Marco Rubio y Venezuela: Una cruzada personal con impacto geopolítico
Del Senado a la diplomacia internacional, el rol del secretario de Estado de EE.UU. que ha convertido a Venezuela en una prioridad de seguridad nacional
Un legado de confrontación
Desde sus primeros pasos en la política estadounidense, Marco Rubio ha tenido un enfoque particularmente duro con los regímenes autoritarios de América Latina, en especial con el de Venezuela. Hoy, como Secretario de Estado bajo el liderazgo de Donald Trump, Rubio ha trasladado ese enfoque al epicentro de la diplomacia de EE.UU., intensificando sanciones, defendiendo intervenciones y liderando ataques contra lo que considera una amenaza regional.
¿Por qué Venezuela?
Rubio no es un actor ajeno a las complejidades de la región. Hijo de inmigrantes cubanos, ha crecido en Miami dentro de una comunidad que huyó del régimen de Fidel Castro. Este contexto moldeó su visión del mundo y en especial, de América Latina, espacio donde ve ecos de la Cuba de los años 60 en gobiernos como el de Nicolás Maduro.
Su narrativa política desde el Senado ha estado marcada por una línea dura contra figuras como Hugo Chávez y su sucesor. Ha encabezado propuestas de sanciones, presionado para el desconocimiento del liderazgo de Maduro y, más recientemente, propiciado acciones militares como la reciente operación contra una embarcación que, según EE.UU., transportaba drogas desde Venezuela.
Intervencionismo como doctrina
Rubio ha defendido públicamente la posibilidad del uso de la fuerza militar contra Venezuela. En 2018, declaró en entrevista con Univision:
“Creo que hay un argumento sólido para decir que Venezuela y el régimen de Maduro se han convertido en una amenaza para la región y para los Estados Unidos”.
Este discurso, aparentemente contrario al aislacionismo promovido por Trump con su lema "America First", ha sido tolerado (y en algunos aspectos apoyado) dentro de la administración. Trump, a pesar de prometer no iniciar nuevas guerras, autorizó operaciones contra el narcotráfico en la región, con un fuerte componente simbólico contra Venezuela.
Un ataque que marca nuevo rumbo
El reciente asalto a una lancha presuntamente ligada a narcotráfico, que dejó 11 muertos, marcó un punto de inflexión. Rubio fue uno de los primeros en compartir detalles del operativo, antes incluso que el Pentágono o la Casa Blanca. Declaró:
“Lo que los detendrá es cuando los destruyas, cuando te deshagas de ellos”.
Este tipo de lenguaje directo no es nuevo en Rubio pero resulta llamativo en un alto cargo diplomático encargado de mantener la paz. El Departamento de Defensa reveló incluso que aviones militares venezolanos se acercaron peligrosamente a una embarcación estadounidense poco después, elevando las tensiones bilaterales.
Maduro responde
Como era de esperarse, Maduro lanzó su contraataque verbal. Acusó a Rubio de ser el arquitecto principal de una “agresión imperial” y advirtió a Trump sobre los “riesgos de tener sangre latinoamericana en sus manos”. El líder venezolano sostuvo que existen dos canales de comunicación con Washington: uno institucional vía el Departamento de Estado y otro más discreto, manejado por Richard Grenell, enviado especial de Trump conocido por posturas más conciliadoras.
Este duelo diplomático interno entre líneas duras y pragmatismo geopolítico refleja la división que existe también dentro del propio gobierno estadounidense.
La influencia en la administración Trump
Rubio pasó de ser un férreo contrincante de Trump en las primarias republicanas de 2016 a convertirse en uno de sus asesores más influyentes en política exterior. Durante el primer mandato, integrantes del entorno presidencial señalan que fue él quien impulsó las sanciones más importantes contra funcionarios venezolanos, por presuntas violaciones a derechos humanos y vínculos con narcotráfico.
Fue también uno de los primeros legisladores en instar al apoyo de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, luego de alegar fraude electoral en las elecciones de 2018. Rubio estableció paralelismos entre líderes derrocados —como Muamar el Gadafi y Manuel Noriega— y Maduro, advirtiendo que los déspotas, tarde o temprano, caen.
