Tragedia en Kunar: Cuando la Tierra Se Abre y la Ayuda Nunca Llega
Un terremoto sepultó hogares, historias y esperanza en los valles remotos de Afganistán, dejando a miles atrapados entre el luto y la soledad del olvido
El temblor que rompió mucho más que la tierra
El 31 de agosto de 2025, un devastador terremoto sacudió el este de Afganistán, cobrando la vida de al menos 2,000 personas y dejando una marca imborrable en la provincia montañosa de Kunar. Pero esta no fue simplemente una tragedia natural. Fue y sigue siendo un reflejo estremecedor de la precariedad, el aislamiento y la falta crónica de infraestructura en algunas de las regiones más olvidadas del mundo.
Testimonios como el de Ahmad Khan Safi, un agricultor del remoto valle de Dewagal, ilustran la magnitud humana del desastre. Su casa, construida con barro y piedra debido al alto costo del cemento y la madera, colapsó inmediatamente. “Estaba atrapado en el lodo, no podía respirar”, dijo desde una cama de hospital en Jalalabad.
La geografía del abandono
El valle de Dewagal era un lugar que parecía salido de una postal: laderas verdes, caminos serpenteantes y turismo esporádico atraído por su belleza natural. Pero esta misma topografía —romántica en tiempo de paz— se convirtió en una barrera mortal durante la emergencia. No hay caminos vehiculares que lleguen hasta allí, y los servicios de rescate enfrentaron un desafío casi insuperable.
El terremoto no fue el más fuerte registrado en la región, pero la naturaleza inaccesible de la zona intensificó el número de víctimas. Muchos heridos perdieron la vida simplemente porque era imposible trasladarlos o socorrerlos. “Fueron las personas a pie las que llegaron al día siguiente para ayudarnos”, relató Safi. Él mismo fue sacado del lugar en una camilla improvisada.
Consecuencias incalculables
En la zona de Dewagal, donde Safi vivía, se registraron cerca de 130 muertes. Su familia entera fue destrozada: 22 miembros, incluyendo hijos, sobrinos y hermanos, perdieron la vida bajo los escombros. “Lo que teníamos desde tiempos de mi abuelo... todo ha desaparecido”, lamenta. La familia también perdió 300 cabezas de ganado, su única fuente de ingresos.
La organización humanitaria Islamic Relief estimó que apenas el 2% de los hogares en la provincia permanecen intactos. Esta no fue solo una pérdida de vidas, sino de sustento y futuro.
Las cifras de una tragedia silenciosa
- Al menos 2,000 muertos confirmados (cifra aún en aumento).
- 500,000 personas afectadas, según estimaciones de la ONU.
- Casi el 100% de las viviendas en algunas zonas están destruidas.
- Más del 50% de los afectados son niños.
Además, las condiciones climáticas posteriores al sismo, como las constantes lluvias y deslizamientos de tierra, han empeorado la situación. Las infraestructuras de salud y educación se esfumaron. El acceso a agua potable se ha interrumpido en decenas de comunidades.
El desastre que revela las grietas políticas y sociales
Las autoridades del régimen talibán han hecho intentos por llevar ayuda, sobre todo mediante helicópteros y comandos. Sin embargo, la ausencia de sitios seguros para aterrizajes y la inexistencia de caminos volvieron inútiles estas misiones en muchos casos.
La falta de infraestructura no es reciente. Responde a décadas de abandono sistemático de regiones como Kunar, percibidas como irrelevantes para las grandes prioridades del país. Las consecuencias de este olvido han sido devastadoras. “No queda un muro. No tenemos dónde dormir. Vivimos bajo el cielo abierto”, clama uno de los sobrevivientes.
Resistencia y duelo: vidas partidas en dos
Historias como la de Ghulam Rahman desenmascaran la profundidad emocional del desastre. Perdió a su esposa y cinco de sus hijos. Permaneció sepultado, medio consciente, durante media hora, al lado de su esposa moribunda. “La oí rezar, pero yo tenía piedras en la boca y no podía hablar”, recuerda con la voz quebrada.
Utilizó el terreno de su propia familia para enterrar a docenas de vecinos que murieron. Y ahora, no sabe si podrá volver a esa vida de montaña. “Quiero que el gobierno nos dé tierras planas. No puedo volver allí a ver los cuerpos de mis hijos”, suplica.
Un sistema colapsado: entre la naturaleza y el olvido institucional
¿Cómo se reconstruye una vida cuando no queda ni siquiera una pared en pie? ¿Cómo se brinda apoyo a miles de personas olvidadas por el mundo y por su propio gobierno?
Los expertos indican que esta catástrofe refleja fallos estructurales de largo plazo. La zona no solo carece de rutas, sino también de hospitales equipados, personal médico capacitado y redes de comunicación efectivas. La respuesta humanitaria internacional ha sido tímida y lenta.
Además, el número de afectados podría duplicarse si se consideran las pérdidas económicas, las enfermedades derivadas de la falta de agua, y el impacto psicológico que arrastran los sobrevivientes.
Lecciones que el mundo debe escuchar
Afganistán ha sido víctima de la guerra, de regímenes represivos, del olvido internacional y ahora, una vez más, de una tragedia natural. Pero el drama humano se agudiza en zonas como Kunar, donde no llega la cobertura mediática ni la ayuda humanitaria con la rapidez mínima necesaria.
Desde afuera, podemos ver esta tragedia como una catástrofe más para agregar a una lista, pero cada historia es un grito: un padre buscando sus hijos, una mujer atrapada bajo tierra, niños que quedaron solos y ancianos sin alimento ni abrigo.
¿Y ahora qué? ¿Quién responde?
Mientras millones en todo el mundo se preparan para la vuelta a la rutina, en Kunar ni siquiera hay un lugar donde escribir su nombre. Las aldeas se convirtieron en polvo. Las herramientas de labranza permanecen enterradas. El ganado muerto contamina las fuentes de agua. Y el dolor flota en el aire como la tierra suelta de sus laderas.
Se habla de reconstrucción, pero para muchas de estas familias, el concepto parece lejano. ¿Cómo se reconstruye cuando lo perdido incluye no solo tu casa, sino también tu historia familiar entera? ¿Cómo se siembra cuando ya no existen ni los campos ni el motivo?
La esperanza, quizá, es lo único que aún pugna por levantarse entre los escombros de un valle olvidado.