‘The Wizard of the Kremlin’: el veneno del poder ruso según Olivier Assayas

Jude Law se convierte en Vladimir Putin en una audaz cinta sobre los mecanismos invisibles del poder en la Rusia post-soviética

En un contexto internacional cada vez más tensado por la guerra en Ucrania y los debates globales sobre autoritarismo y manipulación política, la nueva película del director Olivier Assayas, titulada ‘The Wizard of the Kremlin’, promete desatar incómodas conversaciones. Estrenada mundialmente en la edición 2025 del Festival de Cine de Venecia, la cinta no solo dramatiza la consolidación del poder de Vladimir Putin, sino que lo hace desde una perspectiva poco común: la del mago detrás del telón.

El espejo roto de la política contemporánea

“Esto no es una película sobre el ascenso de un hombre”, escribió Assayas en su declaración como director. “Es una reflexión sobre la política moderna y las cortinas de humo que esconden su verdadera naturaleza: cínica, engañosa y tóxica.”

En vez de simplemente narrar cómo Putin llegó al Kremlin, Assayas adapta el bestseller del politólogo italiano Giuliano da Empoli y lo transforma en una meditación audiovisual sobre los mecanismos del poder, centrada en un personaje ficticio pero profundamente inspirado en alguien real: Vadim Baranov, interpretado por Paul Dano, está basado libremente en Vladislav Surkov, el arquitecto de la política simbólica rusa contemporánea.

Jude Law: del carisma al control

El actor británico Jude Law asume el papel de Vladimir Putin con una interpretación que ha llamado la atención de críticos y asistentes al festival. Lejos de una imitación burda, Law presenta a un Putin contenido, frío y meticulosamente calculador, lo cuál añade capas de complejidad a un personaje que ya por sí solo representa contradicciones: desde su papel en la reconstrucción del Estado ruso hasta su consolidación como símbolo del autoritarismo global.

Como señaló un reportaje de The Guardian en 2019: "Putin no es simplemente un presidente; es un símbolo de un siglo XXI incipiente en el que la política importa menos que su representación". The Wizard of the Kremlin parece encarnar esa idea con maestría.

¿Quién es Vadim Baranov realmente?

El personaje que encarna Paul Dano puede ser ficticio, pero su molde es reconocible. Vladislav Surkov, ex vice primer ministro de Rusia, fue quien entrelazó la cultura underground con las estructuras del poder estatal en Rusia. En su tiempo, fue responsable de preparar narrativas mediáticas, promover contracultura domesticada, e incluso inspirar el concepto de “democracia soberana”, donde la forma democrática sirve como fachada para el control real por parte del Kremlin.

Surkov es una figura fascinante y aterradora a partes iguales. En una columna publicada en 2019 por la agencia Russia in Global Affairs, él mismo escribió: “Una gestión no sincera pero efectiva de la representación política es más honesta que una entrega sincera y desastrosa al caos populista.”

Latvia como doble del Kremlin

Debido a la imposibilidad de filmar en Rusia por razones obvias —censura, seguridad, y sensibilidad política— la producción se trasladó a Letonia. Muchas escenas se rodaron en edificios gubernamentales de Riga que imitan eficazmente la arquitectura eslava, lo cual permite al filme mantener su autenticidad visual sin comprometer la integridad de su mensaje.

Alicia Vikander y el elemento trágico

Alicia Vikander, quien previamente colaboró con Assayas en la miniserie Irma Vep, se une al elenco con un personaje cuya identidad se mantiene deliberadamente ambigua. ¿Es una periodista disidente? ¿Una espía? ¿Una conciencia frustrada del narcisismo masculino en política? Su función narrativa parece diversa, pero su interpretación apunta al dolor silenciado de quienes aún creen en la verdad frente a un sistema que solo cree en la utilidad del relato.

Venecia como plataforma política

En tiempos normales, esta película habría sido recibida como una curiosidad política. Hoy, en medio de la invasión rusa a Ucrania —ya entrando en su tercer año—, la producción no solo incomoda por lo que muestra, sino por aquello que implica: la idea de que el poder moderno ya no se impone solo con violencia, sino también con manipulación simbólica y narrativa.

El Festival de Venecia no ha esquivado el trasfondo. Al contrario, The Wizard of the Kremlin compite por el León de Oro junto a otras películas de tono político y social, como La Grazia y No Other Choice. Incluso se han programado debates paralelos sobre cine e ideología.

El arte como resistencia

Assayas se ha caracterizado por desafiar las convenciones del cine-posmoderno desde obras como Clouds of Sils Maria o Personal Shopper. Con The Wizard of the Kremlin, da un paso más allá: transforma la historia en un rito de desenmascaramiento, donde el verdadero protagonista es el discurso político contemporáneo.

Como bien lo dijo George Orwell: “El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces y el asesinato respetable.” Assayas toma esa premisa y la convierte en un lienzo desde el cual pintar las sombras de nuestra era.

Entre la ficción y la verdad

El modelo híbrido —ni biopic ni documental— permite a The Wizard of the Kremlin moverse entre lo real y lo simbólico sin atarse a verificaciones rígidas. Este enfoque ha molestado a algunos críticos, pero también ha sido su mayor virtud, abriendo la puerta a una narrativa sobre la verdad como campo de batalla.

En una era de fake news, redes sociales manipuladas, y populismos de izquierda y derecha, esta película nos lanza una pregunta ineludible: ¿Quién guía la narrativa pública hoy? ¿Y a quién beneficia?

Ambición estética y compromiso intelectual

Visualmente elegante pero cargado de tensión, el filme mantiene un ritmo contenido, apoyado por una paleta cromática que refleja el frío mármol del poder y una banda sonora minimalista que refuerza el suspenso psicológico.

No es una película de acción ni espionaje al estilo clásico. Es una obra reflexiva, casi teatral por momentos, que exige atención activa del espectador. Y ese compromiso intelectual, en tiempos de estímulo perpetuo, es uno de sus grandes méritos.

Un país, una máscara

Rusia, en The Wizard of the Kremlin, no es solo una nación. Es una metáfora viva de cómo los mecanismos de representación han reemplazado a los sistemas institucionales de poder. Como Putin mismo dijera en 2005: “La desaparición de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.” La película sugiere que, precisamente por eso, su resurrección simbólica ha sido el gran proyecto del Kremlin desde entonces.

Una advertencia velada

Más que retratar el pasado ruso, la película de Assayas parece advertir sobre el presente global. “No somos inmunes,” parece decirnos. Y aunque el film está centrado en Moscú, su eco resuena en Washington, Roma, São Paulo o incluso Pekín.

“El poder ya no necesita censurar. Solo necesita distraer, confundir y saturar.” Esa es quizá la moraleja más inquietante de un film que llega en el momento justo para debatir nuestra idea de democracia, representación e incluso realidad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press