Masacre en Misa: El ataque a la Iglesia de la Anunciación y la creciente crisis del extremismo doméstico en Estados Unidos
Robin Westman, un joven armado, irrumpió en una misa católica en Minneapolis. Lo que ocurrió revela una profunda herida nacional entre odio, salud mental y acceso a armas.
Un miércoles de horror en Minneapolis
El 27 de agosto de 2025 pasó a la historia de Minneapolis como uno de los días más oscuros de la ciudad. Eran casi las 8:30 a.m. cuando Robin Westman, de 23 años, irrumpió en plena misa matutina en la Iglesia de la Anunciación, parte de la escuela católica del mismo nombre. Armado con un rifle, una escopeta y una pistola, disparó indiscriminadamente a través de las ventanas de la iglesia, apuntando directamente a los fieles—la mayoría, niños en las bancas delanteras.
El ataque provocó la muerte de dos menores de edad y dejó al menos 17 personas heridas. Posteriormente, Westman fue hallado muerto en el estacionamiento, víctima de un disparo autoinfligido.
El ataque: planificación y odio
La policía, junto al FBI, investiga el hecho como terrorismo doméstico y un crimen de odio contra católicos. El sospechoso dejó material programado para publicarse en YouTube—videos que ahora han sido eliminados por la plataforma—donde queda al descubierto un discurso de resentimiento, nihilismo e ideología violenta.
Uno de los videos mostraba una colección de armas, cargadores y municiones con inscripciones que incluían frases como “¿Dónde está tu Dios?” y “Matar a Donald Trump”. En el mismo material, Westman canta la palabra "mañana" con tono sombrío y declara: “Lamento todo. No pedí vivir. Tú no pediste morir.”
El trasfondo familiar: contradicciones y dolor
Un aspecto que ha llamado especialmente la atención es la información familiar del atacante. Su madre, Mary Grace Westman, fue asistente administrativa en la Iglesia de la Anunciación durante cinco años. Su contratación fue anunciada en un boletín parroquial de 2016, y su retiro celebrado por la comunidad en 2021.
Sin embargo, no está claro si Robin Westman tuvo alguna relación directa con la escuela o la iglesia, aparte de este lazo materno. Reporteros intentaron contactar a varios miembros de la familia, pero no hubo respuesta.
Identidad de género y respuesta mediática
Robin Westman fue identificado por autoridades federales como persona transgénero. En 2020, un juez aprobó una petición de cambio de nombre de Robert a Robin, firmada por la madre del atacante. Este detalle ha sido usado por algunos sectores para generar narrativas transfóbicas, lo cual ha generado la condena del alcalde de Minneapolis, Jacob Frey.
“Condeno a cualquiera que utilice este acto de violencia para demonizar a la comunidad trans. No debemos confundir el odio de una persona con una identidad de género”, afirmó.
Una nación armada hasta los dientes
Quizá el aspecto más alarmante del caso es cuán fácil fue para Robin Westman adquirir múltiples armas de fuego. Las autoridades informaron que compró las tres armas legalmente y que no contaba con antecedentes penales. De acuerdo con el Small Arms Survey, Estados Unidos tiene más armas que personas —con más de 393 millones de armas en circulación para una población de unos 330 millones.
Casos como el de Westman son devastadores no solo por sus consecuencias inmediatas, sino también porque revelan una maquinaria permitido por el actual sistema de control de armas. Las lagunas legales facilitan el acceso a armas semiautomáticas incluso a personas que manifiestan síntomas claros de inestabilidad emocional o extremismo.
Mensajes cifrados: el culto a la violencia
Uno de los aspectos más perturbadores del caso es el contenido encontrado en los cuadernos de Westman. Dos diarios escritos en alfabeto cirílico fueron hallados en su poder. Uno con más de 150 páginas, otro con más de 60, que incluye un sticker de un rifle estilo AK sobre una bandera del Orgullo Trans y otro de la banda alemana industrial KMFDM.
La conexión con esta banda es especialmente inquietante. No porque la banda promueva actos violentos—KMFDM ha condenado repetidamente los tiroteos escolares—sino porque algunos tiradores escolares del pasado (como en Columbine) ya habían mostrado afinidad por su estética. La iconografía se convierte en símbolo de culto para mentes atormentadas y radicalizadas.
La radicalización silenciosa
Estamos ante un fenómeno complejo y profundamente arraigado. La radicalización no ocurre de la noche a la mañana. Según Megan Squire, directora de investigación de Southern Poverty Law Center, “la mayoría de estas personas empiezan por foros, consumen discursos de odio y gradualmente se sienten ‘llamados’ a algo más violento”.
El contenido digital que dejó Westman denota un consumo prolongado de contenido extremista. Las referencias religiosas, políticas y culturales apuntan no a una ideología clara, sino a una mezcla de desencanto existencial, odio a la religión, nihilismo y autocompasión destructiva.
El trauma comunitario
En la escena del crimen, padres, estudiantes y miembros de la iglesia aún tratan de entender lo ocurrido. En palabras de una madre entrevistada por medios locales: “Vas a misa, a una escuela católica, pensando que es el lugar más seguro para tus hijos, y pasa esto.”
La reacción ha sido una mezcla de duelo y miedo. Hoy la comunidad católica no solo llora a sus muertos, sino que comienza un proceso angustiante de restauración psicológica y espiritual.
La necesidad de actuar: ¿qué sigue?
- Revisar a fondo las leyes de tenencia y acceso a armas. Permitir que ciudadanos sin historial pero con señales alarmantes acumulen armas es un riesgo nacional.
- Fortalecer los mecanismos de prevención de violencia doméstica e ideológica. Las escuelas, iglesias y centros comunitarios necesitan herramientas para identificar comportamientos visibles de radicalización o inestabilidad.
- Desestigmatizar la salud mental en comunidades religiosas. Muchas aún consideran el suicidio o la depresión como formas de “debilidad espiritual”, en lugar de condiciones médicas tratables.
- Impulsar una narrativa pública que no caiga en el sensacionalismo ni en la demonización por identidad de género.
Una tragedia que nos obliga a mirar al espejo
Lo ocurrido en Minneapolis no es un hecho aislado. Es uno más en una larga lista de tiroteos masivos —en iglesias, escuelas, centros comerciales y conciertos—que revelan una parte podrida del alma estadounidense. La mezcla explosiva de extremismo, armas accesibles, redes sociales descontroladas y soledad existencial está cobrándose vidas inocentes en silencio.
En memoria de los niños caídos, y por respeto a los millones de fieles amenazados en sus rituales más sagrados, el cambio es urgente. No basta con lamentos y oraciones. Es momento de legislar, educar, prevenir y sanar.