Hezbolá, el Ejército libanés y una peligrosa cuenta regresiva hacia el desarme

El conflicto por el desarme expone una línea de fractura crítica en el Líbano: soberanía estatal o milicias armadas fuera de control

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Una nación al borde de una nueva etapa… o del caos

El Líbano vive nuevamente bajo la sombra de una posible crisis interna. Esta vez, no es el colapso económico, la corrupción política o una protesta ciudadana lo que está en el centro del escenario, sino el posible desarme de uno de los actores más poderosos e influyentes del país: el grupo militante Hezbolá.

Desde el final de la guerra de 14 meses entre Israel y Hezbolá en noviembre de 2024, y con un alto el fuego negociado por Estados Unidos, el gobierno libanés ha lanzado —con apoyo de Washington— una propuesta para desarmar tanto a Hezbolá como a las facciones armadas palestinas en los campos de refugiados. Este movimiento es considerado por algunos como un intento de recuperar la soberanía estatal; para otros, es una peligrosa provocación que puede incendiar aún más la inestable región.

¿Por qué ahora?

La iniciativa no es nueva, pero sí inusualmente firme. A principios de agosto, el Ejecutivo solicitó al Ejército libanés que diseñe una estrategia para el desarme de Hezbolá antes de fin de mes. El general Rodolphe Haykal, jefe del Estado Mayor del Ejército libanés, declaró recientemente que las fuerzas armadas llevarán a cabo “misiones delicadas” para asegurar el cumplimiento de este mandato y preservar la paz civil.

“El ejército asume responsabilidades enormes en todos los niveles”, señaló Haykal en un comunicado oficial tras una reunión con altos generales. Los comentarios sugieren que hay una responsabilidad muy concreta sobre las armas de grupos no estatales, especialmente del poderoso movimiento chií respaldado por Irán.

Hezbolá, Estado paralelo

Hezbolá no es solo una organización armada. También es un partido político con representación en el parlamento libanés, cuenta con miles de militantes armados, y ha sido históricamente reconocido por su capacidad organizativa, prestando servicios sociales y manteniendo una estructura cuasi gubernamental, especialmente en el sur del Líbano.

Fundado en la década de 1980 como respuesta a la invasión israelí, Hezbolá ha desarrollado una narrativa legitimadora basada en la «resistencia» contra Israel. Desde entonces hasta hoy, sus armas han sido justificadas por el grupo como instrumentos de defensa nacional, algo que va contra los principios básicos de monopolio estatal de la violencia legítima.

“Hezbolá no se desarmará”, afirmó recientemente su secretario general adjunto, Sheikh Naim Qassem, advirtiendo que cualquier intento estatal de remover sus armas podría derivar en una confrontación civil. Añadió además que no habrá discusión sobre el tema mientras Israel no se retire de ciertas colinas controladas dentro de territorio libanés y continúe con sus incursiones aéreas.

¿A quién sirve el desarme?

Según Hezbolá, el verdadero propósito del plan del gobierno es cumplir “la agenda de Israel”. Una crítica directa a la involucración estadounidense en el proceso. Para el movimiento liderado por Hasán Nasrallah, entregar sus armas debilitaría a una de las pocas fuerzas que actúa como contrapeso militar frente al ejército israelí. Pero para muchos sectores del Líbano —incluidos cristianos maronitas, suníes moderados y drusos—, estas armas representan una amenaza latente al frágil equilibrio institucional.

La politóloga Hanin Ghaddar, del Washington Institute for Near East Policy, asegura que “la presencia armada de Hezbolá ha debilitado el Estado y distorsionado el sistema político libanés. El desarme es clave para restablecer la autoridad estatal”.

Antecedentes y realidades

Desde hace décadas, Líbano ha albergado milicias en paralelo al Ejército. El Acuerdo de Taif de 1989, que puso fin a la guerra civil (1975-1990), preveía el desarme de las milicias, aunque hizo una excepción para los «grupos de resistencia» como Hezbolá. Esa ambigüedad jurídica ha servido como base para su legitimidad armada durante más de tres décadas.

El Líbano ha sido refugio también de múltiples facciones palestinas desde 1948. Las armas en los campamentos de refugiados son una realidad conocida pero raramente confrontada por el Estado. La nueva propuesta gubernamental apunta también a estos arsenales, aunque la atención mediática y política gira inexorablemente en torno a Hezbolá.

¿Y el ejército?

La institución castrense libanesa es vista por muchos como uno de los pocos bastiones de unidad nacional. En un país fragmentado por religión, ideología, y lealtades internacionales, el Ejército cumple teóricamente una función neutral. Sin embargo, se enfrenta a una prueba sin precedentes: aplicar un plan de desarme sin provocar una guerra civil.

El general Haykal sostuvo que se están tomando medidas para coordinar con autoridades sirias en el control de la frontera, un movimiento clave si se considera que Hezbolá ha trasladado durante años armamento desde Irán a través de Siria. Con la caída del régimen de Bashar al-Assad, el flujo del armamento podría verse comprometido, y el Ejército lo sabe.

La amenaza de escalada

La tensión no es especulativa. El pasado viernes, el ejército israelí afirmó haber eliminado a un comandante de las Fuerzas Radwan —el ala élite de Hezbolá— mediante un ataque con dron en el sur del Líbano. Semanas antes, incursiones aéreas similares dejaron decenas de muertos, muchos de ellos militantes del grupo.

Según datos del International Crisis Group, más de 800 personas —civiles y combatientes— han muerto o resultado heridas en el sur del Líbano desde noviembre de 2024 por enfrentamientos esporádicos con Israel. La frontera vive un alto el fuego inestable que cualquier descoordinación podría hacer estallar.

Un Líbano sin armas… ¿de todos?

El apoyo internacional al plan libanés es palpable, sobre todo desde Washington. Sin embargo, las condiciones objetivas para su aplicación con éxito son débiles. La situación económica del país es precaria, con una inflación superior al 250% en los últimos tres años y más del 80% de la población bajo el umbral de la pobreza.

Los aliados regionales (Irán, Siria y hasta Turquía) miran con especial atención lo que suceda en suelo libanés. Para Teherán, Hezbolá es una pieza estratégica de su red de influencia en Medio Oriente. En este juego, un desarme forzado puede ser interpretado como una derrota geopolítica inaceptable.

¿Qué se espera del gabinete?

El Consejo de Ministros libanés se reunirá para analizar el plan de desarme. El resultado es incierto, pero el hecho de que la discusión esté sobre la mesa ya representa un punto de inflexión.

Desde la Revuelta de Octubre en 2019 y la devastadora explosión del puerto de Beirut en 2020, el sentimiento popular es mayoritariamente crítico a todos los grupos armados al margen del Estado. Sectores civiles exigen una reforma profunda política, judicial y militar.

“Sin armas fuera del control del Estado, el Líbano seguirá siendo un país rehén de agendas externas”, afirma el activista y académico Samir Geagea.

Un futuro incierto

Hezbolá y el Líbano han coexistido durante décadas a pesar de las fricciones. Pero hoy, el margen para esa coexistencia parece estrecharse drásticamente. La apuesta por un desarme ordenado, sin guerra, y con apoyo social será una verdadera prueba de fuego para una nación acostumbrada a sobrevivir en el filo del abismo.

La historia reciente del Medio Oriente demuestra que los equilibrios se quiebran con facilidad. El Líbano, sin duda, está en medio de una encrucijada que definirá su carácter soberano y su viabilidad como Estado moderno.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press