Tragedia en el Mediterráneo: ¿hasta cuándo la migración será una sentencia de muerte?

Tres hermanas sudanesas mueren en un intento desesperado por alcanzar Europa. Una mirada crítica y humana al drama migratorio que enluta el Mediterráneo.

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Por las aguas del Mediterráneo se cuela la esperanza de miles de migrantes que sueñan con una vida mejor. Pero también se hunden vidas, sueños, niños. El caso más reciente: tres hermanas sudanesas, de 9, 11 y 17 años, que murieron ahogadas al intentar cruzar en una lancha inflable rumbo a Italia.

Una ruta tan mortal como necesaria

Desde 2014, más de 30.000 personas han muerto en el Mediterráneo central durante su intento por alcanzar Europa, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Esta ruta, que conecta las costas de Libia y Túnez con Italia y Malta, se ha convertido en una de las más mortales del mundo.

Las tres niñas sudanesas formaban parte de un grupo de 65 personas rescatadas por la organización alemana RESQSHIP. Su embarcación, una lancha inflable verde, partió desde Zuwara, Libia, y rápidamente se deterioró debido al mal clima, las olas de casi 5 metros de altura y el sobrepeso.

Era una noche completamente oscura, con la lancha semidesinflada. El agua y el combustible se habían mezclado en el fondo, y allí emergieron los cuerpos de las niñas”, relató la voluntaria Barbara Satore. La madre y el hermano sobrevivieron, pero la imagen de una madre abrazando los cuerpos de sus hijas envueltas en sábanas blancas es tan desgarradora como inaudita.

La desesperación no entiende de fronteras

Los rescatados provenían de lugares como Sudán, Malí, Costa de Marfil, Etiopía y Eritrea. Todos compartían un denominador común: huían del hambre, la guerra o la persecución. Entre los sobrevivientes había mujeres embarazadas, niños y personas gravemente enfermas.

Lo inquietante no es sólo el naufragio, sino lo repetitivo de estas tragedias. En paralelo al rescate de RESQSHIP, otro grupo, SOS Humanity, logró salvar a más de 50 personas, pero no pudo llegar a una segunda embarcación que fue interceptada por la Guardia Costera libia, un cuerpo acusado por Naciones Unidas de violaciones graves de derechos humanos.

Devolver a personas necesitadas de protección a un país donde enfrentarán tortura y abusos es una violación del derecho internacional”, afirma SOS Humanity.

¿Y Europa? ¿Y nosotros?

La Unión Europea, mientras tanto, parece haber optado por la externalización de sus fronteras. La cooperación con cuerpos libios —a pesar de las sistemáticas denuncias— ha sido constante. Italia, bajo diferentes gobiernos, ha mantenido acuerdos dudosos con Libia para frenar la migración, canalizando millones de euros a dichas "guardias costeras".

A esto se suma la actitud de los estados miembros que restringen el accionar de ONGs de rescate, las mismas que, como RESQSHIP, brindan la única esperanza real de salvación en ese infierno azul. Algunos países incluso han criminalizado su trabajo. Como señala Amnistía Internacional, estas políticas conforman un cerco hostil contra quienes ayudan y quienes necesitan ayuda.

Infancia migrante: morir antes de vivir

Los menores representan una parte creciente de los migrantes. En 2023, más de 600 niños murieron o desaparecieron cruzando el Mediterráneo, según UNICEF. Muchos partieron solos, otros con familiares. Pero lo incomprensible sigue siendo que un continente desarrollado no pueda generar un sistema coordinado que les brinde protección efectiva y legal al llegar.

Cada cuerpo pequeño que flota en estas aguas representa un fallo sistémico de dimensiones intolerables. ¿Hasta cuándo seguiremos leyendo titulares que reflejen tragedias evitables?

La criminalización del éxodo y la política del miedo

Los países receptores, en vez de atender causas de raíz como los conflictos armados, la pobreza extrema, la desertificación o el cambio climático que empujan a millones a migrar, han optado por convertir la migración en un asunto de seguridad nacional. De ahí el fortalecimiento de organismos como el ICE en Estados Unidos —una fuerza casi paramilitar que, bajo la promesa de deportaciones masivas, ha intensificado redadas y militarizado las ciudades—, o el uso de la vigilancia electrónica en Europa para detectar movimientos migratorios.

Mientras tanto, como contracara, el mar Mediterráneo cinégicamente sigue tragando gente. Sigue matando a los más vulnerables. Sigue quedándose con los nombres que jamás conoceremos.

El mar, tumba sin lápidas

Los cuerpos de las tres hermanas sudanesas seguro descansan ahora en algún cementerio o fosa común cerca de Lampedusa. Pero no fueron las primeras. Y, desafortunadamente, no serán las últimas. Cada historia de rescate en el Mediterráneo es también una historia de omisión global.

No hay soluciones simples, pero el enfoque actual ha demostrado su rotundo fracaso. No se puede detener un río de personas desesperadas con muros o amenazas. Se necesitan rutas seguras de migración, corredores humanitarios y políticas que piensen globalmente.

Mientras esto no ocurra, habrá más niñas muertas. Más madres en shock. Más voluntarios quitando cadáveres empapados en gasolina de lanchas que nunca debieron navegar.

Y lo peor: habrá más indiferencia.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press