Un verano de horror en Minneapolis: violencia sin sentido y la resiliencia de una ciudad herida

Una mirada profunda a la oleada de tiroteos que ha sacudido el corazón del Medio Oeste de EE.UU., dejando muerte, miedo e incertidumbre en las calles de una comunidad que se niega a rendirse

Un verano marcado por la tragedia

Minneapolis, conocida por su belleza natural y fuerte sentido de comunidad, atraviesa un verano que se perfila como uno de los más trágicos de su historia reciente. Desde ataques mortales a líderes políticos hasta tiroteos masivos en escuelas católicas, la violencia ha generado un estado de shock colectivo en la ciudad. Tropas armadas, iglesias ensangrentadas, niños traumatizados y ciudadanos sumidos en el miedo se han vuelto un paisaje demasiado frecuente.

En cuestión de semanas, varios incidentes han arrojado a la ciudad al centro de la conversación nacional sobre violencia armada, desequilibrio mental y polarización política. Pero más allá de los titulares, hay una ciudad dolida pero con esperanza, cuyas familias luchan por recuperar la normalidad en medio de la oscuridad.

El ataque que sacudió a las instituciones

El primero de varios incidentes trágicos desató la alarma cuando el 14 de junio, Vance Boelter, haciéndose pasar por un agente de policía, asesinó a la expresidenta de la Cámara estatal Melissa Hortman y a su esposo en un suburbio de Minneapolis. También hirió al senador estatal John Hoffman y a su esposa. Según la policía, Boelter llevaba consigo una lista de objetivos, predominantemente demócratas, y una carta incoherente con delirios de misiones militares secretas.

El detenido, un expastor cristiano y padre de cinco hijos, no dejó un móvil claro, pero su accionar pareció motivado por creencias conspiranoicas y extremismo político. Fue necesaria la mayor operación de búsqueda policial en la historia de Minnesota para capturarlo, lo que mostró la magnitud del impacto del ataque en las esferas política y social del estado.

Ola de tiroteos en espacios públicos y religiosos

A los pocos días, la violencia escaló. Un picnic en un parque terminó con una balacera, dejando un muerto y cinco heridos. Luego, un tirador abrió fuego detrás de una escuela católica, matando a una persona e hiriendo a seis más.

Pero nada pudo preparar a la comunidad para lo ocurrido el 18 de junio dentro de una iglesia abarrotada de niños durante una misa escolar. Allí, Robin Westman, de 23 años, armado con varias armas, disparó más de 100 veces a través de las vidrieras del templo. El resultado: dos niños muertos y 18 personas heridas.

Westman, quien luego se suicidó en el lugar, dejó escritos y videos alabando a autores de masacres previas y vomitando mensajes de odio contra afroamericanos, mexicanos, cristianos y judíos. “El tirador parecía odiarnos a todos”, sentenció Joe Thompson, fiscal federal interino.

Estado de emergencia: iglesias y escuelas bajo vigilancia

Con la ciudad en estado de alerta, el gobernador Tim Walz ordenó el despliegue de agentes estatales para reforzar la seguridad en iglesias y escuelas. “Al unirnos, las fuerzas del orden están enviando un mensaje claro: el pueblo de Minneapolis no está solo”, afirmó el comisionado de Seguridad Pública, Bob Jacobson.

Este verano ha dejado a la ciudad con cicatrices emocionales profundas. Los eventos recientes han reavivado temores persistentes sobre la inseguridad en espacios tradicionalmente seguros y han puesto a prueba los lazos comunitarios entre los residentes.

La inseguridad y el estigma nacional

Minneapolis fue ya el epicentro de tensiones nacionales tras el asesinato de George Floyd en 2020. Ahora, la percepción pública parece agravar aún más el estigma de la ciudad como símbolo de caos urbano. Sin embargo, los residentes insisten en que esta narrativa no refleja toda la realidad.

Siento que Minneapolis está profundamente malinterpretada”, dijo Tess Rada, madre de una niña de 8 años que asistía a Annunciation Catholic School y sobrevivió al tiroteo. “Hay muchas más personas buenas que malas”.

Otro padre, Vincent Francoual, de origen francés, describió cómo su hija escapó escondiéndose en una habitación tras colocar una mesa contra la puerta. “Le dije a mi esposa hace un año que este es un país donde uno lleva a sus hijos a la escuela sin saber si regresarán. Me acusó de dramático… Y sucedió”.

Un síntoma nacional: el debate sobre las armas

Las tragedias de Minneapolis reavivan el eterno debate sobre las armas de fuego en Estados Unidos. Con un promedio de 393 millones de armas en circulación—más de una por ciudadano—el país lidera el mundo en posesión civil de armas (Small Arms Survey). Y, sin embargo, cada tragedia apenas mueve la aguja legislativa.

Según Gun Violence Archive, en lo que va del año ya se han registrado más de 350 tiroteos masivos en EE.UU., definidos como incidentes donde al menos cuatro personas resultan heridas o muertas, sin contar al tirador.

El presidente Biden ha reiterado su apoyo a leyes más restrictivas sobre armas, incluyendo la prohibición de armas de asalto y la implementación de verificaciones universales de antecedentes. Pero el estancamiento político y el poder de los lobbies armamentistas sigue dificultando reformas estructurales.

La salud mental: otra variable crítica

En los casos recientes en Minneapolis, la enfermedad mental parece haber desempeñado un papel clave. Tanto Boelter como Westman mostraban signos de trastornos mentales, incluida paranoia, aislamiento y pensamientos suicidas no tratados.

Sabía que esto estaba mal, pero no podía detenerme”, escribió Westman en uno de sus documentos.

Expertos en salud mental han pedido urgentemente más recursos para prevención y tratamiento, así como mejores mecanismos para identificar comportamientos de alto riesgo antes de que escalen en violencia.

Una comunidad en duelo y reconstrucción

Aunque el dolor es inmenso, las expresiones de solidaridad se han multiplicado. Vigilias con velas, cadenas de oración y apoyo psicológico gratuito han sido organizados por vecinos, iglesias y escuelas para acompañar a las víctimas.

Incluso en medio del horror, uno puede ver cómo la gente se une”, expresó Francoual. “Es una ciudad grande, pero mi escuela se siente como una de pueblo pequeño”.

Las futuras generaciones de Minneapolis recordarán este verano como un punto de quiebre. Pero también quizá como el inicio de un nuevo despertar ciudadano, uno que priorice seguridad comunitaria, empatía y acción responsable sobre la violencia armada.

¿Hay un futuro sin miedo?

Preguntas difíciles flotan en el aire: ¿Qué debemos cambiar como sociedad para evitar que niños mueran en iglesias? ¿Cuánto más puede resistir una comunidad antes de fracturarse del todo? ¿Qué precio pagamos por la libertad mal entendida de portar armas?

Minneapolis no responderá a estas preguntas con resignación, sino con una determinación silenciosa que, aunque fracturada por el dolor, continúa escribiendo nuevas páginas de valentía y comunidad en medio de la adversidad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press