¿Departamento de Defensa o 'Departamento de Guerra'? El regreso de Trump a la política militar de la posguerra

La polémica propuesta de renombrar una institución clave revela una visión histórica, política y simbólica del poder militar estadounidense

Una jugada que vuelve a encender el debate

Donald Trump nunca ha sido un político convencional. Desde sus decisiones de política exterior hasta su estilo de gobierno, cada movimiento está impregnado de simbolismo e intención política. Su más reciente propuesta de renombrar el Departamento de Defensa como Departamento de Guerra es solo otro ejemplo de esto. Pero esta no es simplemente una cuestión semántica; es una idea que pone sobre la mesa décadas de historia militar, ideología y relaciones internacionales.

¿Por qué ahora?

Durante su segundo mandato, Trump ha reabierto un viejo debate que había quedado zanjado en la posguerra: llamar a las cosas por su nombre, según él. "Departamento de Guerra suena mejor", dijo en una entrevista reciente, retomando un nombre que dejó de usarse formalmente en 1949. ¿Qué significa este cambio? ¿Qué implicaciones políticas y simbólicas tiene para Estados Unidos y el orden mundial?

Un nombre con peso histórico

La historia del ejército estadounidense comienza mucho antes de la fundación del Departamento de Defensa. En 1789, el Congreso creó el Departamento de Guerra, como parte del gabinete del presidente. Durante más de 150 años, esta agencia se encargó de coordinar todos los esfuerzos militares en un país que, paradójicamente, también experimentó largas etapas de aislamiento.

Fueron las dos guerras mundiales las que cambiaron el panorama. Tras la Segunda Guerra Mundial, el presidente Harry S. Truman propició una reforma estructural: la Ley de Seguridad Nacional de 1947 dio origen a la National Military Establishment, que pronto fue renombrada como Department of Defense en 1949, para reflejar un espíritu más orientado a la preservación de la paz internacional y menos centrado en el belicismo.

De Truman a Trump: visiones opuestas de la fuerza militar

Harry Truman, el mismo mandatario que autorizó el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, defendía en 1947 su visión pacifista del uso del ejército: "Buscamos utilizar nuestra fuerza militar exclusivamente para preservar la paz en el mundo", afirmó durante el Navy Day. Esta filosofía se prolongó durante décadas en la política exterior de Washington, incluso mientras Estados Unidos se involucraba en conflictos como Corea, Vietnam, Irak o Afganistán.

Trump, en cambio, rompe con esa narrativa. Propone una vuelta simbólica a una era donde las cosas se decían sin eufemismos. Asegura que llamar al organismo Departamento de Defensa es una forma de hipocresía institucional, ya que el país ha estado en guerra constante durante gran parte de su historia contemporánea.

El simbolismo detrás de la palabra “guerra”

Renombrar el Departamento puede parecer una decisión superficial, pero en realidad encierra una profunda carga simbólica. En la cultura política de Estados Unidos, el nombre de una agencia del gobierno federal no solo define su función, sino que envía un mensaje tanto al público interno como al mundo.

Nombrarlo Departamento de Guerra implicaría volver a una narrativa de fuerza bruta, de acción bélica como primera opción, no como último recurso. De hecho, para muchos analistas internacionales, este cambio sería una afrenta a la diplomacia y al multilateralismo instaurado tras la fundación de la ONU y la OTAN.

El legado del Departamento de Defensa

Desde 1949, el Departamento de Defensa ha coordinado los intereses del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea bajo un solo mando civil. Ha sido pieza clave en la Guerra Fría, en la contención del terrorismo, en el espionaje internacional y en el desarrollo de tecnologías militares. También administra el enorme presupuesto militar estadounidense: el más grande del mundo, con más de $877 mil millones anuales, según datos del SIPRI.

Por tanto, un simple cambio de nombre no estaría exento de implicaciones políticas, operativas y diplomáticas. Y las reacciones no se han hecho esperar.

Una presidencia que desafía normas internacionales

La propuesta también puede entenderse en un contexto más amplio: la actitud de la presidencia de Trump hacia el orden global post-Segunda Guerra Mundial. Desde sus inicios, ha cuestionado las instituciones multilaterales, desacreditado a organismos como la ONU, e impulsado una visión nacionalista, aislacionista y de poder unipolar. En su primer mandato, la Casa Blanca abandonó el Acuerdo de París, recortó presupuestos a la OMS y retiró tropas de territorios clave sin mediar con aliados históricos.

Ahora, esta propuesta se suma a esa lista. Es coherente con su retórica de “America First” y su desdén por las normas diplomáticas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial.

Doral, Florida: ¿sede del G20 en 2026?

Sumado a esto, el presidente Trump ha propuesto que la próxima Cumbre del G20 se realice en su club de golf en Doral, Florida. Una idea que ya intentó implementar en su primer mandato sin éxito, cuando tuvo que echar marcha atrás ante las críticas —incluso de su propio partido— por el conflicto de intereses que suponía.

Pese al escándalo anterior, ahora asegura que “todos quieren que sea allí” e insiste en que los organizadores han solicitado específicamente esa ubicación. La jugada recuerda a cómo Trump fusiona intereses públicos y privados, y deja ver que mantiene la misma estrategia: utilizar el poder presidencial para promover su marca personal y redirigir negocios al Trump National Doral.

Un país dividido: entre la nostalgia y la resistencia

La sociedad estadounidense se debate entre dos visiones antagónicas del papel global del país: una que busca retomar la gloria imperial de la posguerra y otra que apuesta por la diplomacia multilateral. Mientras tanto, Trump consolida una base de apoyo cada vez más identificada con la retórica del poder duro y la afirmación nacional.

Los expertos advierten que, aunque parezca simbólico, el intento de volver a llamar al Departamento de Defensa como Departamento de Guerra podría marcar un cambio profundo en la psicología política estadounidense, un retroceso hacia narrativas del siglo XIX que podrían tener consecuencias imprevisibles en materia de política exterior.

¿Simple nostalgia o estrategia preelectoral?

Trump no da paso sin huella. Enmarcar esta discusión en el contexto electoral es clave para entender sus motivos. Busca conectar con una base que valora las formas tradicionales del poder, que observa la diplomacia como debilidad, y que está desencantada con las intervenciones militares que —según ellos— solo han costado dinero y vidas sin resultados tangibles.

No es solo una estrategia retórica: es un mensaje claro a sus votantes, un rechazo a la corrección política y una reafirmación de liderazgo. Como dijo el politólogo estadounidense Daniel Drezner: “La terminología que se utiliza en política exterior no solo describe la realidad, sino que la define”.

Un debate que va más allá de las palabras

Estados Unidos está frente a un dilema: seguir sustentando una visión internacionalista y diplomática que ha sostenido la paz global por más de 75 años, o regresar al lenguaje agresivo y nacionalista que marcó los conflictos de las grandes potencias del pasado. Renombrar el Departamento de Defensa sería más que una simple medida burocrática. Representaría un viraje ideológico y una redefinición de la naturaleza del poder militar en el siglo XXI.

La propuesta de Trump desafía la evolución institucional de la maquinaria militar estadounidense y cuestiona el significado de la fuerza en el mundo moderno. Sin duda, estemos o no de acuerdo con ella, nos obliga a pensar: ¿qué clase de país quiere ser Estados Unidos en el futuro?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press