyiv lo que parecía un triunfo irreversible: la independencia de la Unión Soviética. Aquel día, el país sellaba una decisión que más del 90% de sus ciudadanos ratificarían poco después en las urnas. Pero con el paso del tiempo, se hizo evidente que la independencia política no fue suficiente para romper los lazos, visibles e invisibles, que Moscú mantenía sobre Ucrania.

Oleksandr Donii y la generación de los noventa

Uno de los protagonistas de los años convulsos previos a la caída del telón de acero fue Oleksandr Donii, un estudiante y activista que lideró protestas en 1990 reclamando no solo la separación de Moscú, sino también una reforma profunda del sistema interno ucraniano. Las huelgas de hambre organizadas por los estudiantes buscaban, entre otras cosas, elecciones parlamentarias anticipadas que reemplazaran a los legisladores de línea soviética.

“Me preparaba para prisiones y campos de trabajos forzados. Creí que la lucha duraría décadas”, dijo Donii en entrevista. Nunca imaginó que, en menos de un año, Ucrania sería libre... al menos en el papel.

Un país independiente con alma soviética

No todos celebraban con igual entusiasmo. Oleksandr Nechyporenko, exdiputado del primer Parlamento ucraniano, recuerda la fragmentación ideológica de esa época: “Una mayoría era indiferente o dudaba; otra, poderosa, quería mantener los lazos con Moscú y el comunismo”.

Muchos de los protagonistas coinciden: la Segunda República Ucraniana nació con el sistema soviético aún incrustado en vena. Según los activistas, esto fue un error clave: “Ganamos la independencia, pero no erradicamos la casta comunista”, argumenta Donii.

La entrega del arsenal nuclear: ¿un error estratégico?

Uno de los capítulos más controvertidos de la Ucrania independiente fue la entrega, casi inmediata, del arsenal nuclear heredado de la URSS. Con unas 5.000 ojivas nucleares, Ucrania se convirtió brevemente en la tercera potencia nuclear del mundo en los años 90.

Yurii Kostenko, político y científico involucrado en las primeras negociaciones de desarme, recuerda haber propuesto un acuerdo integral con EE.UU. que implicaba ayuda tecnológica y financiera a cambio de desarme pacífico. “Incluso se hablaba de convertir parte del armamento en combustible nuclear para nuestras plantas”, explica. Washington estaba listo para cooperar, pero todo cambió cuando Boris Yeltsin, presidente de Rusia, exigió su destitución como jefe negociador.

El acuerdo, en vez de fortalecer la integración euroatlántica, terminó en la entrega de las ojivas a Moscú, a cambio de fórmulas tan simbólicas como el Memorando de Budapest (1994), que garantizaba la integridad territorial de Ucrania... hasta que Rusia lo violó con la anexión de Crimea en 2014 y la invasión total en 2022.

¿Error o ingenuidad? La perspectiva desde el presente

Vistos desde la guerra actual, los pasos de la joven república parecen haber sido concesiones trágicas. Entregar el arma disuasoria más poderosa del planeta a su principal amenaza territorial dejó a Ucrania vulnerable. Como recuerda Kostenko, lo recibido de vuelta –unos 1.500 millones de dólares en gas y combustible nuclear– apenas representaba el 1% del valor del arsenal entregado.

Hoy, con la OTAN más cerca pero aún lejos de garantizar una membresía plena, las heridas del pasado inmediato condicionan cada negociación diplomática. Un país que quiso ser neutral ahora depende más que nunca del apoyo militar y político occidental.

La sombra de Moscú: manipulación política y social

Durante los años posteriores a la independencia, Rusia utilizó todo su aparato político, mediático y económico para socavar las aspiraciones ucranianas hacia Europa. Desde la financiación de partidos prorrusos hasta el control de los medios, pasando por campañas de desinformación que dividieron a la sociedad, la injerencia nunca desapareció.

Por ejemplo, Viktor Yanukóvich, presidente depuesto durante la Revolución del Maidán en 2014, era conocido por su cercanía con el Kremlin y por haber frenado un acuerdo de asociación con la Unión Europea, lo cual desencadenó una nueva oleada de protestas y represión.

El reclamo de muchos: se necesitaba más firmeza

Para Nechyporenko y otros de su generación, la clave del fracaso del poscomunismo en Ucrania fue no haber tomado decisiones más radicales. “Tuvimos que ser más firmes”, apunta. En otras palabras, la transición fue incompleta: se proclamó un nuevo país, pero no se desmanteló el viejo régimen por completo.

Esta tibieza estructural impidió consolidar una democracia sólida, dejándola vulnerable ante revanchismos autoritarios internos y al jugueteo geopolítico del Kremlin.

La guerra como punto de inflexión inevitable

La invasión rusa de 2022 puede ser vista como la consecuencia directa de décadas de indecisión. Como resume el historiador Timothy Snyder, “para Putin, Ucrania independiente jamás fue una nación legítima, sino una anomalía histórica que debía corregirse”.

Y así lo intentó, primero con Crimea en 2014, luego con Donbás, y finalmente con un ataque a gran escala. Sin embargo, el efecto fue el opuesto: el nacionalismo ucraniano se fortaleció, y la idea europea de Ucrania se convirtió en cuestión de supervivencia.

Una nueva generación, una nueva identidad

Hoy, millones de ucranianos, especialmente jóvenes, se identifican con valores democráticos, europeístas y antifascistas. Aleksandra Matviichuk, premio Nobel alternativo en 2022, lo expresó claramente: “Ucrania no lucha solo por un territorio, sino por una idea: la de ser europeos, libres y soberanos”.

La sociedad civil ucraniana se ha convertido en un modelo de resiliencia. Desde evacuaciones médicas organizadas por voluntarios hasta brigadas de derechos humanos que documentan crímenes de guerra, el país ha dejado de ser un Estado pasivo para actuar como una comunidad vibrante.

El precio de la libertad

La guerra ha dejado cicatrices imperecederas: más de 10 millones de personas desplazadas, miles de muertos, y una economía devastada. Sin embargo, también ha generado un sentido de identidad nacional jamás visto en la historia moderna.

Como en toda guerra por independencia, la narrativa se redefine con cada caída y cada victoria. Lo que para muchos fue una independencia prematura en 1991, hoy se vive como una segunda oportunidad para consolidarla, con dolor pero con claridad moral.

¿Y ahora qué?

El futuro de Ucrania depende no solo de la diplomacia internacional, sino de su capacidad de aprender de los errores pasados: no subestimar al enemigo, no hacer concesiones estratégicas irreversibles, y sobre todo, aferrarse a su identidad democrática.

“Lo que dimos por hecho en los noventa lo tenemos que pagar con sangre en esta década”, concluye Donii, sin amargura, pero con una mirada crítica indispensable para quienes analizan el destino de las naciones pos-soviéticas.

Treinta y cuatro años después de proclamarse independiente, Ucrania vive el capítulo más difícil de su historia reciente. Pero esta vez, la claridad de propósito parece no tener vuelta atrás.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press