La bandera en llamas: Trump, la libertad de expresión y el eterno debate sobre los símbolos patrios

La nueva orden ejecutiva de Donald Trump revive el conflicto entre el simbolismo de la bandera estadounidense y el derecho constitucional a la protesta

Desde los días de Gregory Lee Johnson hasta la reciente orden ejecutiva de Donald Trump, el acto de quemar la bandera de Estados Unidos ha sido un epicentro cargado de emoción política, histórica y jurídica. ¿Debe un símbolo nacional tener más peso que los principios fundacionales de la nación? Este artículo es un Hot Take sobre el choque eterno entre patriotismo y libertades civiles en los Estados Unidos.

Un viejo conflicto que arde con fuerza renovada

El 1 de julio de 2024, Donald Trump firmó una orden ejecutiva instando al Departamento de Justicia y a la fiscal general Pam Bondi a procesar con vigor los casos que impliquen quema de banderas, especialmente si existen delitos colaterales como vandalismo o violencia. Aunque la orden no criminaliza directamente el acto, sí sugiere la posibilidad de que inmigrantes pierdan beneficios legales o sean deportados si cometen tales actos.

"Tú quemas una bandera, un año de prisión. No diez años, no un mes", declaró Trump en el acto de firma. Sin embargo, legalmente no puede establecer penas unilaterales: esto es competencia exclusiva del Congreso o los órganos legislativos estatales.

La Constitución de EE.UU., y más específicamente, la Primera Enmienda, protege este derecho —o esta ofensa, según quien lo observe— como una forma legítima de expresión política.

Texas v. Johnson: El antecedente que define la jurisprudencia

El punto de inflexión llega en 1984, cuando Gregory Lee Johnson quema una bandera durante una protesta frente al Republican National Convention en Dallas. El acto le vale un año de prisión y una multa en Texas. Sin embargo, en 1989 la Corte Suprema de EE.UU., en una votación 5-4, declara invalida la condena. El fallo Texas v. Johnson establece que quemar la bandera constituye una forma de "conducta expresiva" protegida por la Primera Enmienda.

El legendario juez conservador Antonin Scalia estuvo —para sorpresa de muchos— en la mayoría que protegió el acto. "No santificamos la bandera castigando su profanación, pues al hacerlo, diluimos la libertad que representa", escribió el juez William J. Brennan en la sentencia.

El conservadurismo dividido: una paradoja ideológica

La nueva orden ejecutiva ha sorprendido incluso a figuras emblemáticas del conservadurismo estadounidense. El locutor Jesse Kelly declaró en redes sociales:

“Jamás dañaría la bandera estadounidense. Pero que un presidente me diga que no puedo hacerlo hace que esté más cerca que nunca de quemarla. Soy un ciudadano libre. Y si alguna vez siento que quiero hacerlo, lo haré.”

Incluso el hijo de Antonin Scalia recuperó una antigua declaración de su padre donde sostenía: “La Primera Enmienda garantiza el derecho a expresar desprecio por el gobierno, el Congreso, la Corte Suprema e incluso por la bandera nacional”.

¿Patriotismo o populismo?

El ordenamiento legal estadounidense ha mantenido desde 1989 la protección constitucional al acto de quemar banderas. No obstante, Donald Trump descubre en este asunto un instrumento altamente simbólico para movilizar a su base. Tras los disturbios de 2020 y varias manifestaciones donde se quemaron banderas, Trump recurre no solo a la indignación patriótica, sino también a la xenofobia, al sugerir que los inmigrantes que participen podrían ser deportados.

De hecho, la orden ejecutiva hace énfasis en el estatus migratorio de quienes cometan estos actos, estableciendo como prioridad la revocación de visados, procesos de naturalización y permisos de residencia.

La fuerza simbólica de la bandera

Para millones de estadounidenses, la bandera representa valores casi sagrados: libertad, sacrificio, historia nacional. El juez William H. Rehnquist, en su opinión disidente en Texas v. Johnson, escribió:

“Millones de estadounidenses la consideran con un respeto casi místico, sin importar sus creencias sociales, políticas o filosóficas.”

En el imaginario colectivo, una bandera en llamas no solo simboliza protesta: es vista como agresión existencial a la identidad nacional. Pero, ¿debería esta percepción emocional tener más peso que una libertad constitucional garantizada?

La Corte Suprema actual, ¿revocará Texas v. Johnson?

Desde la llegada de tres jueces designados por Trump —Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney Barrett— la Corte ha virado fuertemente hacia una mayoría conservadora de 6-3. Esta nueva configuración podría, en teoría, reconsiderar precedentes clave como Texas v. Johnson.

No sería la primera vez: la Corte ya mostró disposición a revertir doctrinas establecidas con el fallo Dobbs v. Jackson de 2022, que anuló el derecho federal al aborto establecido en Roe v. Wade.

Frente a este panorama, la orden de Trump podría interpretarse como un pretexto legal cuidadosamente formulado para llevar un caso modelo y devolver el tema al máximo tribunal del país.

La opinión pública: compleja y contradictoria

Distintos sondeos a lo largo de los años revelan que, si bien la mayoría de los estadounidenses consideran ofensiva la quema de banderas, también reconocen su condición de protesta legítima cuando se lo plantea como un tema de constitucionalidad.

  • En una encuesta de Gallup (2006), el 56% apoyaba una enmienda constitucional para prohibir la quema de banderas.
  • Pero cuando se preguntaba en la misma encuesta si apoyarían castigo legal por quemar banderas en protestas políticas, solo el 38% estaba totalmente de acuerdo.

Esta ambivalencia es clave. No se trata solo de patriotismo versus anarquía, sino de dos derechos que colisionan: el derecho a venerar un símbolo nacional, y el derecho a cuestionarlo públicamente.

¿Qué sigue?

Con la campaña electoral de 2024 escalando, este tema probablemente resurja con más fuerza. Ya en 1988, George H.W. Bush basó buena parte de su campaña en pedir una enmienda constitucional para prohibir actos como la quema de banderas. Pero, incluso en esa época, no se atrevió a promulgar una orden que contradijera la Corte Suprema, como sí ha hecho Donald Trump.

En un año electoral altamente polarizado, apelaciones simbólicas como esta tienen un eco profundo. El nacionalismo simbólico se entrelaza con el populismo, creando una narrativa donde “el otro” — migrante, joven, progresista — es quien ataca a la nación desde dentro. Mientras tanto, la bandera arde… y con ella, quizá también el terreno estable sobre el que se asienta la Primera Enmienda.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press