El dilema del desarme de Hezbollah tras la caída de Assad: ¿una oportunidad para la paz en Líbano?

Mientras se intensifican los bombardeos israelíes y la presión de EE.UU., Líbano debate el futuro de las armas de Hezbollah y cómo evitar una nueva guerra civil en la región.

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Por décadas, el conflicto en Líbano ha estado marcado por la persistente presencia militar de Hezbollah, la violencia transfronteriza con Israel y la influencia regional de actores como Irán, Estados Unidos y Siria. La reciente caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria ha removido uno de los pilares clave del equilibrio de poderes en Medio Oriente. Ante esta nueva realidad, se intensifican los esfuerzos por desarmar a Hezbollah, una de las fuerzas no estatales más poderosas del mundo.

Hezbollah: de grupo de resistencia a fuerza política y militar

Hezbollah nació en 1982 como un movimiento armado chií apoyado por Irán, ideado originalmente para luchar contra la ocupación israelí del sur del Líbano. Desde entonces no solo ha crecido como un actor militar relevante, sino que ha expandido su influencia hasta convertirse en una fuerza política con representación parlamentaria y una red de servicios sociales que le otorgan un fuerte respaldo popular entre los chiíes libaneses.

Sin embargo, el carácter dual de Hezbollah —como partido político y milicia armada— ha sido motivo constante de tensiones internas y externas. Sus operaciones más allá de las fronteras libanesas, como su participación en la guerra civil siria apoyando a Bashar al-Assad, consolidaron su papel como herramienta de proyección iraní en la región.

El nuevo escenario tras la caída de Assad en Siria

La salida del poder del presidente sirio Bashar al-Assad en diciembre pasado, tras una ofensiva relámpago de las fuerzas opositoras que puso fin a cinco décadas del régimen alauita, ha reconfigurado el equilibrio geopolítico de la región.

Para Líbano, el vacío de poder dejado por su aliado natural en Damasco incrementó la presión interna y externa sobre Hezbollah. En el norte de la capital siria, la comunidad alauita —a la que pertenecía Assad— ha sido víctima de represalias y desplazamientos, lo que pone en evidencia los riesgos de una transición forzada sin garantías de reconciliación.

Presiones de EE.UU. y el plan de desarme

El nuevo gobierno libanés, encabezado por el presidente Joseph Aoun y el primer ministro Nawaf Salam, ha respaldado un plan presentado por Estados Unidos para desarmar a Hezbollah antes de fin de año. Este plan prevé que todas las armas del país queden bajo control exclusivo del ejército libanés y las fuerzas de seguridad.

Washington considera esta ventana política como una oportunidad histórica única, debido a la debilidad reciente de Hezbollah tras la muerte de varios de sus altos mandos en operaciones israelíes y el debilitamiento de su red logística tras la caída del régimen sirio.

El enviado especial estadounidense, Tom Barrack, ha elogiado abiertamente la iniciativa libanesa, que podría allanar el camino para la retirada progresiva del ejército israelí del sur del Líbano, zona ampliamente bombardeada en los últimos meses.

La posición de Hezbollah y sus aliados

No obstante, desde el entorno de Hezbollah la respuesta ha sido tajante. Su líder adjunto, el jeque Naim Kassim, ha declarado que el grupo no discutirá el desarme hasta que Israel desocupe cinco colinas estratégicas en el sur libanés y termine con sus bombardeos diarios.

Por su parte, Nabih Berri, presidente del Parlamento libanés y aliado de Hezbollah, emitió un discurso en el aniversario de la desaparición del clérigo chií Musa al-Sadr, en el que defendió el inicio de un “diálogo calmo y consensuado” para abordar el desarme. Berri afirmó:

“Estamos abiertos a discutir el destino de estas armas, que para nosotros son un símbolo de honor, siempre que se haga en el marco de un diálogo nacional sin imposiciones externas.”

Berri criticó además los bombardeos israelíes recientes sobre la provincia de Nabatieh, que destruyeron hogares y negocios.

