Ibtissam Lachgar: Entre la provocación y la libertad de expresión en Marruecos

El caso de la activista condenada por blasfemia reabre el debate sobre los derechos humanos, la libertad religiosa y la lucha por la igualdad de género en el mundo árabe

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Una activista sentenciada por una camiseta

La reciente condena de la activista marroquí Ibtissam Lachgar a dos años y medio de prisión y una multa de 5.000 dólares por cargos de blasfemia ha desatado una ola de controversia no solo en Marruecos, sino también en la comunidad internacional. Considerada una de las voces más provocadoras y valientes del feminismo magrebí, Lachgar fue hallada culpable por la justicia marroquí debido a una selfie publicada en redes sociales donde vestía una camiseta con consignas que, según el tribunal, ofendían al islam y a la monarquía.

Este caso ha reavivado el debate sobre libertad de expresión, derechos de las mujeres y libertad religiosa en los regímenes de mayoría musulmana, mostrando las tensiones existentes entre los valores progresistas y las normas tradicionales. ¿Dónde está la línea entre una crítica legítima y una blasfemia penada por la ley?

¿Quién es Ibtissam Lachgar?

Ibtissam Lachgar, de 50 años, es psicóloga clínica y cofundadora del Mouvement alternatif pour les libertés individuelles (MALI), una organización comprometida con la defensa de los derechos individuales en Marruecos y especialmente de las minorías sexuales, religiosas y de género. Desde hace más de una década, su activismo ha hecho tambalear los cimientos del conservadurismo imperante en Marruecos.

Entre sus acciones más recordadas está la famosa protesta del beso frente al Parlamento marroquí en 2012, donde apoyó públicamente a dos adolescentes procesados por publicar una fotografía besándose. Su lucha se ha extendido a la despenalización de las relaciones sexuales extramaritales y el reconocimiento legal de la comunidad LGTBQ.

Una camiseta, ¿un crimen?

El caso actual se centra en una camiseta con un mensaje político que Lachgar portaba en una selfie compartida públicamente. Ese mensaje hacía referencia a la sexualidad divina con un enfoque crítico sobre la misoginia religiosa bajo el islam, lo cual fue interpretado por las autoridades como blasfemia.

Según la abogada defensora Souad Brahma, "Mi cliente hablaba de religiones en general. No es blasfemia contra el islam directamente, sino una crítica a las ideologías patriarcales que encuentran respaldo religioso".

No obstante, el tribunal falló que este acto era una afrenta a la religión oficial del país e, indirectamente, a la monarquía, que en Marruecos es constitucionalmente el garante del islam. Esto activó los artículos del Código Penal que castigan tanto la ofensa al islam como la crítica a la monarquía.

La libertad de expresión en Marruecos: ¿mito o realidad?

Marruecos ha tratado de proyectarse durante los últimos 20 años como un país moderado y abierto dentro del contexto islámico. No obstante, diversos organismos de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han señalado repetidamente que existe una represión significativa respecto a la libertad de expresión.

Según un informe de Freedom House (2023), Marruecos obtuvo una calificación de 37 sobre 100, lo cual lo ubica dentro de los países "parcialmente libres". La libertad de prensa, la crítica pública y los derechos de las mujeres presentan limitaciones sustanciales.

Este clima restrictivo se ve reflejado en otros casos recientes. Por ejemplo:

  • Periodistas independientes como Omar Radi han sido encarcelados por cargos considerados políticos.
  • Los activistas que defienden causas LGTBQ han sido blanco de campañas públicas de difamación y amenazas.
  • El uso de Pegasus, el software espía israelí, fue atribuido a las autoridades marroquíes para vigilar a opositores y activistas.

Reacciones internacionales y nacionales

La condena a Lachgar ha generado un amplio eco internacional. La Asociación de Derechos Humanos de Marruecos (AMDH) calificó el veredicto de "inaceptable y peligroso", mientras que organismos internacionales han señalado una "preocupante regresión" en el ya frágil estado de derecho en el reino alauí.

En redes sociales, el hashtag #FreeIbtissam adquirió fuerza rápidamente, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia frente al autoritarismo y la represión. Intelectuales e instituciones de todo el mundo árabe y europeo se han pronunciado contra el fallo, exigiendo la liberación inmediata de Lachgar.

Por otro lado, sectores conservadores han celebrado la decisión judicial. Según algunas figuras islámicas influyentes, su atuendo era una "provocación innecesaria" y un ataque directo a la moralidad pública.

¿Religión o control político?

En Marruecos, el islam no solo es religión, sino también un pilar del aparato de poder. El rey Mohammed VI es considerado el "Comendador de los Creyentes", lo que le otorga autoridad religiosa suprema. En ese contexto, cuestionar dogmas religiosos puede ser leído como una amenaza contra el sistema en su conjunto.

El sociólogo Hassan Rachidi señala que "cuando el Estado usa la religión para validar sus estructuras de poder, cualquier crítica —por más filosófica o académica— puede convertirse en un acto criminal".

Este fenómeno no es exclusivo de Marruecos. En países como Irán, Arabia Saudita y Egipto, los sistemas legales castigan con dureza cualquier tipo de disidencia percibida bajo la etiqueta de blasfemia o de "difusión del libertinaje".

Activismo en contextos religiosos restrictivos

El caso de Lachgar debe entenderse como parte de una tendencia global en la que activistas por los derechos humanos, especialmente mujeres y disidencias sexuales, enfrentan sistemas profundamente patriarcales respaldados por estructuras religiosas oficiales.

Activistas como Malala Yousafzai en Pakistán o Sara Hegazy en Egipto han vivido en carne propia la represión por pelear por derechos básicos como la educación, la identidad de género o la libertad sexual. La lucha por transformar estos contextos exige valentía, pero también una atención crítica desde Occidente que muchas veces simplifica los conflitos culturales.

¿A dónde va Marruecos?

Para muchos jóvenes marroquíes, Lachgar representa una voz de ruptura, una figura que pone en cuestión los viejos paradigmas. Sus campañas no son solamente escandalosas sino necesarias en un contexto donde:

  • El 58% de las mujeres han sufrido violencia física, sexual o psicológica según el Alto Comisionado de Planificación de Marruecos.
  • La homosexualidad se castiga con hasta tres años de prisión.
  • El aborto está penalizado salvo ciertas excepciones médicas.
  • Más del 30% de los matrimonios aún incluyen a menores de edad, especialmente en zonas rurales.

Sin embargo, el estado sigue utilizando instrumentos legales y mediáticos para mantener el statu quo.

Una lucha que no cesa

Lachgar se mantiene firme en su defensa de los derechos civiles. Ha declarado que continuará luchando desde la cárcel si fuese necesario. Su legado, lejos de apagarse, se afianza para futuras generaciones de activistas árabes.

Su caso demuestra que la libertad, como principio filosófico y humano, todavía es un campo de batalla en muchas regiones del mundo. Aquellos que, como Ibtissam, se atreven a empujar los límites de lo permitido, suelen pagar un alto precio, pero también siembran revolución en la conciencia colectiva.

El mundo observa hoy a Marruecos con cautela, tratando de entender si el futuro traerá mayores aperturas democráticas o consolidará una restauración autoritaria religiosa bajo la apariencia de estabilidad moderada.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press