Donald Trump, William McKinley y el regreso de los aranceles: una mirada histórica a su estrategia económica

Del populismo de Jackson al proteccionismo de McKinley: cómo la nueva admiración histórica de Trump refleja sus prioridades económicas y políticas

De Andrew Jackson a William McKinley: un cambio simbólico con peso político

Durante su primer mandato, Donald Trump se autoproclamó heredero del legado de Andrew Jackson, el séptimo presidente de los Estados Unidos. Jackson, populista por excelencia y fundador del Partido Demócrata, fue conocido por su postura antiélite y por desafiar el establishment político del siglo XIX. Según Trump, Jackson representaba el poder del pueblo contra los burócratas de Washington: una narrativa ideal para cimentar su imagen de outsider político.

Pero ahora, en la antesala de una posible reelección, Trump parece haber abandonado esa veneración. Su nuevo héroe presidencial es William McKinley, el vigésimo quinto presidente, cuyo legado está profundamente asociado con el proteccionismo económico y la expansión imperial de Estados Unidos a fines del siglo XIX.

Este cambio de enfoque revela una evolución estratégica en la agenda política de Trump. Si con Jackson cultivó una narrativa emocional de populismo, con McKinley busca ahora justificarse en términos históricos y económicos, especialmente en lo referente a su política de aranceles.

¿Por qué McKinley? El simbolismo de un presidente olvidado

Trump ha mencionado a McKinley en diversas ocasiones para reforzar su postura proteccionista. En una reunión de gabinete reciente, afirmó que McKinley "hizo que nuestro país fuera muy rico gracias a los aranceles y su talento". Un retrato dorado colgado en la Casa Blanca lo muestra ahora junto a figuras como Abraham Lincoln y Thomas Jefferson, bajo la etiqueta “The Tariff Men”.

William McKinley fue presidente entre 1897 y 1901 y es recordado por:

  • Haber promovido el McKinley Tariff Act de 1890, que incrementó drásticamente los impuestos a la importación.
  • Encabezar la expansión imperial de EE. UU., anexando Hawái y extendiendo dominios en Filipinas, Guam y Puerto Rico.
  • Ser asesinado en 1901, lo que dio paso a la presidencia del progresista Theodore Roosevelt.

Según historiadores, McKinley fue conocido en su época como el “Napoleón de la Protección”, título que Trump abraza sin reservas debido a su política de enfrentamiento contra el comercio internacional desregulado.

Un paralelismo alarmante: ¿tarifas como estrategia o ideología?

En el plano económico, Trump ha interpretado los aranceles no solo como herramientas comerciales, sino como símbolo de soberanía nacional. Su narrativa es sencilla: los países que comercian con Estados Unidos, especialmente China y México, han "saqueado" al país. ¿La solución? Impuestos altos a las importaciones para forzar una renegociación favorable.

En abril, prometió imponer nuevos aranceles "masivos" si es reelegido, afirmando que su objetivo es proteger a los trabajadores estadounidenses. Sin embargo, muchos economistas critican este enfoque tachándolo de simplista y contraproducente:

  • Un informe del Peterson Institute for International Economics revela que los aranceles de Trump en 2018-19 provocaron una pérdida de 300,000 empleos manufactureros debido al aumento de precios y la caída de las exportaciones junto con represalias internacionales.
  • Según la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO), las tarifas en acero y aluminio se tradujeron en un aumento de hasta el 16% en los precios de bienes domésticos relacionados.

Pero Trump, en lugar de retroceder, aboga por un sistema completamente basado en aranceles: “Antes de 1913, cuando se instauró el impuesto sobre la renta, los aranceles eran nuestra principal fuente de ingresos. Éramos ricos”, dijo.

Los límites del revisionismo histórico

La estrategia de Trump de resignificar la historia para apoyar sus políticas actuales ha generado un debate entre historiadores. Para Eric Rauchway, autor de “Murdering McKinley”, esta referencia a McKinley es un ejemplo claro de cómo Trump retuerce el pasado para justificar políticas ya adoptadas.

“McKinley no era simplemente un proteccionista implacable. Tras perder las elecciones legislativas de 1890 por su apoyo a los aranceles, moderó su postura como gobernador de Ohio. Incluso, poco antes de su asesinato, habló de la necesidad de un comercio internacional más equilibrado”, dice Rauchway.

Trump, sin embargo, ignora tales matices y presenta una versión corregida y aumentada de la historia para validar sus impulsos proteccionistas.

La narrativa emocional: de villanos globalistas a héroes proteccionistas

El nuevo entorno ideológico de Trump no solo se sustenta en la economía. También hay un tono emocional profundamente marcado por la anticrítica, la búsqueda de enemigos externos y la constante apelación al nacionalismo. Así como Reagan hablaba del “Imperio del mal”, Trump adapta su lenguaje a un siglo XXI donde los globalistas reemplazan a los comunistas como enemigos ideológicos.

La elección de McKinley encaja en este esquema: un presidente que fortaleció la economía nacional, expandió el imperialismo estadounidense y defendió los intereses de los empresarios industriales frente a la competencia extranjera.

Su obsesión por los aranceles también tiene ecos en su propuesta de reemplazar el impuesto al ingreso por una tarifa universal del 10% a las importaciones, algo respaldado por su actual círculo económico. John Carney, asesor económico y editorialista en "Breitbart", llamó a esto “la gran revolución fiscal de nuestro tiempo”.

Del libre comercio a la autarquía: consecuencias reales y posibles efectos

El proteccionismo económico tiene consecuencias claras que ya se han manifestado durante el mandato anterior de Trump. Según un análisis de Moody’s Analytics, si las políticas arancelarias de Trump continúan, EE. UU podría perder hasta 900 mil empleos y evidenciar una disminución del 0.9% del Producto Interno Bruto.

Además, se espera que aliados comerciales como Europa, Canadá y China respondan con represalias arancelarias, como ya ocurrió entre 2018 y 2020, lo que llevó a pérdidas importantes en la industria agrícola estadounidense. Para mitigarlo, Trump usó más de $28 mil millones en subsidios agrícolas para mantener la lealtad del campo.

La historia también ofrece lecciones: el Pánico de 1893, una de las peores crisis económicas antes de la Gran Depresión, tuvo como desencadenante precisamente las políticas arancelarias de McKinley, que provocaron una caída de la demanda internacional de productos estadounidenses.

La política como espejo de la historia: ¿una estrategia efectiva?

Trump no es el primer político en usar la historia como marco discursivo; sin embargo, su aproximación es eminentemente transaccional, según Daniel Feller, profesor emérito de la Universidad de Tennessee. “Su uso de la historia refleja no tanto una reflexión profunda, sino la búsqueda de justificaciones retroactivas para lo que ya ha decidido hacer.”

El viraje de Jackson a McKinley refleja el cambio de un populismo emocional a un nacionalismo económico duro. Ya no basta con condenar a los elitistas; ahora hay que aislarse económicamente para “proteger a los estadounidenses”.

Sin embargo, tal enfoque no está exento de riesgos. La evidencia histórica y moderna apunta a que el proteccionismo extremo incrementa los precios, reduce el empleo y debilita las relaciones comerciales, afectando especialmente a las clases trabajadoras —el mismo grupo que Trump asegura defender.

¿Es entonces McKinley un modelo acertado o una figura manipulada para engalanar políticas impopulares? La respuesta quizá no la dará Trump, sino los resultados de sus políticas si obtiene otro mandato.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press