¿Socialismo estilo Trump? La jugada política y económica que despierta pasiones en ambos bandos
La compra del 10% de Intel por parte del gobierno de EE.UU. bajo la administración de Trump genera un debate inesperado: ¿es una jugada patriótica o un guiño al intervencionismo socialista?
Trump y su nueva faceta: ¿capitalista nacionalista o socialista pragmático?
Donald Trump, expresidente y precandidato presidencial republicano, ha sacudido los cimientos ideológicos de su partido con una medida audaz e inesperada: convertir $11.100 millones en subsidios previamente acordados en una participación del 10% en Intel, una de las mayores empresas tecnológicas de EE.UU. El revuelo no tardó en llegar, con críticas que van desde los sectores conservadores hasta el ala más progresista del espectro político.
“Yo haré tratos como este para nuestro país todo el día”, escribió Trump en la red Truth Social. Su argumento es que el acuerdo no solo fortalece la industria tecnológica estadounidense sino que también genera beneficios para los contribuyentes. Sin embargo, esta decisión plantea preguntas fundamentales sobre el rol del Estado en la economía, la coherencia ideológica del trumpismo y el futuro del libre mercado en EE.UU.
Del CHIPS Act a la inversión estatal
Esta no es una inversión nueva. El gobierno —bajo la administración Biden— había aprobado miles de millones en el marco del CHIPS and Science Act (Ley de Chips y Ciencia) para fortalecer la producción nacional de semiconductores, una clase crítica de tecnología que alimenta desde teléfonos inteligentes hasta sistemas de defensa. Uno de los principales beneficiados fue Intel, que recibió $11.1 mil millones en financiación y promesas de cooperación.
No obstante, bajo la narrativa de Trump, estos fondos gubernamentales ahora se han transformado en un activo tangible: una participación accionaria del 10%. El precio de las acciones de Intel, de hecho, subió en las horas posteriores al anuncio, provocando celebraciones en los círculos pro-Trump.
¿Patriotismo económico o socialismo empresarial?
Para algunos conservadores, esto es una traición ideológica. “Si el socialismo es que el gobierno posea los medios de producción, ¿no es esto un paso hacia el socialismo?”, se preguntó el senador Rand Paul en X.
Scott Lincicome, experto comercial del Instituto Cato, advirtió que decisiones así podrían llevar a Intel a actuar más por conveniencia política que por lógica empresarial. “La innovación requiere competencia sin piedad”, afirmó Lincicome, “no acuerdos para quedar bien con el presidente de turno”.
Un viraje en la narrativa republicana
El senador Thom Tillis, también republicano, expresó su desconcierto ante el silencio del partido. “Para muchos de mis colegas autodenominados conservadores, ¿cómo reconcilian esto con el verdadero conservadurismo y el libre mercado?”, cuestionó.
A lo largo de su presidencia y posterior liderazgo político, Trump ha coqueteado varias veces con el intervencionismo. Ha presionado a Apple para que fabrique en EE.UU., ha exigido cambios a empresas como Coca-Cola y Walmart, y estableció aranceles récord en décadas. Esta política, a lo que llama patriotismo económico, está reformulando la ideología republicana tradicional.
El precedente de la “acción dorada” y otras jugadas económicas
La participación en Intel no es un hecho aislado. En meses recientes, Trump también ha intervenido en:
- U.S. Steel: adquirió una "acción dorada" que otorga poder de veto sobre decisiones que afecten la seguridad nacional en su venta a Nippon Steel.
- MP Materials: compró $400 millones en acciones, convirtiendo al gobierno en el mayor accionista de la minera de tierras raras.
- Nvidia y AMD: el gobierno acordó recibir el 15% de ingresos provenientes de ciertos chips vendidos a China.
Estas acciones han sido defendidas dentro de la Casa Blanca como casos únicos, motivados por la importancia estratégica de las compañías. Sin embargo, los críticos ven un patrón que se asemeja a un fondo soberano estatal, una herramienta común en países como Noruega o los Emiratos Árabes Unidos, pero alienígena para el capitalismo estadounidense.
Bernie Sanders… ¿apoyando a Trump?
Paradójicamente, la única voz política que ha defendido el acuerdo de Intel con entusiasmo ha sido la del senador Bernie Sanders. “Los contribuyentes no deberían regalar miles de millones a corporaciones sin obtener algo a cambio”, dijo, en una declaración que autónomamente valida la lógica de Trump… aunque proviene de su némesis autodeclarado, un socialista democrático.
Sanders argumenta que los ciudadanos tienen derecho a un retorno razonable por su inversión, y si una empresa como Intel exige ayuda estatal, entonces el Estado tiene derecho a participar de sus beneficios y su control.
Riesgos económicos y tensiones geopolíticas
No todo son luces para el nuevo pacto entre el gobierno y la empresa de chips. Intel advirtió a sus inversionistas en documentos oficiales que podría perder clientes internacionales que se rehúsen a hacer negocios con una firma parcialmente estatal.
Además, los números financieros de Intel no son alentadores: ha perdido más de $22 mil millones desde inicios de 2023, en parte por quedar rezagada en la carrera de chips para inteligencia artificial. Recibir apoyo estatal puede aligerar esa presión financiera, pero también agrega un nuevo problema: la dependencia política.
James Secreto, exfuncionario del Departamento de Comercio, alertó: “La administración Trump ahora posee el éxito o fracaso de Intel. La pregunta es: ¿hasta dónde llegará el gobierno para proteger su posición?”.
Un nuevo rumbo económico: ¿acierto o abismo?
Kevin Hassett, director del Consejo Nacional Económico bajo Trump, ha planteado públicamente la posibilidad de establecer un fondo soberano para invertir en múltiples industrias. Esto representa un cambio estructural profundo: una ruptura con décadas de laissez-faire, privatizaciones y fe ciega en que el “mercado lo sabe todo”.
Este futuro incierto genera divisiones ideológicas, no solo entre demócratas y republicanos, sino en el corazón del mismo partido de Trump. Donde algunos ven una estrategia para proteger intereses nacionales, otros ven señales de un proteccionismo tóxico, y para no pocos, una contradicción con décadas de antiestatismo conservador.
¿Y si esto es solo el comienzo?
El mismo Trump ha sugerido que seguirá en esta línea: “Quiero intentar obtener tanto como pueda”, declaró. El secretario de Comercio Howard Lutnick fue aún más claro: los contratistas de defensa podrían estar entre los próximos objetivos, vista su estrecha relación con el gobierno federal.
Este giro en la política económica estadounidense plantea una disyuntiva urgente no solo sobre qué rol debe tener el Estado en la economía, sino también sobre qué valores políticos están dispuestos a ajustar los republicanos para seguir respaldando a Trump.
Mientras, el exmandatario continúa argumentando que sus tácticas “hacen más rica a América” y generan empleos. Y puede ser, al menos, parcialmente cierto. Pero la pregunta clave será si el precio —en términos ideológicos, económicos y diplomáticos— también se paga con la misma moneda.
“No necesitamos demostrar nada a nadie. Estamos aquí para poner al equipo primero”, dijo Valtteri Bottas recientemente en un contexto completamente distinto. Pero la frase podría aplicarse con ironía perfecta a los movimientos económicos de Trump.
Tal vez lo que está en marcha no sea solo una nueva política industrial, sino una redefinición del conservadurismo moderno.