Guerra en el mar: la lucha por la pesca en Gambia que enfrenta a sus propios ciudadanos

La presión de los barcos industriales extranjeros transforma a los pescadores gambianos en rivales y empuja a muchos hacia la migración

Una batalla invisible en aguas africanas

La costa atlántica de Gambia se ha convertido en el escenario de una batalla silenciosa pero devastadora. Lo que solía ser una tradición generacional de pesca artesanal, hoy es un campo de guerra por la supervivencia. Lo que está en juego no es solo el sustento de miles de gambianos, sino la estabilidad social y el equilibrio ecológico de una nación entera. Corriendo entre redes rotas, motosierras marinas y encubrimientos legales, los pescadores locales enfrentan una doble amenaza: barcos industriales extranjeros con apetito insaciable y una política pesquera gubernamental que, aunque bienintencionada, ha creado enfrentamientos fratricidas. El mar, una vez fuente de vida, se ha transformado en un teatro caótico de intereses cruzados.

Conflictos entre gambianos: ¿cómo llegamos aquí?

Kawsu Leigh, un joven gambiano, jamás pensó que su vida cambiaría radicalmente la mañana que abordó un barco pesquero industrial. Trabajaba como parte de la tripulación, un requisito impuesto por el gobierno para asegurar empleo local en estas embarcaciones extranjeras. Sin embargo, terminó hospitalizado con graves quemaduras tras un ataque incendiario por parte de otros pescadores locales. Lo irónico es que los atacantes también eran gambianos. ¿Por qué pelear entre compatriotas? La furia no iba únicamente en contra de los barcos industriales, sino también contra quienes trabajan a bordo de ellos, considerados ahora cómplices del saqueo marítimo.

El origen del problema: un intento fallido de reforma

Para redistribuir mejor los beneficios del lucrativo sector pesquero, el gobierno gambiano modificó su política. Desde 2017, se exige que entre 20% y 30% de la tripulación en barcos extranjeros sea local. Aunque la medida pretendía reducir el desempleo e integrar a los pescadores artesanales al modelo comercial, ha tenido efectos colaterales inesperados. En esencia, los pescadores locales se ven obligados a colaborar con los actores que han arruinado sus propios medios de vida. Esta dinámica ha convertido a colegas en enemigos, a aliados en rivales. Los testimonios del mar como el de Leigh, y las imágenes desgarradoras de los ataques que circulan en redes sociales y grupos como la Asociación de Marineros de Gambia, ponen rostro al problema.

Sobrepesca, destrucción y desesperanza

La pesca industrial ha hecho estragos en el ecosistema. Un reporte de Amnistía Internacional en mayo de 2023 alertó sobre la sobreexplotación de especies como la sardinela, bonga, pulpo y mero. Esta situación afecta directamente la seguridad alimentaria de Gambia. El pescado, pilar básico de la dieta nacional, se ha encarecido tanto que incluso los pescadores no pueden permitirse consumirlo. Muchos han sustituido el pescado por pollo barato importado. Lamin Jassey, de la Asociación de Conservacionistas de Gunjur, lo resume así: “Es triste que estemos rodeados de mar, pero no podamos comer lo que de él sale.”

Pérdidas económicas en cifras

- Cada red de pesca puede costar hasta 100 dólares. - Salif y Famara Ndure, dos pescadores de Gunjur, pasaron de tener 15 redes a solo 3. - El salario mensual de Kawsu Leigh era de apenas 17,000 dalasi (unos 260 dólares), y gastó más de eso en medicamentos tras su accidente. El ingreso promedio en Gambia es inferior a 1,000 dólares anuales. Reemplazar redes, reparar botes y seguir pescando se vuelve una tarea titánica, dejando a muchos sin opción más que vender sus embarcaciones. ¿A quiénes? A traficantes de personas.

La migración: un mar de oportunidades... y peligros

La impotencia y la falta de futuro empujan a muchos jóvenes a adentrarse en el Atlántico, pero esta vez no con redes de pesca, sino con la esperanza de alcanzar Europa. Es común hoy que barcos pesqueros tradicionales sean vendidos y readaptados para la migración. “Compran los botes por 500,000 dalasi sin regatear. Los jóvenes no pueden resistirse cuando llevan meses sin pescar”, comenta Jassey. Se estima que decenas de embarcaciones han cambiado de propósito en los últimos años en zonas como Tanji, Bakau y Gunjur.

Justicia desigual: ¿quién protege a los locales?

Los casos judiciales derivados de los enfrentamientos son escasos. De las pocas denuncias que han llegado a los tribunales, las más visibles son el ataque incendiario al barco egipcio y un choque fatal con la embarcación Majilac 6, que provocó la muerte de tres pescadores. Las familias afectadas como la de Maget Mbye y Fatou Jobe claman justicia. Su hijo de 22 años murió en el incidente y nadie del gobierno los ha visitado siquiera. “Ellos siguen pescando como si nada, mientras nosotros enterramos a nuestros hijos.” El buque Majilac 6 había sido detenido en marzo por la Marina de Gambia, junto con otras siete embarcaciones extranjeras. ¿El resultado? Todos volvieron al mar días después. Las multas, maleables y negociables, carecen de efectos disuasorios.

Debilidad institucional

La Marina gambiana carece de recursos. Las patrullas dependen muchas veces de ONG internacionales como Sea Shepherd, que ni siquiera operó en el país en 2023. Los “observadores” designados para reportar infracciones desde las propias embarcaciones extranjeras rara vez actúan y, según denuncias, muchas veces son sobornados. Omar Gaye y otros cooperativistas creen que hay un doble estándar al aplicar la ley: se castiga con rapidez a los pescadores locales, pero los industriales operan con impunidad.

Luces en medio de la tormenta

Leigh y su historia han provocado empatía, no solo en Gambia. Videos de su ataque y el testimonio de otros trabajadores se han hecho virales, generando mayor presión sobre el gobierno. La Asociación de Marineros ahora insta a sus miembros a grabar, no a combatir. El lema es claro: “Filma, no pelees.” Sin embargo, la urgencia por soluciones estructurales es mayor que nunca. Gambia necesita de políticas pesqueras que realmente protejan lo local y castiguen lo ilegal, especialmente ahora que enfrenta otra amenaza: el colapso del ecosistema marino.

¿Hacia un futuro mejor?

Proteger a los pescadores no puede quedar únicamente en manos de asociaciones y activistas. Se requieren medidas contundentes desde el Estado: un monitoreo independiente de las aguas, penas severas para trawlers reincidentes, regulación estricta del tipo de red usada, y sobre todo, justicia para las familias afectadas. Gambia es un país pequeño, sí, pero lleno de dignidad. Su pueblo merece algo mejor que ver el pescado en televisión mientras sus redes cuelgan vacías en la playa. “Yo solo quiero trabajar para que mi familia sobreviva”, dice Leigh, sintiendo cómo sus sueños se reducen a cenizas mientras su piel todavía arde del recuerdo de aquel día en el mar.
Este artículo fue redactado con información de Associated Press