“La mayoría de estadounidenses no quieren fuerzas rusas en nuestro hemisferio, y eso es lo que ocurre si Maduro sigue en el poder”, declaró en 2019.
Diplomacia vs. doctrina
Mientras Rubio aboga por presión máxima, otros dentro de la administración exploran caminos alternativos. Bajo ciertos acuerdos, el gobierno permitió que Chevron retomara sus operaciones en Venezuela. También se facilitaron intercambios de prisioneros y vuelos de deportación conjuntos.
Elliott Abrams, quien fue representante especial para Venezuela en el primer mandato de Trump, confirma esta tensión interna:
“Rubio está promoviendo una línea dura, mientras Grenell busca un enfoque más conciliador. A veces gana uno, otras veces el otro”.
La situación geopolítica actual es un tablero de ajedrez donde Estados Unidos, China, Rusia e Irán compiten por influencias. Venezuela no es solo una crisis humanitaria o un narcoestado, sino también un símbolo estratégico.
El precio de la confrontación
EE.UU. ofrece actualmente $50 millones por Nicolás Maduro. En 2020, la justicia estadounidense lo acusó formalmente de narcoterrorismo, elevando su recompensa inicial de 15 a 25 millones, y luego duplicándola durante la presidencia de Trump. Es la suma más alta ofrecida por un líder extranjero desde Osama bin Laden.
“Maduro NO es el presidente legítimo de Venezuela, su régimen NO es un gobierno válido”, escribió Rubio en la red social X (antes Twitter).
Más allá de Venezuela: Un modelo replicable
La postura de Rubio está influyendo también en cómo EE.UU. aborda otros conflictos en la región, incluidos Cuba, Nicaragua e incluso Colombia durante su etapa más convulsa. Comparte con muchos miembros del exilio latinoamericano en Florida una visión en la que la diplomacia debe estar subordinada al castigo, y donde no hay lugar para la apaciguación.
La pregunta ahora es si esta política de máxima presión tendrá resultados sostenibles o si, por el contrario, fomentará el radicalismo dentro de Venezuela y dificultará futuras transiciones democráticas.
Reacciones en la base republicana
Curiosamente, la base “Make America Great Again” ha mostrado poco rechazo hacia estos ataques. A diferencia del caso iraní o israelí, donde el fantasma de una guerra prolongada dividió a los conservadores, la lucha antidroga en América Latina —según termina siendo presentada por Rubio— goza de aceptación más amplia.
El narcotráfico, al estar ligado a la crisis migratoria y a un discurso de “ley y orden”, tiene receptividad tanto en la Middle America como en los exiliados latinos.
¿Dictador o mártir?
Mientras Washington refuerza su cruzada, Maduro ha optado por posicionarse como víctima de una agresión externa. En su discurso reciente, describió las operaciones estadounidenses como parte de una estrategia desestabilizadora:
“Rubio quiere que Trump tenga las manos manchadas con sangre venezolana”.
Sin embargo, según organismos multilaterales como Naciones Unidas y Human Rights Watch, el régimen venezolano ha cometido abusos sistemáticos, además de estar vinculado con organizaciones ilícitas.
¿Qué sigue para América Latina?
Venezuela es solo la puerta de entrada para un enfoque más amplio. Marco Rubio busca que la política de EE.UU. hacia el sur salga de la era de la contención pasiva y entre en una etapa de imposición activa de valores democráticos mediante presión económica, diplomática y eventualmente militar.
Para sus críticos, eso equivale a una reedición de la Doctrina Monroe; para sus seguidores, es una respuesta a la expansión de Rusia y China en una región esencial para la seguridad hemisférica.
Por ahora, Rubio parece tener el oído de Trump, la maquinaria del Departamento de Estado y una narrativa potente. Lo que aún no tiene es un final claro para el conflicto en Venezuela, ni certezas sobre las consecuencias que su política traerá para América Latina en el largo plazo.