Captura de carbono: ¿el salvavidas climático que nunca fue?
Un nuevo estudio desmonta décadas de optimismo sobre el almacenamiento subterráneo de CO₂ y pone en tela de juicio su papel en la lucha contra el cambio climático
Una promesa que se desinfla
Durante años, actores clave en la crisis climática —desde gobiernos hasta la industria de los combustibles fósiles— han defendido la captura y almacenamiento de carbono (CAC) como una herramienta vital para reducir las emisiones y alcanzar los objetivos del Acuerdo de París. Sin embargo, un estudio reciente publicado en la revista Nature arroja una sombra sobre esta esperanza. El análisis apunta que la capacidad de almacenamiento de carbono en el subsuelo ha sido drásticamente sobreestimada: es, en realidad, diez veces menor que las proyecciones anteriores.
Esta conclusión supone un duro golpe a la idea de que podríamos compensar nuestra persistente dependencia de los hidrocarburos simplemente "enterrando" el CO₂ bajo tierra.
Menos espacio, menos impacto
El estudio, dirigido por el profesor Matthew Gidden, del Centro para la Sostenibilidad Global de la Universidad de Maryland, recalcula la verdadera capacidad global de almacenamiento geológico según criterios rigurosos de seguridad. Excluyendo formaciones con alta probabilidad de fugas, riesgos sísmicos o potencial de contaminación, la capacidad útil para almacenar carbono se reduce dramáticamente.
Según los nuevos datos, la contribución de la CAC a la mitigación del calentamiento global se limitaría a tan solo 0,7 °C, una fracción de los optimistas estimados anteriores que hablaban de 5 a 6 °C. Esto reformula el papel que esta tecnología podría desempeñar dentro de los esquemas de descarbonización global.
Entre la ilusión tecnológica y la urgencia climática
En palabras de Gidden: “El almacenamiento de carbono se presenta muchas veces como una salida de la crisis climática. Nuestros hallazgos dejan claro que es una herramienta limitada y que debemos centrarnos, con más urgencia, en reducir emisiones”.
Este golpe de realidad obliga a replantear los esfuerzos y priorizar el uso de esta tecnología donde realmente es irremplazable. El coautor Alexandre Koberle, investigador de la Universidad de Lisboa, subraya que debe reservarse para sectores altamente difíciles de descarbonizar, como la aviación, la industria cementera y ciertos procesos agrícolas.
¿Cómo funciona la captura y almacenamiento de carbono?
La CAC consiste en recolectar el CO₂ generado por centrales eléctricas o fábricas antes de que alcance la atmósfera, o capturarlo directamente del aire (Direct Air Capture). Ese carbono, luego, se comprime y se inyecta en formaciones geológicas profundas como acuíferos salinos, capas de basalto o minas de carbón no explotables.
Sin embargo, aproximadamente el 75% del carbono capturado en EE.UU. se destina al recobro mejorado de petróleo, es decir, se vuelve a inyectar en pozos petroleros para aumentar su productividad. Un círculo vicioso que contradice el objetivo de reducir las emisiones.
Además, capturar más del 60% de las emisiones de una planta es costoso y técnicamente desafiante, según la Agencia Internacional de Energía (IEA).
Mucho ruido, poca captura
En la actualidad, el volumen de CO₂ efectivamente capturado mediante estas técnicas representa una porción ínfima frente a los aproximadamente 40.000 millones de toneladas de emisiones anuales que genera el ser humano (Global Carbon Project).
Y esto a pesar de las masivas inversiones: el Banco Mundial estima que más de 26.000 millones de dólares se han destinado a proyectos de CAC a nivel global en los últimos 20 años.
Jessie Stolark, directora ejecutiva de la Carbon Capture Coalition, defiende la CAC como necesaria y afirma que su implementación debe ser complementada por otras estrategias de reducción. Sin embargo, el investigador Rob Jackson, presidente del Global Carbon Project, opina que el problema real es económico y político: “No estamos dispuestos a pagar el coste del almacenamiento masivo de carbono. Confiar en que las futuras generaciones lo harán es una irresponsabilidad”.
Promesas vs. realidades: ¿una estrategia de distracción?
Para muchos ambientalistas, estas promesas incumplidas hacen sospechar que la CAC es más una estrategia de marketing verde que un verdadero camino hacia la sostenibilidad. Grupos como Greenpeace y Friends of the Earth acusan a las petroleras de usarla como excusa para prolongar el uso del petróleo, gas y carbón, postergando así las necesarias transformaciones estructurales.
Además, críticas provenientes incluso de sectores conservadores en EE.UU. denuncian que se trata de una tecnología cara, ineficiente y aún no probada a gran escala.
El caso de los basaltos: ¿una luz al final del túnel?
Frente a las limitaciones de las formaciones salinas, algunos científicos apuestan por las formaciones basálticas, donde el CO₂ inyectado se mineraliza rápidamente formando rocas estables. Proyectos piloto como CarbFix en Islandia han demostrado resultados prometedores, con tiempos de mineralización medidos en meses en lugar de siglos.
No obstante, la escala geográfica disponible y la capacidad de replicar estas condiciones en todo el mundo siguen siendo grandes incertidumbres.
Una transición diseñada desde la ciencia, no desde la inercia
El estudio de Nature no es un rechazo definitivo de la CAC, sino una llamada de atención para encuadrar adecuadamente su uso dentro de una estrategia integral de transición energética.
Como resume acertadamente Gidden: “No podemos depender durante demasiado tiempo de los combustibles fósiles esperando que en el futuro podamos revertir el daño capturando carbono. Es una apuesta arriesgada y profundamente injusta para las próximas generaciones”.
El mensaje está claro: la verdadera solución pasa por una reducción drástica y rápida de las emisiones, una economía descarbonizada y una política climática valiente que no se esconda detrás de paliativos tecnológicos.
Tres claves para replantear la CAC
- Redefinir su rol: Usarla sólo donde no hay alternativas tecnológicas viables.
- Exigir máxima transparencia: No más promesas vacías sin datos verificables y auditorías públicas.
- Invertir en equidad climática: No puede mantenerse como una excusa para mantener estructuras extractivas.
El calentamiento global no espera. Ya no podemos permitirnos atajos ilusorios cuando lo que está en juego es la habitabilidad misma del planeta.