Gambia bajo asedio marítimo: la guerra pesquera que enfrenta a sus propios ciudadanos

Pescadores locales pierden sustento, se enfrentan con compatriotas tripulando barcos extranjeros, y la comida del mar se vuelve lujo en un país atrapado entre políticas fallidas y ambición extranjera

Una guerra sin fronteras claras... ni enemigos externos

Lo que está ocurriendo frente a las costas de Gambia no es una guerra tradicional, pero tiene todos los elementos de una: enemigos invisibles, traiciones internas, luchas por recursos y pérdidas humanas. Sin embargo, esta batalla no se libra por ideologías ni territorios. Se libra por peces. Por la subsistencia. Por poder llevar comida a la mesa.

En uno de los videos más impactantes que circulan en plataformas activistas y círculos de pescadores, se observa una embarcación en llamas: un barco extranjero, tripulado parcialmente por gambianos, es atacado por sus propios compatriotas. “Es como si se fueran a la guerra en lugar de a pescar”, comenta Abdou Sanyang, secretario general de la Asociación de Marineros de Gambia.

No es una metáfora. Hombres como Kawsu Leigh, un gambiano empleado como tripulante en el barco 'Abu Islam', propiedad egipcia, terminan con quemaduras graves como resultado de represalias contra buques extranjeros... tripulados ahora por locales. Una medida que el gobierno instauró intentando solucionar un problema, pero que lo ha agravado.

Del mar al fuego: reforma fallida en aguas gambianas

En busca de justicia laboral y de reforzar la soberanía económica, el gobierno de Gambia implementó una disposición que exige a los barcos extranjeros integrar como mínimo un 30% de tripulación local. Lo que buscaba ser una oportunidad para los pescadores ahora se ha convertido en una sentencia.

“Nos pusieron a combatir por unos sueldos miserables. Lo peor es que ni siquiera luchamos contra los extranjeros ya, sino contra nosotros mismos”, lamenta Leigh, aún recuperándose de sus heridas.

La raíz del problema es tan profunda como las aguas donde ocurre: sobreexplotación pesquera provocada por barcos mayoritariamente chinos, egipcios y turcos con tecnología avanzada que deja en desventaja a los pescadores artesanales gambianos. Los expertos temen que las poblaciones de peces —como la sardinela, el bonga o el mero— colapsen en los próximos años.

Una economía colapsada por la pesca... o su ausencia

La situación amenaza con cortar la arteria principal de la economía gambiana: la pesca representa junto con el turismo la mayor fuente de ingresos para este país de poco más de 2 millones de habitantes. Según cifras de Amnistía Internacional, los niveles de captura de varias especies han alcanzado niveles de sobreexplotación que duplican o triplican los límites sostenibles.

El ingreso medio anual en Gambia ronda los $900 por persona (Banco Mundial, 2022), y la sustitución de redes rotas, cada una valorada en unos $100, es simplemente impracticable para los pescadores como los hermanos Famara y Salif Ndure, quienes han perdido más de 12 de sus 15 redes.

“Las redes se rompen cada semana. Los barcos extranjeros las arrastran adrede por las noches. Ya bajan hasta los cinco millas náuticas, cuando sólo nosotros deberíamos operar en las nueve primeras”, dice Famara con rabia contenida.

El papel (invisible) del Estado y su permisividad

En teoría, los barcos extranjeros pagan por sus licencias. Algunas cifras oscilan entre los $275 por tonelada. Pero lo que para algunos parece ingreso estatal, para las comunidades costeras representa complicidad. La percepción —y las pruebas— indican que muchas embarcaciones operan con documentación falsa o con redes de malla inferior al estándar mínimo, lo cual afecta la regeneración de los bancos pesqueros.

El gobierno ha llevado a juicio solamente dos casos relevantes: un ataque incendiario y una colisión que dejó tres muertos. Mientras tanto, las patrullas marítimas organizadas con la ayuda de ONGs como Sea Shepherd son esporádicas. De hecho, no se hicieron en todo el año 2023. Y los barcos denunciados muchas veces regresan al mar tras breves detenimientos y el pago de multas negociables.

“Los delincuentes reinciden porque saben que nadie los detendrá en serio”, acusa Lamin Jassey, activista ambiental y presidente de la Asociación de Conservacionistas y Ecoturismo de Gunjur.

Pez de lujo, pollo congelado de rutina

La crisis no sólo se siente en el mar. Se siente en los mercados. Irónicamente, hoy en día muchos gambianos ya no pueden pagar el pescado que sus vecinos arriesgan la vida por capturar. Jassey lo resume con ironía amarga: “Dependemos del pollo importado en vez del pescado de nuestras aguas. ¡Qué triste!”

Y no exagera: el precio por kilogramo de pescado ha subido más de un 80% en los últimos cuatro años según datos del Gambia Bureau of Statistics, forzando a las personas más pobres a cambiar hábitos alimenticios históricos en un país costero.

Migrar o morir en el mar

La frustración es tal que muchos pescadores están vendiendo sus lanchas para convertirlas en cascarones de migración rumbo a Europa. Las embarcaciones que una vez usaron para alimentar a sus familias, hoy son botes para cruzar el Atlántico.

Leigh, aún convaleciente, confiesa que también ha considerado partir. “¿Qué me retiene? Ya ni el mar me alimenta”, señala.

Desde la caída del dictador Yahya Jammeh en 2017 y la apertura del presidente Adama Barrow hacia una economía más global, Gambia ha permitido de nuevo el acceso a estos buques extranjeros. Pero la dinámica ha tenido consecuencias devastadoras.

Una nación empobrecida que alimenta al mundo

La paradoja es dolorosa: aunque los recursos pesqueros de Gambia terminan mayormente en mercados asiáticos y europeos, muy poco de esa riqueza se queda en el país. El 70% del pescado capturado se exporta en su mayoría a China, Corea del Sur y países europeos. Mientras tanto, las comunidades pesqueras rurales observan cómo se marchan los camiones refrigerados en silencio, con sus redes rotas a la orilla del mar.

Hasta ahora, no hay esfuerzos coordinados significativos por parte de CEDEAO ni de la Unión Africana para intervenir con protocolos de protección pesquera. Tampoco la ONU ha presionado con sanciones ambientales o acuerdos de devolución de beneficios para el país costero.

La guerra pesquera en Gambia no es un conflicto aislado: es el reflejo de un drama global, donde el capital extranjero saquea recursos a cambio de migajas y enfrenta a hermanos entre sí. Si continúa esta tendencia, las aguas de Gambia no sólo quedarán vacías de peces... sino también de esperanza.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press