La tragedia en Minneapolis: un llamado urgente a repensar la violencia armada y la salud mental

El ataque en una iglesia católica que cobró la vida de dos niños reabre el debate sobre armas, odio e inacción política en Estados Unidos

Una mañana de horror en una iglesia

El pasado miércoles, la ciudad de Minneapolis fue estremecida por una escena de horror que, lamentablemente, se ha vuelto tristemente familiar en los Estados Unidos. Un exalumno de la escuela católica Annunciation, Robin Westman, de 23 años, disparó 116 rondas de rifle a través de los vitrales durante una misa matutina, matando a dos estudiantes, Fletcher Merkel, de 8 años, y Harper Moyski, de 10, e hiriendo a al menos 18 personas más, incluidas tres personas mayores de 80 años.

Aunque el asesino no ingresó físicamente a la iglesia, según confirmó el jefe de policía de Minneapolis, Brian O’Hara, sus disparos indiscriminados encontraron víctimas inocentes en un acto que ya ha sido calificado como terrorismo doméstico por el FBI.

Este artículo busca ir más allá del simple reporte noticioso para convertirse en una opinión reflexiva sobre lo que esta tragedia dice de EE. UU. como sociedad, y por qué eventos como este no deberían seguir sorprendiéndonos: deberían alarmarnos y movilizarnos.

“Recuerden a Fletcher por la persona que fue”

Pocos momentos han sido tan desgarradores como las palabras del padre de Fletcher, Jesse Merkel: “Recuerden a Fletcher por la persona que fue y no por el acto que acabó con su vida”. Fletcher era un niño que amaba pescar, cocinar y estar en familia. Tenía toda la vida por delante cuando una persona, cegada por odio acumulado y desatenciones evidentes del sistema, se la arrebató.

Sus compañeros aún están procesando lo ocurrido. Una madre relató como su hija, de la misma edad, no ha hablado mucho desde entonces, pero llora ante la simple presencia de una sirena o un ruido fuerte. Su mejor amiga ha muerto. ¿Cómo se le explica eso a un niño de ocho años?

¿Quién era Robin Westman y qué lo motivó?

Lo que más perturba de este caso es que Robin Westman, quien se suicidó tras el tiroteo, era un conocido del entorno escolar. Había asistido a la escuela Annunciation y su madre trabajó en la parroquia hasta 2021.

Según las investigaciones federales, Westman dejó videos y escrituras en las que expresaba odio hacia múltiples grupos: religiosos, raciales, políticos. Un caso evidente de fanatismo ideológico unido a una fascinación mórbida por los tiroteos masivos. En uno de sus mensajes confesó: “Sé que esto está mal, pero no puedo detenerme”. Además, dejó un manifiesto escrito en cirílico donde preguntaba: “¿Cuándo terminará todo esto?”

En sus publicaciones en YouTube, ahora eliminadas, se podían ver armas marcadas con frases como “MATA A DONALD TRUMP” y “¿DÓNDE ESTÁ TU DIOS?”. También enumeraba nombres de otros asesinos masivos como si fueran ídolos. En un croquis del interior de la iglesia, mostraba con un cuchillo los puntos donde dispararía.

Salud mental desatendida: un patrón peligroso

Los informes indican que Robin sufría problemas de salud mental desde joven. Existen antecedentes de llamados por parte de sus padres a las autoridades por su comportamiento en 2016 y 2018. Sin embargo, no contaba con un historial criminal ni algo que impidiera la compra legal de armas.

Una sociedad que permite que alguien con desequilibrios conocidos compre libremente rifles de asalto está fallando sistemáticamente. La salud mental es uno de los pilares del debate sobre la violencia armada, pero parece estar relegada al olvido hasta que una tragedia obliga a retomarla.

Un sistema que ignora las señales

En 2020, Westman solicitó legalmente cambiar su nombre de Robert a Robin, en un documento donde declaró que se identificaba como mujer. Este hecho encendió otro debate: muchos extremistas comenzaron a enfocar su odio hacia la comunidad trans debido al incidente, desviando así el foco del verdadero problema: la facilidad con la que cualquiera puede acceder a armas de guerra en EE. UU.

El alcalde de Minneapolis, Jacob Frey, hizo una declaración potente: “La violencia no justifica la transfobia. Esto fue un ataque por odio ideológico, no una invitación a marginar a otra comunidad”.

La normalización de lo inaceptable

Minneapolis se suma a una larga lista de tiroteos escolares en Estados Unidos. Según datos del Gun Violence Archive, en lo que va del año ya se han registrado más de 300 tiroteos masivos (definidos como incidentes con más de cuatro víctimas).

Después de cada tragedia, se repiten los patrones: minuto de silencio, condolencias oficiales, declaraciones inútiles, y cero acción legislativa efectiva. ¿Cuántos más deben morir para que se tomen medidas concretas?

El llamado de los padres: “Cambios reales”

Los padres de Harper Moyski fueron claros en su mensaje: “Es necesario un cambio, para que la historia de Harper no sea una más en una línea interminable de tragedias”. Esta declaración se suma a los clamorosos pedidos por una legislación más restringida sobre armas y por políticas de atención a la salud mental efectiva en los jóvenes.

Michael Moyski y Jackie Flavin se negaron a permitir que su hija fuera otra estadística. Desean que el dolor tenga un propósito. Pero eso requiere voluntad colectiva, no individual.

¿Qué se puede hacer?

Aunque muchas propuestas legislativas han sido bloqueadas en el Congreso de EE. UU. por presión de grupos como la Asociación Nacional del Rifle (NRA), existen alternativas con respaldo mayoritario desde hace tiempo:

  • Verificaciones universales de antecedentes
  • Prohibición de armas de tipo militar para civiles
  • Red flag laws o leyes de “bandera roja”, que permiten retirar armas a personas con riesgo mental identificado
  • Programas de salud mental gratuitos en escuelas públicas
  • Campañas de concientización desde etapas tempranas

A nivel local, algunos estados como California han adoptado políticas de control más estrictas y han logrado disminuir tiroteos escolares en un 35% en los últimos cinco años (según datos del Journal of Adolescent Health).

La cultura del odio como caldo de cultivo

No solo son las armas ni solo es la salud mental. Este tiroteo también puso al descubierto un odio generalizado alimentado por redes sociales, polarización política y radicalización digital. Westman no odiaba a un grupo: odiaba a todos. Un síntoma de algo mucho más profundo y grave: una cultura donde el otro es enemigo por principio y las soluciones son violentas por diseño.

¿Hasta cuándo normalizar la muerte de niños?

Que dos niños mueran al comenzar el día en una iglesia no debería verse como “otra tragedia” más. Debería ser un punto de quiebre. Lo mismo se dijo en Uvalde, en Sandy Hook, en Parkland. Pero si nada cambia, el ciclo se repite.

Es hora de entender que esto es una pandemia social que exige algo más que tristeza espontánea: necesita acción política sostenida, educación emocional, control estricto y sentido común legislativo.

¿Queremos seguir lamentándonos o tener el coraje de cambiar la historia?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press