El fútbol europeo en la cuerda floja: las amenazas del racismo, la homofobia y la mercantilización

Entre gritos discriminatorios, partidos en el extranjero y demandas de los aficionados, el deporte rey enfrenta una de sus mayores crisis culturales

El fútbol, más que un juego, es un retrato social que revela quiénes somos como colectivos. En las gradas se viven pasiones, se construyen identidades y se reflejan las tensiones de nuestras sociedades. Sin embargo, en los últimos tiempos, este espejo ha exhibido fracturas alarmantes.

Desde los intentos de exportar partidos nacionales a otros continentes hasta los recurrentes actos de racismo y homofobia en los estadios, el fútbol está en el centro de una encrucijada ética, cultural y económica que nos obliga a preguntarnos: ¿Qué tipo de fútbol queremos?

El negocio frente a la identidad: partidos que cruzan el océano

La controversia estalló cuando se planteó que el FC Barcelona y el Villarreal jugaran un partido en Miami, como parte de LaLiga, y que el AC Milan enfrentara al Como en la liga italiana, pero en Perth, Australia. Aunque ambos partidos forman parte de sus competiciones nacionales, la decisión de jugarlos fuera de sus países generó un rechazo frontal por parte de los aficionados europeos, representados en más de 400 grupos organizados.

Los clubes no son circos itinerantes”, expresó tajantemente Football Supporters Europe (FSE), una red que congrega aficionados de 25 países. Y agregaron: “El fútbol pertenece a nuestras comunidades. Hay generaciones que han crecido apoyando a sus equipos en sus estadios locales”.

Estos planes tienen detrás razones comerciales. Barcelona, por ejemplo, busca reforzar su marca global y aprovechar la popularidad de Lionel Messi en Miami, donde ahora juega en el Inter Miami. De hecho, el organizador de estos partidos en el extranjero, Relevent Sports Group, fue cofundado por Stephen Ross, propietario de los Miami Dolphins.

No es coincidencia que el Hard Rock Stadium de Miami haya sido propuesto como sede. Pero este tipo de propuestas, según los críticos, podría desfigurar la competencia, crear desequilibrios y abrir las puertas a una “caja de Pandora con consecuencias irreversibles”, como advirtieron los aficionados.

Racismo en el fútbol español: el caso de Iñaki Williams

Lo que sucede dentro del campo también refleja los problemas estructurales del deporte. A inicios de este año, un aficionado del Espanyol fue condenado por realizar insultos racistas contra Iñaki Williams, jugador del Athletic de Bilbao, durante un partido en enero de 2020.

El aficionado aceptó una condena de un año de prisión —que no cumplirá físicamente—, una multa de más de 1.000 euros y una prohibición de entrada a estadios por tres años. Aunque fueron varios los que insultaron, solo uno fue identificado con pruebas suficientes para ser juzgado.

Williams, visiblemente dolido ese día, se enfrentó a los hinchas. La escena quedó grabada en la memoria colectiva como otro bochorno en un país que arrastra una larga historia de episodios similares, especialmente hacia jugadores negros.

Me siento triste, impotente. No podemos permitir que esto siga ocurriendo”, dijo en su momento Iñaki. Su hermano Nico Williams también ha sido víctima, insultado con sonidos de monos mientras ejecutaba un córner en un estadio madrileño.

Esto se suma a una tendencia sombría. En 2023, tres seguidores del Valencia recibieron penas de ocho meses de prisión por insultar racialmente a Vinícius Júnior, y en Valladolid, otros cinco fueron encontrados culpables de discriminación similar.

Homofobia en México: el grito que se niega a morir

No muy lejos de allí, en México, las tensiones toman otra forma. La persistencia del grito homofóbico cada vez que un portero rival despeja el balón ha provocado sanciones internacionales y vergüenza nacional. La FIFA multó a México con 100,000 francos suizos luego de la Copa del Mundo en Qatar 2022, pero la práctica sigue viva.

Estas multas no han servido. ¿Y qué ha hecho la federación? Poco, y lo poco que ha hecho no ha funcionado”, expresó Andoni Bello, activista LGBTQ+ y exjugador en torneos amateur de futbol gay.

Para él, el problema va más allá del fútbol: “La violencia aparentemente invisible de los estadios perpetúa los crímenes de odio. Es una normalización peligrosa”.

La raíz del grito se remonta al año 2004 en un partido preolímpico contra EE.UU. Desde entonces, se ha perpetuado en los estadios mexicanos, especialmente cuando la selección pierde o el rival provoca tensión.

Pese a campañas y llamados institucionales, la Federación Mexicana de Fútbol ha sido incapaz de erradicarlo. Ni las amenazas de veto ni las promesas de sanción surten un efecto real.

Con la Copa del Mundo 2026 a la vuelta de la esquina, donde México será coanfitrión, varias organizaciones, como Calma Comunidad y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, están desarrollando talleres y actividades educativas para crear conciencia entre los aficionados.

Decisiones que trascienden el campo de juego

Mientras el fútbol se multiplica como mercancía y espectáculo global, las advertencias de los aficionados son claras: no todo vale. Uno puede disfrutar, alentar, celebrar o sufrir por su equipo sin caer en el insulto, el odio o la ignorancia social.

Claro que quiero que mi equipo gane, y voy a gritar y presionar al rival. Pero no necesito ser racista ni homofóbico para hacerlo”, concluye Bello, con una verdad que parece simple, pero que aún no todos han asimilado.

La lucha por mantener el alma del fútbol se libra en muchos frentes: en las tribunas, en las oficinas, en los juzgados y en los debates públicos. Si queremos mantener vivo al deporte que amamos, debemos defenderlo no solo como pasión, sino como un espacio de inclusión, respeto y comunidad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press