Tomatina 2025: La terapia roja que celebra 80 años de tradición y caos en Buñol
El icónico festival español vuelve a teñir de rojo sus calles con 120 toneladas de tomates y un mensaje de resiliencia tras las inundaciones
Por un día al año, las calles de Buñol, un pueblo tranquilo en Valencia con apenas 10.000 habitantes, se transforman en el escenario de una de las fiestas más extrañas y explosivas del mundo: la Tomatina. En su edición número 80, celebrada el miércoles 27 de agosto de 2025, más de 20.000 personas de todas partes del mundo se reunieron para lanzarse 120 toneladas de tomates sobremaduros en lo que se autodefine como “la madre de todas las batallas vegetales”.
Un caos rojo cargado de historia
La Tomatina nació en 1945, según cuenta la leyenda local, cuando unos jóvenes interrumpieron el desfile de gigantes y cabezudos lanzando tomates de un puesto cercano. Lo que comenzó como una riña callejera espontánea se convirtió en un evento cultural de relevancia internacional, que hoy está declarado de Interés Turístico Internacional. La celebración solo ha sido suspendida dos veces desde entonces, durante los años críticos de la pandemia de COVID-19.
Tomaterapia después de la tragedia
Buñol no solo celebraba una fiesta, también se recuperaba. En octubre de 2024, este mismo pueblo fue uno de los más afectados por unas inundaciones devastadoras en el este de España. La consigna de este año, “Tomaterapia”, representa esa necesidad colectiva de catarsis y resiliencia.
“Este año no solo tiramos tomates, tiramos también el dolor, el lodo, las pérdidas y la frustración”, declaró Carmen Moya, una vecina del pueblo que participó en la actividad desde los años 90.
Logística del caos: cómo se organiza la Tomatina
Para organizar este evento, la preparación es quirúrgica. Los camiones que transportan los tomates viajan más de 5 horas desde regiones productoras donde el fruto no cumple con estándares para consumo, lo que disipa las críticas sobre el desperdicio de alimentos.
Las reglas del evento son escasas pero claras:
- Hay que aplastar los tomates antes de lanzarlos para evitar lesiones.
- No se permite portar botellas ni objetos duros.
- Solo se puede participar en la zona delimitada y por el tiempo estipulado (una hora).
- Gafas protectoras y tapones para los oídos son recomendados, aunque no obligatorios.
La señal de inicio y fin del evento proviene de un cañonazo, que da pie a una batalla titánica de jugo y pulpa roja, amenizada por música electrónica y cánticos internacionales.
Turismo global y economía local
La Tomatina atrae cada año miles de turistas que, además de participar en el evento, revitalizan la economía del pueblo en verano. Según datos de la Agència Valenciana del Turisme, la celebración genera unos 300.000 euros en ingresos directos para la localidad, además de impulsar el comercio local.
“Se llena todo: los hoteles, los bares, las tiendas. Es una semana de oro para nosotros”, afirma Paco Torres, dueño de un pequeño restaurante en la plaza principal. “Y desde hace más de una década, la demanda es internacional: americanos, japoneses, australianos… todos vienen a mancharse de tomate”.
Más política y conciencia social
Este año, la Tomatina también incluyó un mensaje político. Un grupo de vecinos, respaldado por un partido de izquierda local, exhibió banderas palestinas y pancartas contra la campaña militar de Israel en Gaza. Esta visibilización de temas geopolíticos durante una fiesta internacional subraya cómo las tradiciones también pueden ser espacios de denuncia y conciencia.
“No hay que olvidar que muchas de las personas que vienen aquí también viven conflictos o injusticias en sus países”, dijo Laura Font, una activista presente en el evento.
¿Una rave de tomate?
Con música electrónica a alto volumen, camisetas blancas que acaban teñidas de rosa, cuerpos bailando cubiertos de pulpa y sonrisas desbordadas, el ambiente recuerda más al Tomorrowland que a una feria típica. Hay quienes incluso la llaman “la rave roja”.
“Es como volver a ser niño, pero con 26 años, en medio de 20.000 locos por meterse en una guerra de tomates”, comentó entre risas Jake Henderson, turista británico que asistía por primera vez. “No se puede comparar con nada. ¡Ni Glastonbury es tan salvaje!”
Limpieza (casi) inmediata
Terminado el evento, las calles se limpian velozmente con mangueras industriales y duchas comunitarias. El ácido natural del tomate incluso limpia mejor la piedra de las calles que el jabón convencional.
La sensación que queda es la de haber participado en algo único: una locura colectiva, una explosión de alegría y libertad que trasciende culturas, idiomas e ideologías. Todos terminan rojos, riendo, agotados y satisfechos.
¿Turismo o cultura?
Los más puristas cuestionan si el evento se ha vuelto demasiado “turistificado”. Desde que en 2013 se implantó la compra de entradas para controlar el aforo, muchos locales afirman que se ha perdido parte del espíritu original.
“Antes íbamos todos los vecinos, era una ‘batalla amistosa’ entre nosotros. Ahora hay más cámaras que tomates”, dice el abuelo Chimo, que asegura haber participado durante más de 50 años. “Pero bueno, si hace feliz a la gente y da dinero al pueblo, bienvenida sea”.
Tomatina del futuro: tradición con retos modernos
La Tomatina, como muchas otras fiestas tradicionales, se debate entre mantener su esencia y adaptarse a los nuevos tiempos. Los desafíos climáticos que afectan a la agricultura, las nuevas sensibilidades respecto al desperdicio y la sostenibilidad, y el papel creciente de las redes sociales que convierten todo en “instagrammable”, moldean el futuro de esta celebración.
Sin embargo, sigue siendo una cita ineludible para quienes buscan más que una fiesta; buscan una experiencia sensorial, una bomba de endorfinas y una historia que contar para toda la vida.
“Cada año lo digo: esta es la última. Y cada agosto, aquí estoy otra vez, cubierto de tomate y más feliz que nunca”, admite Lola Vázquez, asistente reincidente desde 2007. “La Tomatina no se vive, se sobrevive. Pero vale la pena cada salpicón”.