Crisis en los CDC: La ciencia bajo ataque político en Estados Unidos
El despido de la directora Susan Monarez y las renuncias masivas en los CDC revelan una peligrosa interferencia ideológica en la salud pública del país
Una crisis que comienza en la Casa Blanca
En una decisión abrupta y controversial, el gobierno de Donald Trump despidió recientemente a Susan Monarez, directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), una de las máximas autoridades de salud pública en Estados Unidos. La excusa oficial fue que Monarez “no estaba alineada con la agenda del presidente” y se negó a renunciar.
Este hecho encendió las alarmas no sólo por el cambio repentino de liderazgo, sino por las implicaciones políticas que este despido conlleva. La doctora Monarez ocupaba el cargo desde hacía menos de un mes y fue apartada tras negarse a ejecutar órdenes que consideró contrarias a la ciencia, como despedir a su equipo directivo y aprobar recomendaciones de un comité asesor de vacunas designado por intereses políticos.
Renuncias en cadena: la salud pública se tambalea
Después del despido de Monarez, al menos cuatro líderes clave de los CDC, incluyendo la doctora Debra Houry—subdirectora y directora médica de los CDC—, presentaron su renuncia. Siguiéndole el paso estuvo el doctor Demetre Daskalakis, entonces jefe del Centro Nacional para la Inmunización y Enfermedades Respiratorias.
“Sabíamos que si Susan se iba, ya no teníamos liderazgo científico”, declaró Houry. “Cuando ella no pudo resistir la presión, supimos que habíamos terminado”.
Ambos consideraron que el eje de su trabajo se estaba desviando de la evidencia científica para satisfacer agendas políticas. Daskalakis fue contundente: “Llegué al punto donde creo que nuestra ciencia iba a ser comprometida, y esa es mi línea roja”.
¿Por qué fue despedida Susan Monarez?
La doctora Monarez se rehusó a acatar varias órdenes que comprometían la integridad científica de la agencia. Una de estas fue eliminar al equipo que coordinaba el nuevo Comité Asesor sobre Vacunas, reorganizado completamente por Robert F. Kennedy Jr., quien cumple funciones dentro del gabinete de Trump y es conocido por su postura antivacunas.
Este comité—anteriormente compuesto por expertos con décadas de experiencia—fue reemplazado por personas que incluyen escépticos en la eficacia de las vacunas. Además, diversas organizaciones médicas históricas que asesoraban al comité fueron excluidas, aumentando así el temor de una politización severa del organismo.
Monarez intentó contrarrestar esto nombrando un coordinador con mayor experiencia en políticas públicas y exigiendo mayor transparencia: solicitó que las revisiones de evidencia y presentaciones fueran públicas semanas antes de las reuniones y abiertas a comentarios ciudadanos.
Interferencia directa desde el Departamento de Salud
Las acciones de Monarez encendieron las alarmas en el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), que organizó una reunión en Washington para presionarla directamente. Posterior a este encuentro, fue notificada de su despido a través de personal de la Oficina de Personal de la Presidencia, algo que sus abogados consideran ilegal: sólo el presidente puede emitir formalmente una destitución de ese nivel.
Mark Zaid y Abbe David Lowell, representantes legales de Monarez, afirmaron que “cuando ella se negó a respaldar directrices imprudentes y sin sustento científico, fue castigada por ello”.
Vacío de liderazgo: ¿Quién toma las decisiones ahora?
La renuncia simultánea de líderes científicos deja a los CDC en una posición precaria. El órgano, que juega un rol esencial en el manejo de pandemias, campañas de vacunación, emergencias sanitarias y enfermedades infecciosas, quedó en manos de operadores políticos fieles a los dictámenes del gobierno, no a los datos científicos.
La ausencia de voces independientes en los CDC amenaza con debilitar el sistema de salud pública frente a futuras crisis. Además, plantea una pregunta alarmante: ¿Está el gobierno dispuesto a arriesgar vidas con tal de cumplir una narrativa ideológica?
RFK Jr. y el movimiento antivacunas dentro del poder
Robert F. Kennedy Jr., sobrino del expresidente John F. Kennedy y figura prominente del movimiento antivacunas, ha ido ganando terreno político en el entorno de Trump. Su ascenso a cargos de responsabilidad sanitaria ha sido ferozmente criticado por científicos y médicos.
RFK Jr. desmanteló el panel de vacunas anterior en junio y lo reemplazó con personas con vínculos al escepticismo. Cerró las puertas a asociaciones como la Academia Americana de Pediatría o el Colegio Estadounidense de Médicos. Según él, los anteriores miembros estaban “demasiado alineados con los fabricantes”.
Este tipo de acciones, lejos de ser anecdóticas, marcan un peligroso precedente. Estados Unidos fue durante décadas líder mundial en inmunización, control de enfermedades y respuesta a pandemias. Cambiar ese norte por teorías conspirativas es tanto irresponsable como profundamente peligroso.
La ciencia frente a la ideología: un conflicto global
Lo sucedido en los CDC no es un caso aislado. Durante la pandemia de COVID-19, múltiples gobiernos a nivel mundial enfrentaron conflictos similares: entre escuchar a sus expertos o priorizar cálculos políticos.
- En Brasil, el presidente Jair Bolsonaro despreció abiertamente los datos científicos, lo que contribuyó a una de las mayores tasas de mortalidad del mundo.
- En India, el primer ministro Narendra Modi subestimó la segunda ola del coronavirus, permitiendo eventos masivos y exacerbando la crisis sanitaria.
- Incluso en democracias consolidadas como Reino Unido, hubo decisiones erráticas durante la pandemia—por ejemplo, el retraso de restricciones en eventos deportivos clave.
En ese contexto, Estados Unidos parecía mantener una línea firme, preservando la autonomía de sus órganos científicos. Pero con la reciente purga en los CDC, esa imagen empieza a resquebrajarse.
La importancia de un CDC independiente
Los CDC se fundaron en 1946 con la misión de proteger la salud de los ciudadanos a través de investigaciones científicas precisas. Bajo sus diversos líderes, enfrentaron brotes como el VIH/SIDA, la gripe H1N1, el ébola y más recientemente, el COVID-19.
Durante la pandemia de coronavirus, la institución fue criticada por algunas inconsistencias, pero sigue siendo una de las fuentes más confiables de datos epidemiológicos del mundo. Sus boletines orientan políticas globales; sus estudios alimentan investigaciones internacionales, y sus protocolos definen normativas utilizadas desde hospitales hasta aerolíneas.
Socavar esa confianza para imponer un enfoque ideológico representa un atentado a décadas de progreso científico y sanitario.
¿Qué vendrá ahora?
Con el liderazgo colapsado y el comité de vacunas en manos de escépticos, surgen serias dudas sobre la capacidad de respuesta de Estados Unidos frente a nuevas amenazas sanitarias. ¿Podemos confiar en las futuras recomendaciones de vacunación? ¿Quién vigilará la propagación de nuevas variantes de virus? ¿Cómo reaccionará el país ante otra emergencia infecciosa global?
Si la integridad institucional sigue cediendo ante la presión política, la salud pública será la principal víctima.
En palabras de la doctora Houry: “Si la ciencia se compromete, el público no está protegido. Perder la voz científica es perder la brújula moral de esta agencia”.
La historia juzgará este momento con lupa. Y si algo ha dejado claro el legado de figuras como Emmett Till o instituciones como los CDC, es que rendirse ante la presión nunca es la respuesta cuando están en juego los principios fundamentales de equidad, verdad y justicia.