¿Capacidad o voluntad de desarme?

La propuesta estadounidense no solo busca eliminar la fuerza militar de Hezbollah en el sur del Líbano, zona situada al sur del río Litani, sino eventualmente en todo el país. Pero ¿es posible realmente desarmar a Hezbollah sin provocar un conflicto interno?

El analista libanés Sami Nader argumenta:

“El desarme de Hezbollah no es solo una cuestión militar, sino política. Se trata de desmontar años de legitimación social y estatal que el grupo ha cosechado. No se logrará sin consenso nacional.”

Otros analistas alertan que Washington puede estar subestimando las consecuencias sociales y sectarias que tendría un intento radical de desarme, especialmente porque Hezbollah mantiene fuerte apoyo popular entre las poblaciones chiíes, muchas de las cuales lo ven como un baluarte frente a la amenaza israelí.

La memoria de la guerra de 2024

Tan solo meses atrás, Líbano vivió una de sus peores crisis desde la guerra civil. Tras el ataque de Hamas contra Israel en octubre de 2023, Hezbollah se sumó al conflicto desde el sur libanés. Esta escalada derivó en un conflicto abierto con Israel desde septiembre de 2024, con saldos devastadores: más de 4.000 muertos y daños que superan los 11.000 millones de dólares, según datos del Banco Mundial.

En noviembre, se logró un alto al fuego que estipulaba el desarme de Hezbollah al sur del río Litani y la retirada de tropas israelíes. Sin embargo, desde entonces ambos bandos se acusan mutuamente de incumplir con el acuerdo.

¿Riesgo de guerra civil?

Una de las mayores preocupaciones del gobierno libanés es que el intento de enfrentar militarmente a Hezbollah pueda derivar en una nueva guerra civil. Recordemos que la guerra civil libanesa (1975–1990) dejó más de 120.000 muertos y heridas aún abiertas en la memoria colectiva.

Ante este riesgo, muchos líderes políticos prefieren una estrategia de desescalada y reforma que permita integrar progresivamente a Hezbollah como actor exclusivamente político, negociar su arsenal dentro del marco estatal y evitar un conflicto armado interno.

El caso de la comunidad alauita en Siria: un ejemplo del vacío de poder

La situación actual en Sumariya, suburbio al noroeste de Damasco, pone de relieve lo que puede suceder cuando el Estado colapsa y las facciones armadas imponen sus propias reglas. Allí, cientos de alauitas han sido forzados a abandonar sus modestos hogares tras ser golpeados o amenazados por grupos armados progubernamentales sirios, que les exigen desalojar pese a poseer títulos de propiedad.

El temor a represalias contra la minoría alauita ante la caída de Assad ha vuelto a polarizar las tensiones sectarias en la posguerra siria. Esta experiencia sirve como advertencia a Líbano: sin instituciones sólidas que gestionen el poder pos-conflicto, las desmovilizaciones forzadas pueden conducir a mayor violencia.

¿Y ahora qué?: política de pinzas regional

Mientras en Siria continúan los desplazamientos y en Yemen los hutíes asaltan oficinas de la ONU en Sanaa, la política regional se complica cada vez más. Recomponer la gobernanza en Medio Oriente tras el desmembramiento parcial de los regímenes de poder tradicionales no será sencillo.

Para Líbano, el desafío está en equilibrar la presión internacional (EE.UU., Israel), la necesidad de mantener la estabilidad interna (evitar un desacople institucional), y las alianzas sectarias y políticas que podrían llevar al país nuevamente a un abismo.

El futuro de Hezbollah dentro del Líbano marcará un precedente sobre la capacidad de un Estado para recuperar el control sobre milicias influenciadas por potencias regionales sin recurrir al uso de la fuerza. Y, más importante aún, mostrará si el país ha aprendido de su conflictivo pasado.

¿La consigna será la paz mediante el diálogo o el desarme como preludio del caos?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press